Los niños sirios están traumatizados por la guerra. Autor: AP Publicado: 21/09/2017 | 05:31 pm
Se enmascaran para jugar a la diplomacia. Hablan de paz, de soluciones políticas; pero apuestan más, a veces todo, a las salidas violentas, si creen que pueden asegurar así intereses geopolíticos. No les importa que un pueblo y una cultura se desangren, desaparezcan; que un Estado caiga en el caos crónico. Aún Afganistán e Iraq no encuentran el paliativo que cure sus males, esos que Estados Unidos dijo extirparía con guerras mentirosas. Libia va por el mismo camino. Siria se mira en el mismo espejo.
Siempre que el Gobierno sirio habla de sentarse a dialogar con la oposición, las grandes potencias occidentales, con Estados Unidos como cabecilla, hacen jugarretas para entorpecer la negociación. No porque no les convenga la paz —la inestabilidad en el Medio Oriente también perjudica los intereses imperiales—, sino porque hasta el momento la salida política no les garantiza el éxito de sus objetivos: levantar en Damasco una administración pro estadounidense que destruya los vínculos con Irán y el movimiento de resistencia libanés Hezbolah, la solidaridad con la causa palestina, y que acabe con la estratégica alianza rusa.
Una negociación que desemboque en la celebración de elecciones en las que el pueblo sirio pueda elegir el destino de su nación pone en peligro las intenciones de la Casa Blanca y sus secuaces de Europa y la región. Este paso no les garantiza el colapso de la institucionalidad de ese país ni la destrucción del Partido Árabe Socialista Baaz, ni la conformación de un Gobierno apátrida y alineado a intereses occidentales y sionistas.
Por eso, abogan por un cambio de régimen previo al diálogo, con la salida del presidente Bashar al-Assad como precondición, una postura contraria al espíritu de los acuerdos internacionales adoptados, como el Plan de seis puntos de Kofi Annan y la iniciativa de Ginebra, los que han sido tergiversados por voceros del Gobierno estadounidense.
Como la negociación no se encamina favorable a los deseos de Washington, el jefe de la Casa Blanca, Barack Obama, opta por los métodos más violentos: armar a las bandas opositoras copadas de extremistas y mercenarios, a los que les interesa un comino el futuro de Siria o de la región y les brindan argumentos a quienes venden el islamismo como una religión atrasada, violenta y bárbara.
No es una estrategia nueva, aunque algunos la reporten como un cambio en la política estadounidense, luego de que Washington anunciara a finales de febrero una ayuda millonaria a los antigubernamentales sirios. Hace mucho que EE.UU. asiste a estos grupos, entre bambalinas, a través de la participación más directa y visible de terceros en la región. Y no solo con comida y medicinas. Miente el secretario de Estado, John F. Kerry, cuando declara ante los medios de comunicación que la ayuda de su país es «no letal».
La colaboración de Washington es también política y diplomática. Sin medias tintas, en espacios como el Consejo de Seguridad, promueve resoluciones que deslegitiman al Gobierno de Damasco y riegan el camino a una intervención más activa, o se niega a aprobar condenas contra grupos terroristas. Recientemente bloqueó una resolución de condena a los crímenes cometidos por la banda Al Nusra, que hizo explotar un coche bomba en el centro de Damasco, causando la muerte de un centenar de personas, incluida una docena de niños, y cientos de heridos.
Obama ignora estas masacres. Pretende que las atrocidades de sus aliados terroristas, las sanciones económicas y la destrucción del país pongan en jaque a Bashar al-Assad y lo obliguen a negociar en términos favorables a la agenda imperial.
Así, mientras el canciller sirio Walid al-Moualem anunciaba que el Gobierno ofrecía negociar, incluso con los armados, Kerry exhortaba a los opositores a no escuchar a Damasco y los animaba a reunirse en Roma, en otra de las reuniones del mal llamado Grupo de Amigos de Siria, con el objetivo de conseguir más apoyo para la estrategia de cambio de régimen.
Al igual que en otros intentos de diálogo, auspiciados incluso por la ONU y la Liga Árabe, como el plan de seis puntos de Kofi Annan y la iniciativa de Ginebra, Estados Unidos optó por la guerra aunque sus funcionarios hablaran de salida política y ayuda humanitaria ante los micrófonos de los medios de comunicación.
Se ensancha la tubería de pertrechos
Sobre la ayuda de EE.UU., un monto de 60 millones de dólares, el jefe de la diplomacia de ese país, John F. Kerry, dijo más, es solo «la punta del iceberg». Los aliados andan en lo suyo: «Otros países están haciendo otras cosas», aseguró el funcionario, defensor de los bombardeos en Serbia, Afganistán, Iraq y Libia.
Se trata de una cruzada occidental contra Siria. Al igual que con Afganistán, Iraq y, recientemente, Libia, Washington no actúa solo. Responsabilidad compartida es el término acuñado por la potencia norteamericana en la guerra contra el régimen de Muammar al-Gaddafi, para referirse al modo en que debían operar ellos y sus aliados.
