Nicolás fue testigo de una relación de confianza profunda y de aprendizaje mutuo entre ambos líderes. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 05:31 pm
Corría el mes de marzo de 2009 y la Venezuela bolivariana celebraba los recientes triunfos del referendo constitucional de febrero y de las elecciones regionales de noviembre de 2008, cuando el entonces Canciller de la República sostuvo con los periodistas este diálogo, que formaría parte de su título La Habana-Caracas-La Habana. Viajes desde la memoria.
El libro rendía homenaje al recién conmemorado aniversario 50 de la Revolución Cubana, un propósito al que él se sumó, gustoso.
He aquí algunos fragmentos que dejan ver cómo piensa el Presidente Encargado de Venezuela: el hombre fiel a Chávez, el admirador de Fidel, el amigo de esta Isla…
Dos días antes, al hacer la solicitud telefónica para la entrevista, su asistente Gustavo pudo haber hallado más de un argumento válido para librar al Ministro. Pero había en el pedido de diálogo una frase mágica para alguien como Nicolás Maduro. Queríamos conversar sobre los 50 años de un proceso que, en lo personal, él admira y defiende. Nos atendería.
Conceder la cita ha sido una deferencia, y la mejor muestra de su cariño y respeto hacia Cuba. Puede adivinarse que ha abierto a puros empellones el huequito para los reporteros dentro de su cargada agenda. A las 5 y 30 de la tarde, cuando la mayoría de los trabajadores termina sus labores y muchos compañeros del ministerio venezolano de Relaciones Exteriores bajan las escaleras, Maduro todavía labora. Entonces nos abre la puerta de su despacho.
Debe ser un hábito resolver varias cosas a un tiempo, pues además de la espaciosa mesa de trabajo, en la pieza hay un juego de living y un televisor desde el cual sigue las noticias, de modo que puede hacer de todo un poco a la vez.
Abierto y sencillo como su recinto de labor, se conduce, con derroche de esa jovialidad que desmiente al sobrio traje oscuro en que está enfundado casi siempre desde que es Canciller, y que tan poco tiene que ver con el hombre que va dentro.
Dos asistentes todavía hojean y organizan los papeles sobre el buró pero él logra abstraerse de todo: baja el volumen de la TV, se acomoda en una butaca, y se somete al interrogatorio.
No es un hombre que medite demasiado sus respuestas. Solo deja correr los sentimientos y expone criterios que, obviamente, ya hace tiempo son en él convicción. Fluyen las respuestas rápidas, con emoción y calor.
Está persuadido de que la historia reciente de América Latina «no podría entenderse, o sería otra sin la existencia de la Revolución Cubana», y es notoria su admiración por Fidel, a quien considera «un espíritu libre, indómito, rebelde».
Lo conoció personalmente en 1989, cuando todavía Hugo Chávez no era siquiera un hombre público, y con motivo del viaje que hiciera el Comandante en Jefe a Venezuela para participar en los actos de toma de posesión de Carlos Andrés Pérez.
Fidel estaba de vuelta en Caracas 30 años después de la primera vez, y Maduro, a la sazón un joven socialista, formaba parte de los grupos de apoyo logístico articulados en torno a la Embajada cubana para que todo saliera bien.
Si a la llegada del Comandante en Jefe en 1959, la efervescencia por el primer aniversario del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez volcó a la gente a las calles para recibirlo, ahora la derecha, entronizada en el poder mediante la sucesión de falsas democracias que reemplazaron al depuesto régimen, pretendía enturbiar su presencia.
Solo cuando desempolva recuerdos como ahora, Maduro medita un poco antes de responder.
«Aquella fue una experiencia imborrable. Pude vivir muy de cerca todos los encuentros que Fidel desarrolló con los grupos religiosos —siempre recuerdo esa reunión— y con los empresarios, con los intelectuales venezolanos, con los partidos políticos. Yo estuve allí, viéndolo actuar y apreciando su gran capacidad para voltear el escenario. Sí, porque aquella visita había sido precedida de una campaña promotora del odio y la violencia que duró más de un mes, con cuñas de televisión, de radio, con avisos de prensa.
«Pero el 2 de febrero de 1989, en horas de la madrugada, llegó Fidel a Venezuela, y desde ese momento hasta que se fue el 4 de febrero, él volteó todas las corrientes de opinión que se habían querido imponer. Los actos, prácticamente, se transformaron de “la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez” en “la visita de Fidel”.
«Esos hechos tuvieron una repercusión tremenda en los venezolanos, sobre todo en los más jóvenes.
«Recuerdo que una periodista le preguntó, poco más o menos: “¿Qué diferencia ve Ud. entre la Caracas y el pueblo venezolano de 1959 y estos del año 89?”. Y él respondió con una declaración interesante que cualquiera en su momento pudo haber interpretado como un cumplido o una frase hecha; pero resultó premonitoria. “Yo veo un pueblo, una juventud más despierta, con mayor cultura y mayor conciencia política, superior a la que vi en el año 59”, afirmó.
