Al Sisi será candidato a los comicios para asegurarse en el poder egipcio. Autor: AFP Publicado: 21/09/2017 | 05:46 pm
Dice que en sueños el ex mandatario Anuar el Sadat (1970-1981) le vaticinó el futuro: «algún día serás Presidente».
Y hoy está resuelto a cumplir con esa supuesta predestinación. Sus anteriores vacilaciones y «dudas» demuestran que el general Abdel Fatah al Sisi y el ejército a su mando solo estaban esperando el momento idóneo para anunciar la intención de lanzarse a la carrera por la presidencia de Egipto.
Ya es una realidad: Al Sisi será candidato a los comicios presidenciales, que de paso ya no ocurrirán después de las legislativas, como estaba previsto en el guión de transición. El Gobierno aupado por los militares alteró el orden de los hechos de modo que el General pueda convertirse en Jefe de Estado antes de conformarse un Parlamento, así el futuro mandatario no quedaría amarrado al control de esa instancia.
Para colmo, la «sorpresiva» renuncia en bloque del Gobierno, el pasado lunes, sin que se dieran explicaciones, allana el camino para que Al Sisi anuncie, oficialmente, su candidatura.
Previamente, antes de que el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas le diera al General el «mandato» de postularse, el presidente interino Adly Mansour lo nombró con el máximo rango de mariscal de campo, a pesar de que nunca estuvo en el campo de batalla, pues se graduó de la academia militar en 1977, cuatro años después de la última guerra en la que participó Egipto (contra Israel).
Desde entonces, hizo su carrera, fundamentalmente en la inteligencia militar, hasta que escaló a la Junta Militar que secuestró las competencias ejecutivas durante 16 meses después de la caída de Hosni Mubarak, hace tres años, y las aspiraciones legítimas de justicia y dignidad que inspiraron las revueltas populares iniciadas en enero de 2011.
Al Sisi fue una figura totalmente desconocida para el pueblo egipcio hasta que el depuesto presidente Mohamed Mursi, en un acto que se califica de ingenuidad, lo nombró Ministro de Defensa, creyendo que así contribuía a depurar las poderosas Fuerzas Armadas hostiles a la Hermandad Musulmana, el movimiento que catapultó al líder islamista hasta la presidencia.
Al Sisi llegó a la cúspide de la popularidad cuando el 3 de julio de 2013, después de tanto conspirar en secreto contra quien le dio la cartera de Defensa, asestó el golpe de Estado, aprovechándose de los errores cometidos por Mursi.
El General tiene el camino a la silla presidencial bastante despejado. La administración resultante de la asonada y las Fuerzas Armadas se encargaron de sacar del medio a la oposición islamista, persiguiéndola, ilegalizándola, tildándola de terrorista sin hacer distinciones y hasta reprimiéndola letalmente.
Algunos potenciales contrincantes como Abdel-Mon’eim Abul- Fotouh, el jefe del Partido Egipto Fuerte, que quedó en cuarto lugar en los comicios de mediados de 2012, ya dijo que no participaría en la próxima lid, porque sería «engañar a la gente haciéndole creer que tenemos un camino democrático».
Otros posibles aspirantes aún no tienen decisión expresa sobre su postulación. Y algunos, como Ahmed Shafiq, el último primer ministro de Mubarak, derrotado por Mursi en la segunda vuelta de las presidenciales de junio de 2012, aseguraron que no competirían si el mariscal se decidía a postularse. ¿Para qué contender si ambos representan al mismo poder y Al Sisi tiene mayores posibilidades, una vez que los grandes medios del país lo han presentado como un héroe nacional?
La intoxicación mediática, centrada en el culto a la personalidad de Al Sisi, y la satanización de los islamistas son tan estridentes que muchos egipcios ni siquiera reaccionan ante las mortales represiones, o la coacción de sus libertades.
A no pocos analistas preocupa saber que apenas unas horas antes de que Adly Mansour anunciara que previas a las elecciones legislativas vendrían las presidenciales, la policía emprendiera otra de sus tantas operaciones contra los manifestantes que intentaban llegar a la Plaza Tahrir, con el saldo de 49 muertos, cientos de heridos y más de mil arrestos, según las propias fuentes gubernamentales.
Al mismo tiempo, otros miles de personas con total tranquilidad ocupaban esa plaza, epicentro de la revuelta que derrocó a Mubarak, para expresar su apoyo al Ejército y a la candidatura de Al Sisi.
Entonces, como en otras ocasiones, las víctimas mortales, los lesionados y apresados no eran solo los «terroristas islamistas» de los que tanto hablan los medios y los golpistas. En esos números también estaban jóvenes laicos y defensores de los sueños y aspiraciones que lanzaron a todo un pueblo a exigirle a Mubarak: «Vete, dictador».
Quizá una premonición de lo que pudiera seguir ocurriendo en un Egipto bajo la batuta del mariscal.
Además de la nueva Carta Magna, plegada a los intereses de los uniformados, el «mandato» dado a Al Sisi para que se lance a la carrera presidencial, evidencia una vez más que desde la caída de Mubarak los generales solo han movido fichas para salvar sus privilegios, y que lo ocurrido el 3 de julio de 2013 no tiene otro nombre que golpe de Estado, aunque los medios oficiales no se cansen de cacarear lo contrario.