La solidaridad con Cuba siempre ha estado presente en el pueblo estadounidense. Autor: Imagen: Hands of Cuba Publicado: 15/03/2025 | 09:50 pm
Un general de cinco estrellas del Ejército de Estados Unidos, que fue comandante supremo aliado en el frente de Europa Occidental durante la Segunda Guerra Mundial, y dicen liberó a Alemania de Hitler, no pudo contra Cuba, pero lo intentó, nos hizo la vida imposible, y fracasó, cuando ya era el jefe supremo del imperio, como presidente 34to. de Estados Unidos. Todos sus seguidores en la Casa Blanca han intentado lo mismo.
El general Dwight Eisenhower inició la guerra contra la Revolución Cubana desde el mismo triunfo de esta. No era de extrañar, le correspondía, porque Estados Unidos había sido cómplice sustentador de la dictadura de Fulgencio Batista, el hombre de Washington en La Habana, a quien apoyaron con todo para evitar el triunfo del Ejército Rebelde liderado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Eisenhower y su vicepresidente Richard Nixon, tenían claro que la Revolución, autocalificada continuadora de la lucha por la total independencia de la nación, no respondía a los intereses de EE. UU. Los barbudos de la Sierra Maestra no pasaban su prueba de «democracia», como alguien sustentó, y acogieron a la banda de asesinos y torturadores de la dictadura batistiana, a los funcionarios corruptos del régimen, a quienes robaron las arcas de la nación y el botín de 400 millones de dólares saqueados de ellas, a los que habían hecho fortuna o ampliado estas a la sombra de aquellos sustentadores de un poder apéndice de Washington.
Quizá entre las primeras piedras en el zapato de la Casa Blanca estuvo la decisión del Consejo de Ministros del Gobierno Revolucionario, que en uso de las facultades reconocidas por la Ley Fundamental de la República, del 7 de febrero de 1959 —amplia y concretamente inspirada en la Constitución de 1940— dictó la Ley No. 15, del 17 de marzo de 1959, por la que confiscó y adjudicó al Estado cubano, «los bienes que integraban el patrimonio de Fulgencio Batista y de todas las personas que colaboraron con su régimen tiránico, reconocidos autores de múltiples delitos previstos en el Código de Defensa Social», vigente en aquel momento.
Ese derecho a las nacionalizaciones, reconocido internacionalmente cuando eran necesidad y beneficio de la nación, las leyes revolucionarias como la Primera Reforma Agraria o la Ley de Alquileres, que habían beneficiado al campesinado y a la inmensa mayoría del pueblo trabajador, entre otras, fueron el pretexto para la agresividad de la Administración Eisenhower. Desde entonces Cuba no ha tenido ni un minuto de respiro económico o de seguridad.
La suspensión de la cuota azucarera cubana que garantizaba el mercado norteño, la prohibición de inversión privada, la eliminación de todo tipo de ayuda económica, «si eran nacionalizadas propiedades norteamericanas sin una rápida compensación», fueron los primeros estertores, junto a la interrupción del suministro de petróleo por parte de los grandes consorcios Texaco, Esso y Shell, que también se negaron a procesar el crudo ruso ofrecido ante el cese del estadounidense, la limitación de las exportaciones de vehículos y partes primero y luego de casi todas las producciones estadounidenses, y la suspensión de las operaciones de la planta de níquel de Nicaro, que era también de propiedad estadounidense, estuvieron entre sus agresiones primigenias.
El General-Presidente fue elevando el listón de esos ataques, hasta romper las relaciones diplomáticas con Cuba, el 3 de enero de 1961, cuando apenas le quedaban 17 días de mandato, antes de entregarle las llaves de la Casa Blanca a su sucesor, el demócrata John F. Kennedy, dejándole también sobre la mesa del Despacho Oval los planes militares de la invasión mercenaria por Playa Girón de abril de 1961. Como vemos, un procedimiento que parece habitual de las administraciones estadounidenses hacia Cuba, dejar para última hora el golpe que consideran mortal…
En el intermedio, como militar de profesión, el republicano y su gente, especialmente la poderosa CIA (Agencia Central de Inteligencia), dieron pasos para, por un lado, impedir u obstaculizar que Cuba adquiriera las armas necesarias para su defensa, y por el otro fomentar, crear, organizar, financiar y armar a la contrarrevolución, desde dentro de Cuba o con ataques piratas provenientes de Estados Unidos o territorios vecinos…
En escena el terrorismo de Estado
Este 17 de marzo se cumplen exactamente 65 años de que Dwight Eisenhower firmara otro importante instrumento contra la Revolución y el pueblo cubano para darle un complemento a la declarada hostilidad de la asfixia económica —dedicada a «sembrar el hambre y la desesperación» que doblegara al pueblo y le llevara a levantarse contra la Revolución, como proclamara el Memorando de Lester Mallory. Se trataba de apretar el gatillo del tiro de gracia. Pero el disparo también les salió por la culata.