«Entonces nos parecía que era difícil decir eso, porque en el 59 él encontró en Caracas a una juventud que venía de la victoria frente a la dictadura, y que tenía a Cuba y a Fidel como el ejemplo de que era posible avanzar haciendo una revolución. Sin embargo, Fidel hizo este comentario, y a nosotros nos quedó grabado. Era casi ya el momento de su partida.
«Tuvimos la oportunidad de compartir todo eso y compartir también, ya en la madrugada del 4 de febrero, un abrazo de despedida con él que nos dejó marcados, y que ratificó la admiración que siempre hemos tenido por él y por la Revolución Cubana».
—¿Qué sentimientos guarda Ud. de Cuba en lo personal, qué experiencias?
—Muchos, porque el peso de la Revolución Cubana es muy grande. Yo me eduqué en la primaria en un colegio de monjas que quedaba cerca de la casa, y las monjas en su época eran muy conservadoras, estaban en contra de la Revolución Cubana. Luego, entrados los 70 y a principios de los 80, ellas vivieron un proceso de transformación y adoptaron la Teología de la Liberación.
«Sin embargo, al principio era castigada cualquier simpatía que hubiera hacia Fidel o hacia Cuba y siempre recuerdo, en esos años de niño, que junto a otros compañeros defendíamos al Comandante en Jefe y a la Isla; había también un poco de herencia familiar, porque mi papá y mi familia eran admiradores de Fidel.
«Me acuerdo que en la casa escuchábamos Radio Habana Cuba gracias a un aparato de radio de onda corta de mi abuelo. Por su intermedio nos enterábamos de todo lo que pasaba en el mundo. Entonces Cuba sonaba así como algo mítico: oíamos los discursos de Fidel y el Che, los actos en vivo; eso lo tengo muy presente.
«Y luego yo conozco a Cuba, porque en el año 86 tuve la oportunidad de ir a formarme políticamente a una escuela de cuadros en La Habana, la Julio Antonio Mella. Fue una gran escuela y no solo por la formación política y la experiencia de convivir con otros latinoamericanos, africanos y asiáticos, sino por la escuela diaria de la calle: conocer qué es en verdad el pueblo cubano, y descubrir nuestra inmensa identidad en la forma de ser; que tenemos los mismos valores.
«Yo le comentaba a los amigos entonces y les decía que esa valentía, ese coraje y patriotismo que yo había palpado en los cubanos, los tenía el pueblo venezolano; lo que pasa es que los tenía como aprisionados, dormidos a flor de piel. Y les decía que veía en nosotros también la misma naturalidad del pueblo cubano para asumir la vida cotidiana, y que éramos capaces de similares actos de heroísmo».
—¿En esos años, dónde Ud. militaba?
—En la Liga Socialista, una pequeña organización de izquierda que aglutinaba a luchadores sociales del campo estudiantil, sindical, de barrio, campesino. La Liga tenía su representación parlamentaria y un trabajo modesto de formación de cuadros a nivel de los sectores sociales, dentro de una estrategia de largo plazo.
«Nunca imaginamos en aquella época que íbamos a ver en el año 89 la explosión social del 27 y del 28 de febrero, que fue el inicio de la ruptura social del modelo de dominación imperial y oligárquico que se estableció en Venezuela. Nunca pensamos que iba a surgir una generación de militares patriotas, bolivarianos, con un líder como Hugo Chávez. Nunca imaginamos que se iba a acelerar el curso de la historia en Venezuela, y que eso que nosotros percibíamos en nuestro pueblo, su calidez patriótica, sus valores, su deseo de cambio y esa fuerza revolucionaria que estaba dormida, iba a irrumpir con esa pujanza inmensa que lo hizo a partir del año 1989, del año 92, y luego tomaría curso con la victoria de 1998 y el inicio del proceso político de la Revolución Bolivariana ya en el poder político, que ha sido una etapa de grandes pruebas.
(…)
—¿Qué impresión le dejó la visita del Presidente Chávez a Santiago y Cienfuegos en el año 2007?
—Fue una experiencia como la hubiéramos vivido en cualquier lugar de Venezuela. Sentimos una calidez, un apoyo y una solidaridad del pueblo cubano que superó cualquier expectativa. Miles y miles de personas en una actitud —como diría el Presidente— de frenesí, de esperanza; la actitud de una Revolución que está cumpliendo 50 años y ha logrado renovar la esperanza en cada generación, en cada momento, y mantenerla junto a la convicción de que están en un camino correcto y justo.
«Varias generaciones de cubanos han logrado vivir todas las vicisitudes y sortear las dificultades de todas las etapas, con una gran capacidad de renovación del pensamiento y del espíritu. Eso fue lo que nosotros sentimos allí.
«Por ejemplo, nosotros recorrimos desde Santa Clara hasta Cienfuegos por tierra. Recuerdo que ese día cayó un aguacero inmenso sobre Cuba; pero aquello era impresionante. El presidente Chávez se bajó del jeep en varios trayectos del camino porque eran miles las personas en las carreteras, en los pueblos, bajo los aguaceros de una o dos horas, esperando a que él llegara.
