Hacía años que no me leía un libro con tanta fascinación. De la octavilla a la sicotecnología: La guerra sicológica de los Estados Unidos en los conflictos armados se titula, y es un extraordinario estudio realizado por dos especialistas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Emiliano Lima y Mercedes Cardoso, publicado por Ediciones Verde Olivo, en 2003.
El texto se presentó en la Feria del Libro de La Habana, y voló, literalmente. Solo ahora, por esos azares que una sabe que no son tan fortuitos como parecen, me cayó un ejemplar en las manos, que comencé a leer antes de irme a dormir y el insomnio me duró muchísimo más allá de la última página.
El tema, como adelanta el título, es la guerra sicológica organizada por el Pentágono, estudiada con fuentes públicas en un arco que va desde la lucha por la independencia de las Trece Colonias, hasta la última intervención en Iraq. Lo que hemos visto en las películas de horror más truculentas del sábado por la noche, es el Mago de Oz al lado de lo que han sido capaces de inventar los estadounidenses para intervenir el cerebro de la gente.
Hasta no hace mucho, EE.UU. se limitaba a lavar el cerebro y lanzar octavillas desde los aires a los países agredidos. Ahora, sin que hayan clausurado esa lavandería, han ampliado el negocio para emplearse a fondo en una tarea adicional: pasar la conciencia por lejía.
La conciencia, «esa propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales», es ahora el territorio que hay que invadir, conquistar y someter. Y no es una metáfora. Mercedes y Emiliano prueban que el Pentágono tiene verdaderos brujos de la «sicotecnología», «una ciencia —explican— que desarrolla armamentos “no letales” de alta precisión sicológica, dirigidos a manipular el pensamiento y la conducta». O sea, que el lavado de conciencia no transita solo por los caminos de la publicidad y el hechizo del mercado —«el dulce despotismo», del cual nos hablaba Ignacio Ramonet—, sino que viaja en el interior de los misiles y las bombas.
¿Cómo se traduce eso? En armas acústicas, que producen resonancia interna de los órganos y provocan reacciones de incomodidad y hasta la muerte. Artefactos electromagnéticos, que alteran la actividad eléctrica en el cerebro. Otro que trastorna los patrones de sueño y «pone al enemigo a dormir». Armas de «ondas de pulso», como el Myotron, que «logra que el individuo caiga al suelo medio paralizado y en posición fetal».
Los investigadores citan un artículo publicado por el US News and World Report, en 1997, firmado por Douglas Pasternak, donde se confirma que en un laboratorio de la base Brooks, en Texas, se estaba desarrollando un sistema antipersonal de radiofrecuencia «no letal», para alterar el sistema nervioso del ser humano, «que fue dotado de un presupuesto de 110 millones de dólares para el período 1997-2002».
Citan otro estudio del John F. Kennedy Special Warfare Center and School (una escuela de Guerras especiales), perteneciente al Comando Especial para las Operaciones Sicológicas, ubicado en Fort Bragg, donde se identifica como la principal política del Ejército norteamericano en el siglo XXI «el empleo de productos bioeléctricos, sicotecnológicos y tranquilizantes químicos, para combatir guerras cortas y pacificar poblaciones, incluida la norteamericana».
Si quedara algún escéptico por ahí, el libro nos remite al informe original de la escuela de Fort Bragg, que reconoce que muchas de estas armas han sido ya probadas en Bosnia, «modelo paradigmático de operación de mantenimiento de paz para los Estados Unidos, (que) ha sido el laboratorio de esa revolución de los asuntos militares».
Los planes de los halcones yanquis se sostienen en el sueño de anularle la razón a la gente y convertir al prójimo en un autómata: a las buenas, o a las malas. Las octavillas subversivas son antiguallas ridículas. La gran fantasía de hoy es utilizar en gran escala, como lo hacen ahora subrepticiamente, medios cuyo fin es transformar a sus víctimas en idólatras del invasor y dejar sus vidas y sus muertes en manos de los criminales.
Este libro es una de las más argumentadas denuncias de los delirios terroristas de la derecha norteamericana, una bomba de rebeldía para sus lectores, la útil conciencia de que el futuro que nos esperaría si triunfan estos bárbaros se parecerá bastante al descrito por Aldous Huxley en Un mundo feliz: no será necesaria la verdad, porque pasará inadvertida en el océano de la irrelevancia; en la era de la tecnología avanzada, los seres humanos serán muñecos que vivirán entre falsos placeres, distraídos por lo trivial y aniquilados espiritualmente por un enemigo disimulado tras un rostro sonriente. Y para quien se salga de la norma, como el «salvaje» John de la novela, habrá siempre a la mano una buena bomba «no letal», que le descalabre el cerebro.
¡Solavaya!