La agricultura tendrá que ponerse de moda. Porque, evidentemente, no está en los primeros niveles del cúmulo de temas que atañen al país; pocos quieren vestirse de campo. Me fijo en lo medios de difusión: el agro parece, en páginas y pantallas, una golondrina que, por supuesto, no hace el verano.
No me malinterpreten. Yo sé que la agricultura no está olvidada. En el mes de diciembre pasado, los diputados discutieron sobre sus problemas, en particular el que atañe al pago a pequeños agricultores y cooperativistas que entregan sus productos a acopio y deben de aguardar un tiempo imprecisable para cobrar lo que les pertenece. Sin posar de adivino puedo vislumbrar que el problema se solucionará. Es uno de los fundamentales entre cuantos estorban el crecimiento de la producción agrícola.
El dinero tradicionalmente ha sido un obstáculo en el trabajo del campo. Por lo común, nunca se ha pagado de modo que estimule el doblarse bajo el sol sobre la tierra, ni aun en épocas de recursos. En nuestra historia, ese ha sido uno de los tabúes del folclor nacional. Los cubanos, y entre ellos me cuento, hemos huido del campo. ¡Solavaya! ¡Mi hijo agricultor! ¿P’al campo yo? ¡Ni muerto! Esto que digo, en otros momentos lo he dicho; nadie me ha desmentido. Y hemos de aceptarlo si de verdad queremos relacionarnos productiva y creadoramente con la tierra. Hace unos años conversé con el doctor en ciencias Aldo Simón Gómez, que hoy radica y trabaja en el sur de La Habana, y él, agricultor de origen y de profesión, me contó anécdotas y detalles que clarificaron mi percepción. Dijo: «Hace mucho, pregunté al director de una agrupación cuánto costaba producir un peso, y se molestó tanto que me respondió así: Chico, no sé, ni me interesa, pero tú no eres revolucionario; el que piensa en el dinero no es revolucionario. A mí solo me interesa producir comida para el pueblo».
Bueno, en fin, lidiar con el dinero nos ha costado decisiones incorrectas, causadas por enfoques no realistas. Y Simón me advirtió: «Trabajar como un “loco” implica que nunca trabajemos con certeza. Desconocer cuánto se gasta, es como ir hundiendo la casa poco a poco; no hay agricultura sin economía». Por supuesto, repuse, esos conceptos que ven al diablo en el dinero condicionaron también los bajos salarios en la agricultura. «Algunos temen que los trabajadores del campo se vuelvan ricos. Pero nadie se hace rico si gana como resultado de su trabajo. Lo dañino consiste en pagarles lo que no hacen o no hacen bien».
El escritor italiano Giovanni Papini llamó al dinero el «estiércol del diablo». Se refería el autor de El libro negro al dinero que corrompe y que proviene del mal, de la ilegalidad, de la explotación, de la injusticia. Pero, por otra parte, el dinero continúa siendo la expresión del valor de las cosas. Y un amigo mío, de mucho sentido del humor, comentando la frase del polémico Papini, me repite: Si el dinero es la porquería del diablo, ¡Quién pudiera encontrarse un diablo con diarrea! Te das cuenta las cosas que pudiéramos hacer en el país.
Bueno, la agricultura es casi un tema infinito, tan infinito, en un símil exagerado, como las tierras ociosas. No tengo la receta para ponerla de moda y ajustarla a la moda. Una moda racional, realista, que se convenza, siguiendo una idea de Raúl, de que los frijoles integran también los arsenales de la defensa. Hay que comer también del campo... Solo atino a decir ahora esa verdad tan elemental. ¿Y quién lo duda?