Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Lo que hay detrás del telón

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Como se podía esperar de un sujeto con sus antecedentes, John Bolton, el polémico embajador de EE.UU. ante la ONU, ha querido bajar los bemoles al trato verdaderamente ultrajante dispensado al canciller de Venezuela, Nicolás Maduro, en el aeropuerto J. F. Kennedy de Nueva York, cuando sin motivo aparente le fueron incautados sus documentos y se le retuvo durante una hora y media, hasta perder el vuelo hacia Miami, donde haría escala para seguir de regreso a su país.

Con toda razón, el Ministro venezolano del Exterior ha pedido a Kofi Annan, secretario general de la organización a cuyas sesiones había asistido Maduro, investigar los acontecimientos. En fin de cuentas, la ONU tiene su sede allí, de modo que no se trataba de un turista de paseo, sino de un diplomático de alto rango que, además, participaba en el evento principal de la Asamblea General: el segmento cumbre de su periodo anual de sesiones.

Como se develaría después de las primeras y escandalosas declaraciones de Maduro, no fue solo su reclusión lo que violó todas las convenciones que regulan el trato a los diplomáticos. Además, se le amenazó con ser golpeado y se le quiso obligar a adoptar la incómoda posición de pies y brazos abiertos para el «cacheo» al que se negó, tajante, conocedor de las garantías que implica la inmunidad, y anteponiendo la dignidad venezolana.

Son estas las actitudes que Bolton ha llamado «teatro callejero» de Maduro.

Cualquiera que haya escuchado el discurso valiente y espontáneo del presidente Chávez, pocos días antes, en la apertura del 61 periodo de sesiones de la Asamblea General, podría decir que la agresión infligida a su Ministro era la muy callejera vendetta de una administración impotente, no ya ante los señalamientos que le formuló el Jefe de Estado venezolano, sino ante la anuencia de un plenario que además de asentir a sus afirmaciones, las aplaudió largamente. Incluso la venta del libro de Noam Chomsky que recomendó leer, escaló como un lagarto en las ventas, lo que podría ser buena prueba de la influencia de Chávez en la opinión pública internacional.

Sin embargo, limitarse a la reflexión del pase de cuentas, resultaría demasiado superficial y hasta ingenuo.

En verdad, las razones aludidas para el humillante trato nunca quedaron claras. En un principio trascendió que el motivo era que su nombre estaba en la lista de los participantes en el levantamiento militar de febrero de 1992, dirigido por el entonces joven oficial Hugo Chávez para revertir los destinos de su patria. Maduro no había estado allí, pero habría sido doblemente agresivo a Venezuela ese pretexto, porque el problema era que su supuesta presencia en aquella acción lo hacía parecer ¡como «terrorista»...!

Después vendría la disculpa del Departamento de Estado y el argumento de que todo se originó porque el Canciller había comprado su boleto en efectivo poco antes de que saliera el avión, lo cual, presuntamente, no se parecía a los trámites habituales... ¡Qué confusión!

Pero el suceso sugiere, más que todo, una provocación cuando se acerca el sufragio para llenar la silla de miembro no permanente que deja vacante Argentina en el Consejo de Seguridad de la ONU, y a la que Venezuela aspira. Se sabe que EE.UU. ha presionado mucho para coartar las simpatías y el apoyo que provoca la candidatura, respaldada ya por el MERCOSUR y la Comunidad del Caribe.

Este mismo domingo, el primer ministro de San Vicente y las Granadinas, Ralph Gonçalves, confirmaba a una emisora de Jamaica que la administración Bush «ha estado presionando a los estados de CARICOM para que apoyen a Guatemala y no a Venezuela», y anunciaba que el grupo daría a conocer a EE.UU., este lunes, su decisión de respaldar a Caracas, durante una reunión con la secretaria norteamericana de Estado, Condoleezza Rice.

Quien mire a través de las hendijas noticiosas notará el incrementado afán estadounidense —reflejado en los grandes medios— de satanizar a Chávez y a la Revolución, y azuzar posibles enemistades, si fuera posible, con los propios colegas regionales.

Tanto como impedir la presencia en el Consejo de una Venezuela que constantemente cante las verdades ante la inacción del órgano —por la presión estadounidense—, es necesario para Washington detener la reelección del líder bolivariano en diciembre, decisión de pueblo irrevocable que asegurará la profundización del proceso venezolano, y dejará seguir fluyendo la integración en ciernes que, con su impulso, toma forma.

Llegados a este punto puede entenderse mejor dónde, en verdad, se montan las tramoyas.

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