Nelson Mandela y Fidel, dos entrañables amigos que se admiraban mutuamente. Autor: Getty Images Publicado: 22/09/2018 | 08:02 pm
Pocos hay en el orbe que no conozcan a Nelson Mandela. El líder sudafricano, primer presidente negro de su país y Premio Nobel de la Paz, es el símbolo fehaciente de que el amor puede vencer al odio, en especial a ese que surge de diferenciar a los humanos en categorías que nada importan.
Madiba es recordado con el puño en alto, con la sonrisa en los labios —incluso en la cárcel—, con los sueños enfocados en el futuro. Fue la figura principal de un movimiento que se enfrentaría al apartheid en Sudáfrica y que llevaría adelante la reconciliación nacional de un país multirracial y diverso. Él lo comprendió: «Detesto el racismo, porque lo veo como algo barbárico, venga de un hombre negro o un hombre blanco», dijo; y desde su pedazo de mundo, su patria, devino en una de las mayores figuras que cambiara el statu quo de la historia contemporánea.
No queda duda, pocos hay que no lo conozcan. Su imagen protagoniza carteles que hablan de igualdad y libertad, su vida ha sido llevada a innumerables películas e incluso su cumpleaños quedó instituido por la ONU como el Día Internacional de Nelson Mandela, una jornada para que todos actúen, se inspiren en el cambio y hagan suyo el ejemplo de este guía eterno.
La celebración, a conmemorarse los 18 de julio, es recordatorio de su figura y, dentro de esta, de la humildad que lo caracterizó. En Johannesburgo, donde radica la sede del Congreso Nacional Africano que lideró, su viuda Graça Machel rememoró que pese a ser el más icónico «rostro de la lucha» contra el régimen segregacionista del apartheid, «se veía a sí mismo como un simple soldado» entre todos los que lucharon por la libertad.
Pero este 2018 son, además, cien años con Mandela. Nacido en 1918 y fallecido en 2013, su largo camino de paz todavía se recorre en todos los escenarios globales que requieren mayor comprensión entre los hombres.
Un decenio para Madiba
En la evocación del centenario, la Asamblea General de Naciones Unidas escogió iniciar su 73 período de sesiones con una Cumbre de Paz Nelson Mandela. El evento —a desarrollarse un día antes de las plenarias, en las que las posiciones geopolíticas y estratégicas podrían hacer tambalear una vez más a la diplomacia moderna— buscará reflexionar sobre la necesidad de paz mundial y los imprescindibles compromisos al respecto.
Se espera también, anunció PL, la adopción de una declaración política en honor a los valores y la vida del luchador, y se anunciará el período de 2019 a 2028 como el Decenio de Paz de Nelson Mandela, con un llamamiento a los Estados miembros para redoblar sus esfuerzos por alcanzar la seguridad internacional y respetar los derechos humanos.
Las circunstancias no podrían ser más acuciantes, en momentos en los que el mundo orbita en medio de conflictos y segregaciones, exterminios y guerras (convencionales o no) que afectan la estabilidad política, económica y medioambiental global, y que compromete el futuro de la humanidad, cuando debiera ser prometedor.
Seguir un ideal
En 1994, cuando Mandela regresó a la celda de Robben Island en la que había estado encerrado 17 de sus 25 años en prisión.
«Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión». Mandela habla así de la construcción del odio en la sociedad. Políticas migratorias actuales o nuevas discriminaciones en función de la discapacidad o la orientación sexual alertan a la humanidad sobre la necesidad de reditar el pensamiento de Madiba a una escala global.
Como él mismo nos enseñó, superar la pobreza no es un acto de caridad, es un hecho de justicia y urge dar aplicación práctica a sus palabras y trabajar juntos por un futuro mejor, aseguró el 18 de julio pasado el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, António Guterres.
Dedicar un día a dialogar sobre seguir su ideal para alcanzar la paz podría resultar en múltiples sentidos beneficioso, aún más cuando en África, por ejemplo, los conflictos internos y los enfrentamientos con grupos extremistas han llevado a cifras récords de desplazamientos internos.
Durante la primera mitad de 2018, África Oriental fue la región más afectada a nivel global. Según las últimas cifras del Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno, ya se registraron
1 400 000 nuevos abandonos de lugares originarios dentro de Etiopía, superando tanto a Siria como a la República Democrática del Congo, mientras otros países de la zona, como Somalia y Sudán del Sur, también se encuentran entre los diez más afectados del planeta debido al conflicto y la violencia.
En tanto, el Mediterráneo se vuelve más mortal que nunca, con los migrantes que huyen del terror o la pobreza en su tierra natal y que muchas veces se ven obligados a varar en las costas europeas sin lograr ser acogidos. Entre enero y julio de 2018, «una persona de cada 18» que intenta cruzar el Mediterráneo central, muere o desaparece en el mar, mientras que en el mismo período de 2017 el balance era de «una persona sobre 42», explicó en un comunicado la Acnur (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados).
Más al este del planeta el apartheid se redita, en esta ocasión contra la comunidad rohinyá de Myanmar. Y también, en el aislamiento y el asesinato impune de palestinos en la Franja de Gaza y en Cisjordania por parte de Israel.
Un abrazo
Cuba y Sudáfrica están unidas por ese clamor hermano que ata a la Isla con los países africanos. Por igual, hablar de Mandela es, en gran medida, hablar de Fidel.
Los nexos y la admiración común vienen desde mucho antes de la histórica visita del luchador sudafricano a La Habana, en 1991, a un año de haber sido liberado.
Al conocer el resultado de la crucial batalla de Cuito Cuanavale, el 23 de marzo de 1988, Mandela escribió desde la cárcel que el desenlace de lo que se dio en llamar «la Stalingrado africana» fue «el punto de inflexión para la liberación de nuestro continente, y de mi pueblo, del flagelo del apartheid».
Años más tarde, en la Conferencia de Solidaridad Cubana-Sudafricana de 1995 reiteraría que «los cubanos vinieron a nuestra región como doctores, maestros, soldados, expertos agrícolas, pero nunca como colonizadores. Compartieron las mismas trincheras en la lucha contra el colonialismo, subdesarrollo y el apartheid… Jamás olvidaremos este incomparable ejemplo de desinteresado internacionalismo».
Poco sorprende la anécdota de que al llegar a La Habana, Madiba invitara inmediatamente a Fidel a visitar la nación africana: «Antes de hablar absolutamente de cualquier tema me tiene que decir cuándo viene para Sudáfrica. Nos han visitado una gran cantidad de personas y nuestro amigo, Cuba, que nos ayudó a entrenar a nuestra gente, que nos dio recursos, que nos ayudó tanto en nuestra lucha, que entrenó a nuestros combatientes, a nuestros médicos… Cuba no ha venido a visitarnos, usted no ha ido a visitarnos. ¿Cuándo va a venir?»; y que el Comandante en Jefe afirmara en broma evasiva y muestra de afecto: «No he visitado a mi patria sudafricana. La quiero como a una patria. La quiero como te quiero a ti». En 1994 se hizo realidad el encuentro y el abrazo en Sudáfrica…