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El tira y encoge para financiar la muerte

Autor:

Juana Carrasco Martín

Foto: AP Era la muerte anunciada para una resolución. Desde antes, George W. Bush había dicho que vetaría cualquier intento de ponerle límite cronológico a la ocupación de Iraq, y así lo hizo cuando el Congreso estadounidense decidió condicionar el presupuesto adicional de 124 000 millones de dólares para las operaciones bélicas en ese país y en Afganistán, a la retirada de las tropas en marzo de 2008.

Este miércoles, la Cámara de Representantes intentó infructuosamente revocar el veto presidencial, pero por más que hizo la mayoría demócrata, no logró los votos necesarios de dos tercios, cuando la cuenta quedó en 222 votos contra 203, lo que hizo exclamar a la líder de esa bancada, Nancy Pelosi: «El presidente se ha vuelto sordo a los reclamos del pueblo estadounidense... Quiere un cheque en blanco, pero el Congreso no se lo dará».

En realidad, hace mucho que está sordo, como también estuvieron ciegos en su momento quienes le aprobaron esas invasiones porque creyeron a pie y juntillas los argumentos que luego se supieron eran puras mentiras.

Bush ha citado a los adversarios de ahora a una reunión en la Casa Blanca para tratar de lograr un acuerdo, al tiempo que se pone en movimiento la maquinaria halconera republicana. Por ejemplo, el representante republicano Jerry Lewis instó a los legisladores a apoyar el veto bajo el argumento de que los políticos no deberían tomar decisiones militares en un momento en que Estados Unidos no debe echarse atrás «en su guerra contra el terrorismo».

Bush insiste en que las fuerzas deben tener los fondos y flexibilidad para hacer el trabajo que les ha pedido, y utiliza idéntica explicación: «no tiene sentido alguno imponer la voluntad de los políticos sobre las recomendaciones de nuestros comandantes militares en el terreno».

Solo que ese terreno es arena movediza en la cual hace rato se hunden, a pesar de los 500 000 millones de dólares ya gastados y donde han perdido la vida 3 352 de sus soldados, sin contar los varios cientos de miles de iraquíes masacrados en un Iraq donde la violencia no retrocede ni un palmo.

Por cierto, Bush hasta justifica esa situación y dijo sin sonrojarse: «Incluso en algunas partes de Estados Unidos se registra un cierto grado de violencia», con la filosofía de que en tierra de ciegos, el tuerto es rey.

Y mientras desangran a un pueblo y ofrecen en el altar de la guerra su propia carne de cañón, van y vienen los reclamos políticos buscando un compromiso que permita extender indefinidamente la ocupación y con ella la injusta guerra.

«Podría tomar algún tiempo», dijo Tony Snow, el portavoz bushiano, aletargando una solución que a ojos vista se hace cada día más necesaria. Y lo interesante es el escenario en que Bush, el hijo, hizo su diatriba, la Asociación de Contratistas Generales de Estados Unidos, a la que pertenecen esos que han lucrado a costa de tantas vidas. Allí, ratificó obcecadamente: «Aunque piensen que fue un error ingresar en Iraq, sería un error mucho mayor retirarse ahora».

Este mismo miércoles llegó a Bagdad un nuevo contingente de tropas, por lo que están ya en Iraq tres de las cinco brigadas de refuerzo solicitadas por el general David Petraeus para implementar su plan de «asegurar la capital».

Mientras de uno y otro lado del panorama partidista negocian los puntos de diferencia para de todas formas canalizar los fondos para la infamia, Bush promete que seguirá vetando cuanta propuesta con calendario se le presente porque «una fecha para la retirada es una fecha para el fracaso».

No puede o no quiere comprender que el fracaso comenzó con el primer disparo, pero insiste e insiste, y este miércoles el Pentágono informó que está movilizando otros 80 345 efectivos de las reservas militares y de la Guardia Nacional.

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