El Programa de Acción Encubierta contra el régimen de Castro, así fue nombrado ese plan de derrocamiento que ponía como objetivo a todos los cubanos, desató el terrorismo de Estado que fue subiendo de tono junto a la desesperación de sus ejecutantes, quienes también presenciaron el fracaso de esa violencia, expresada no solo en los atentados contra la supervivencia del pueblo, también fue el origen de más de 600 intentos de asesinatos contra Fidel y los principales líderes de la Revolución.
Dicho programa conllevó varias fases: la formación de una organización cubana en el exilio que sirviera de cobertura a las operaciones criminales de la CIA; una ofensiva propagandística internacional para desacreditar y aislar, política y diplomáticamente, a la Revolución y confundir al pueblo y apartarlo del apoyo a esta; un aparato clandestino de recopilación de datos de inteligencia y de acción dentro del territorio cubano, que diera paso a otro componente del plan, el desarrollo de una fuerza paramilitar en el exterior, la cual sería infiltrada en la Isla con el fin de organizar, entrenar y dirigir a los grupos de la resistencia en las ciudades y las bandas de alzados en los macizos montañosos.
Lo dijo Eisenhower en sus memorias: «El 17 de marzo de 1960 yo le ordené a la Agencia Central de Inteligencia que comenzara a organizar el entrenamiento de los exiliados cubanos, principalmente en Guatemala, para un posible día futuro en que ellos pudieran regresar a su país.
«Otra idea fue que comenzáramos a construir una fuerza anticastrista en la propia Cuba. Algunos pensaron que debíamos poner a la Isla en cuarentena, argumentando que si la economía declinaba bruscamente los propios cubanos derrotarían a Castro».
Para completar la perfidia, reclamó: «Nuestra mano no debe aparecer en nada de lo que se haga», dando la orden tajante a Allen W. Dulles, el director de la CIA: «Que no se presentase ni siquiera a ese Consejo (de Seguridad Nacional), los informes secretos relacionados con Cuba», según se documenta en el Memorando de la Conferencia con el Presidente, 3/18/60.
La impudicia de aquel Presidente republicano se duplicaba por el hecho de que, además de aplastar a Cuba con lo que calificó como «no hay mejor plan», jugaba con asegurarle a su entonces vicepresidente Richard Nixon la posible victoria electoral ante el demócrata Kennedy, lo que también fracasó, de ahí que el demócrata heredara el tamaño tropezón de Playa Girón. Por supuesto se trataba también de impedir que se propagara en América Latina el ejemplo de la Revolución Cubana.
Pero no dejemos solo al general de cinco estrellas con la autoría del desenfreno anticubano. Richard Nixon dirigió directamente esa política contrarrevolucionaria y terrorista que incluyó desde el primer momento, como agentes del exilio cubano, a algunos de quienes conoceríamos luego como connotados terroristas, siempre con la anuencia de Washington y la CIA. Ahí estaban José Sanjenis Perdomo, Frank Sturgis, Félix Ismael Rodríguez, Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Ávila, entre otros, junto a los agentes oficiales de la CIA. Lo primero fue la Operación 40 que preparó la invasión de abril de 1961, y hasta reclutaron los servicios expertos de uno de los esbirros batistianos más crueles: Rolando Masferrer.
Luego vendrían unas tras otras las acciones terroristas. La fracasada invasión por Playa Girón. Las provocaciones alcanzaron alerta roja en 1962 con la Crisis de Octubre, cuando ni con la guerra nuclear a las puertas flaqueó el pueblo cubano comandado por Fidel.
Nunca se atrevieron a la operación que la mafia contrarrevolucionaria con sede en la Florida anhelaba como definitiva, y continúa en los sueños de los más obcecados: la invasión a Cuba por parte de las fuerzas armadas de Estados Unidos. En las Everglades, de manera abierta, aún se preparan algunos para un regreso armado y operaciones secretas.
No hay mucha distancia ni diferencia de propósitos entre aquel plan secreto de Dwight Eisenhower y las exposiciones abiertas de Donald Trump que en menos de dos meses de mandato ya ha ordenado siete medidas contra Cuba, reasumiendo algunas de las 243 todavía en vigor de su primera temporada. Pretende el ahogo final…