Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un brindis por mañana

Autor:

Luis Sexto

La vida, cuantitativamente, es una suma de años. Cada 31 de diciembre cerramos un período ya jamás repetible. Hasta ahí he empleado términos e ideas de una desgastada, resabida, barata filosofía. Pero si pregunto si estamos dispuestos a permitir que la vida sea solo una suma de años irrepetibles, quizá empiece a inquietar a mis lectores, sacudiéndoles la rutina.

Habitualmente he pretendido, en el tono menor de mis facultades, intranquilizar a cuantos leen esta columna. Y por ello hoy, a dos días de cerrar las cuentas con el 2006, pretendo reflexionar sobre lo único que nos puede interesar en esta coyuntura: el futuro. Porque lo vivido, lo hecho —aunque cierta filosofía popular afirma que nadie nos puede quitar lo «baila‘o»— ya no importan salvo para deducir alguna lección.

Invito, pues, a hacer un examen de conciencia, una medición de cuanto pensamos, actuamos y omitimos en el 2006, de modo que «lo baila‘o» nos sirva para ser mejores mañana. Así, a mi modo de ver, la vida personal se mantendrá en una actitud de perfeccionamiento ético, y los años no se acumularán vanamente. Claro, alguien me replicará diciendo que uno, como norma, proyecta cuanto hará el año entrante: conquistar tal título, o adquirir tal bien doméstico, o merecer tal premio. Eso está bien. Pero me he referido a los valores morales, porque los materiales se consumen igual que el tiempo. Vamos a ver... ¿Persistirá ese hijo en su conducta olvidadiza de no visitar a sus padres? ¿O esa familia seguirá sin ocuparse de la educación de sus hijos? ¿O aquel vecino continuará soslayando conjugar el verbo convivir para «vivir» por sobre los derechos de los demás? ¿Perseverarán los rencores, la envidia, las trampas dentro de nosotros? Tal vez uno pueda conseguir una ventaja en el trabajo en el nuevo año, pero si prosigue machacando los mismos defectos... Bueno, termino este capítulo. Todavía alguien puede llamarme «puritano» o «idealista». O ingenuo, por no decir «bobo».

El futuro, por todo lo apuntado, es lo que nos importa en un día como hoy. Los días que vendrán a mi vida y a la de mis compatriotas. Yo sé cómo quiero ser a partir del 2007: más solidario, o lo que es igual, menos egoísta; más dispuesto a comprender al otro, y más acucioso, productivo, creador... Casi nada. También he programado en qué país me gustaría vivir. En este, desde luego. Pero lo primordial es precisar qué deseo de esta sociedad que nos ha modelado y ha justificado nuestra existencia durante los últimos 50 años. Ah, quisiera que los libros que me remiten mis amigos escritores de provincias no se pierdan o lleguen en sobres abiertos. Ya no pediría —como una vez pidió Renato Recio cuando ambos participábamos en el radial Hablando claro— que las bolas de Coppelia sean verdaderamente bolas: ya dejé de tomar helado. Quisiera, sobre todo, que mi país mida a la gente, los hechos y las cosas con la vara de la verdad y la racionalidad. Que las palabras vayan juntas con los actos, y que las consignas sean acción eficiente y efectiva, y no solo aplausos momentáneos que se olvidan poco después.

¿Pido mucho? No, no creo. Ese es el programa mínimo para que nos demos cuenta de que la vida impone reglas que no pueden estrujarse dentro de las bolsas de una voluntad forzada a la desmesura. La vida a veces es más dialéctica que los seres humanos: se transforma buscando la perdurabilidad. Y nosotros, en cambio, nos resistimos a flexibilizarnos y admitir que, como dijo un latino, cada día trae sus dificultades típicas, que suelen ser distintas a las del día anterior y del que advendrá mañana.

Por este, por mañana, brindo hoy.

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