Muchos de los integrantes de este, el verdadero Eje del Mal, analizan el tema del suministro abierto de armas a los opositores sirios. Catherine Ashton, la jefa de la diplomacia de la Unión Europea, dijo el miércoles último que el bloque de los 27 está abierto a una discusión sobre el levantamiento del embargo de armas sobre Siria para suministrar equipamiento militar a los antigubernamentales y terroristas.
Francia, que dice llevar su intervención en Mali para luchar contra terroristas, no duda cuando se trata el asunto y, junto con el Reino Unido, puja para que el resto de los 27 se sume a la iniciativa. El canciller galo, Laurent Fabius, lleva meses tratando de impulsar el tema en Bruselas.
Londres quiere aprovechar la flexibilización del embargo de armas aprobado por la UE el pasado 18 de febrero para enviar vehículos blindados. Su canciller, William Hague, uno de los más fieles impulsores de la guerra contra Libia, marcó la posición de su país, justo en una conferencia de prensa conjunta con su homólogo ruso, Serguei Lavrov, quien le advertía que actuar así viola el Derecho Internacional.
Londres y París quieren repetir la experiencia aplicada en Libia: quitar el embargo, pero solo para favorecer a las bandas antigubernamentales.
Lo mismo quiere Alemania, secundada por España, pero en lo concerniente a las sanciones económicas. Berlín aboga por relajar el embargo a las importaciones de petróleo, para propiciar ingresos a las áreas controladas por los grupos armados.
El debate en Bruselas no está agotado. Ni siquiera la respuesta es un no cerrado. La UE toma esta posición por el momento. Después de debatirse el viernes pasado, el tema volverá a ser revisado esta semana.
Sin embargo, una cosa es el discurso político público, y otra bien distinta lo que se hace por detrás.
Si aún hoy las fuerzas leales a Bashar al-Assad no han barrido con las bandas armadas y terroristas que operan en el país, ello se debe al fuerte apoyo que reciben del extranjero estos grupos en armas, hombres, equipos de inteligencia y dinero.
Recientemente, el diario británico The Telegraph develó detalles sobre un tráfico de armas pesadas compradas en Croacia por aliados de Washington de la Península Arábiga. El cargamento, que se estima en 3 000 toneladas de material bélico transportado en 75 aviones, fue entregado a los opositores sirios a través de Jordania, nación que acogió 150 asesores militares estadounidenses en su frontera con Siria.
El reporte confirma los videos difundidos en internet que muestran a antigubernamentales portando armas procedentes de la exYugoslavia, como describió el propio rotativo británico el mes pasado.
La publicación añade que las armas no son solo croatas, sino que llegaron desde «varios países europeos, incluyendo Gran Bretaña».
Se sabe que la CIA, el M16 británico y los servicios de inteligencia franceses operan en zonas fronterizas con Siria apoyando al grupo paramilitar Ejército Libre Sirio, que ha llenado sus filas con muchos extremistas procedentes de Libia, Iraq, Afganistán, Turquía y otros puntos del convulsionado patio.
Estados Unidos también ha invertido en la construcción de una plataforma opositora como la Coalición Nacional de las Fuerzas de la Revolución y la Oposición Siria (Cnfros), llena de adinerados residentes en el exterior totalmente desconectados de la realidad de su país.
La tubería de dinero de Washington se anchará mucho más, sobre todo después de que el Departamento del Tesoro autorizó, a partir del viernes pasado, a instituciones financieras y compañías estadounidenses a transferir fondos a la Cnfros.
La Cnfros rechaza categóricamente cualquier negociación con Al-Assad quien, según el grupo, debe dimitir o ser depuesto, la misma exigencia de Washington. La coalición se encarga de coordinar el suministro de armas a las bandas terroristas y consolidar sus esfuerzos para derrocar al Gobierno con la violencia.
El reconocimiento de la Casa Blanca a esta agrupación —creada en Doha, Qatar, a inicios de noviembre de 2012— como la legítima representante del pueblo sirio, tal cual hicieron con el Consejo Nacional de Transición en Libia, abre otra puerta al suministro de armas, esta vez en una mayor escala y de manera más abierta.
El diario The Washington Post defendió recientemente esta posición, en un editorial en el que la publicación demanda más acción a Obama: ayudar a los opositores a «establecer un Gobierno alternativo» en el territorio sirio y reconocerlo como «el Gobierno legal de Siria» y permitir que «los militares de EE.UU. protejan a la población siria con ataques aéreos o baterías antimisiles Patriot (desplegadas en la frontera con Turquía) si fuera necesario (…)».
Es una posición que crece en los círculos de poder de Washington. La Casa Blanca se involucra cada vez más en la militarización de un conflicto que amenaza a otros puntos de la volátil región. Pero, a los ojos de Obama, solo importan las ganancias: avanzar en otros proyectos más ambiciosos: destruir Irán y acorralar a Rusia. Y para eso, primero tiene que quitarse una piedra en el camino: el Gobierno de Bashar al-Assad.