Paradójicamente, en China nunca supe su nombre, a pesar de que ella fue, junto a mi compañero Ricardo Ronquillo y a dos amigos argentinos, la persona con la que más palabras compartí en una semana de descubrimientos. Tuve que virar el cielo al revés y regresar a mi Isla de soles y penumbra para enterarme al fin de ese detalle: «Mi nombre en inglés es Evelyn y mi nombre chino es Chen Xiaoying», me decía en un mensaje de correo, susurrando casi, como hacía en persona, la voluntaria que atendió con todo esmero a los dos cubanos en el foro de Periodistas de la Franja y la Ruta.
Yo había leído que muchos jóvenes chinos eligen un nombre alternativo en inglés, a menudo con sonidos parecidos al auténtico nacional, en aras de comunicarse mejor con amigos, profesores y empleadores extranjeros, así que no me sorprendió que Chen Xiaojing, que cursa un posgrado de traducción inglesa en la Universidad de Nanchang, se desdoble en una Evelyn igual de amable que sus «alter egos» originales. Tal elección personal es buena en otro sentido: los cubanos dejamos en su tierra «tres amigas en una».
Casi llegando a La Habana, Gmail me dio su recado: un correo cariñoso en el que me enviaba, por sorpresa, dos fotos mías, en la sesión final, que alguno de los colegas había tomado y ella tuvo el detalle de capturar para mí. Entonces comenzamos un intercambio más largo.
Cuando supe de sus estudios, de las clases de inglés que imparte a niños y adolescentes y de su aprecio por interactuar con ellos comprendí mejor que la compañera especial que nos pusieron delante los organizadores no era un avatar de inteligencia artificial, sino una muchacha de naturales virtudes.
Chen Xiaojing se convirtió en nuestra «sombra», pero no en una de oscuridad o agobio, sino una de luces y encanto: estaba siempre a la mano, solícita, aclarando las agendas y horarios, salvando los serios tropiezos de comunicación. Así fue que, entre recorridos e intercambios profesionales, los cubanos exploramos, además, la sensibilidad de la nueva amiga que no asumía su misión como un encargo cualquiera.
«Cuando la Universidad anunció la convocatoria de voluntarios —me dijo en uno de los correos— mi compañero de clase y yo creímos que era una oportunidad práctica muy valiosa, así que presentamos nuestros currículos juntos para postularnos. ¡No nos lo esperábamos, pero finalmente fuimos seleccionados ambos!».
Ella era una amiga especial desde antes, solo que no lo sabíamos: «De hecho —me confesó—, ya tenía conocimientos sobre Cuba: sabía que es un país lleno de encanto y, sobre todo, que mantiene una profunda amistad con China. Además, sé que Cuba fue el primer país en establecer relaciones diplomáticas con la Nueva China».
Tuvimos nuestra informal sesión de regalos, modestos, de corazón: los cubanos le obsequiamos un sencillo dispositivo electrónico que habíamos comprado para nosotros mismos, una botella de ron Havana Club —para que la regalase a quien deseara— y la reproducción en cartulina de uno de los cuadros de los Retratos de Flora, la serie de óleos del maestro René Portocarrero. Ella nos premió con una pieza de artesanía.
La semana voló, como si los días viajaran de lunes a domingo en un tren bala, y llegó el momento en que tuvimos que despedirnos en el aeropuerto. Con culturas diferentes y edades en los extremos, juro que no sabía qué hacer con mis brazos frente a aquella jovencita. Los dejé quietos, pero luego su mensaje me aclaró el otro dilema, el de los brazos de ella.
«Realmente me hizo muy feliz conocerlos a ti y a Ricardo. Estos días compartidos fueron especialmente hermosos, y su sinceridad y amabilidad me tocaron profundamente. La verdad es que ayer en el aeropuerto, al despedirnos, me sentí muy triste. Pero en China tenemos una frase que dice: “La despedida es para un mejor rencuentro”. Espero con ansias que algún día podamos volvernos a ver, ya sea en Cuba o en China».
No se ve fácil el rencuentro, pero lo más importante es que no hay fronteras para abrazos digitales. La joven china agradece que le enviara la foto de los tres: «La guardaré con cariño. También te deseo paz, salud y todo lo mejor en tu vida. China siempre te dará la bienvenida, y aquí tienes una amiga a tu servicio».
Se notará en el relato que no la he llamado Evelyn. Ese lo dejo, con todo respeto, para los fríos ingleses. Prefiero apelar a su nombre chino y tocar con él las fibras ancestrales de esta querida voluntaria que, no por gusto, decidió colgar en su alcoba un trozo de mi Isla con que seguir dialogando con dos amigos cubanos.
(*) Juventud Rebelde comparte las crónicas del colega durante su participación en el 8vo. Foro de Organizaciones de Periodistas de la Franja y la Ruta, celebrado en China en julio último.
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