«Eso demuestra que los pueblos están muy atentos y han logrado identificar en el presidente Chávez a un presidente hermano, a un compañero; a un compañero de Fidel, de Raúl y de la Revolución Cubana».
—Ud. también ha sido un testigo excepcional de la relación entre Fidel y Chávez, ¿cómo la valora?
—Pienso que es una relación de confianza profunda, de aprendizaje mutuo, y es una relación entre padre e hijo más allá de cualquier frase hecha. Es una relación realmente donde Chávez asume a Fidel como un padre político y como un originador de todas las ideas de Revolución. Y Fidel asume con mucha modestia y humildad su papel de orientador.
«Es una relación que han sabido construir y cultivar con una gran calidez humana y con la característica fundamental que tienen nuestros líderes, que es la franqueza; una relación de mucha transparencia, mucho respeto; y una relación alegre, afable, pudiéramos decir, muy humana, sin estereotipos, sin falsos protocolos; una relación directa, que ha servido de mucho para encaminar mutuamente los difíciles momentos que nos ha tocado vivir en los últimos diez años, sobre todo, en los últimos seis años. Hemos dado batalla juntos gracias a esa inmensa identidad que se ha construido entre los dos».
—¿Qué reflexión le merece el aniversario 50 de ese proceso revolucionario que Ud. admira desde niño?
—Quizá en los primeros tiempos de la emoción de los 60, Fidel, el mismo Che, expresaron en palabras cosas que al parecer eran de corto plazo pero que han resultado ser de un ciclo mayor. Cuando decían, por ejemplo, que nuestros pueblos habían dicho ¡basta! y echado a andar.
«Cuando uno revisa la historia de estos 50 años, se da cuenta de cómo fue ahogado en sangre el despertar de los 60, y se impusieron modelos represivos no conocidos en la región —los modelos dictatoriales del Cono Sur y de Centroamérica— y modelos económicos absolutamente dependientes. Y se da cuenta también de cómo el pueblo latinoamericano supo superar y enfrentar todas esas coyunturas, y logró hilvanar un camino que se ha abierto en América Latina.
«Los resultados de todo ese esfuerzo se pueden ver ahora, porque el despertar y surgimiento de todo este nuevo liderazgo que hay en América Latina —del que la Revolución Bolivariana y el presidente Chávez forman parte— es la cosecha de años de resistencia en los que la Revolución Cubana ha sido la primera trinchera: resistencia en las ideas, en el ejemplo, aún en medio de grandes dificultades…
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«Objetivamente, la historia de América Latina no podría entenderse, o habría sido otra sin la Revolución Cubana: ella supo partir en dos la historia del continente a finales de la década del 50, y luego supo mantener las corrientes de cambio revolucionario que en otros continentes y regiones no se mantuvieron.
«Allí se supo mantener un hilo conductor entre las corrientes profundas de la Revolución y las corrientes de transformación que hoy han tomado cuerpo y tienen el poder político en la mayoría de los países de la región.
«Y Fidel, realmente, es un fenómeno histórico que nos muestra cómo es posible cultivar las fuerzas transformadoras que tienen nuestros pueblos y prepararlas para afrontar cualquier dificultad, cualquier obstáculo para ser libres. Porque realmente Fidel es un espíritu libre, es un espíritu indómito, rebelde. Y además, un espíritu constructor para Cuba, para América Latina y para el mundo.
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«Nosotros pudiéramos decir que Martí es el máximo interpretador de los sueños de Bolívar, porque estudió el pensamiento político de Bolívar y lo encarnó. Nosotros también pudiéramos decir que Fidel es el máximo interpretador y quien mejor ha encarnado el pensamiento político y los sueños de Martí y por ende, del Libertador Simón Bolívar.
«Realmente ha tenido una gran coherencia y eso lo da ese espíritu de autenticidad, y bueno, que Fidel está casado con la verdad, ha estado casado con la verdad y tal vez esa es su mayor fortaleza frente al pueblo de Cuba y a los pueblos del mundo. Creo que esa fortaleza es la que ha roto los muros de las mentiras contra Cuba, que rebotaron con el ejemplo de un líder como Fidel y de su pueblo.
«Fidel ha encarnado lo mejor del pueblo cubano y este ha sabido encarnar lo mejor de las ideas que Fidel se ha empeñado de manera terca en defender y mantener, y de manera justa también, porque la terquedad de un líder en defender una idea, así sea en solitario, ha permitido mantenerla y más adelante abrirle paso. Eso es lo que ha sucedido con la Revolución Cubana».
—Desde su cargo en la Cancillería ¿cómo cataloga los vínculos entre nuestras naciones?
—Nosotros hemos venido construyendo una relación que involucra todos los aspectos de la vida de nuestros países —los políticos, espirituales, humanos— y también a nuestros líderes.
«Fidel y el presidente Chávez, y ahora con igual cercanía Raúl y Chávez, han logrado un nivel de identidad y compenetración que nunca antes en nuestro país se había conocido. Esa es una dimensión fundamental para echar a andar un conjunto de cosas que seguramente alguien pudo haber considerado imposibles hace cuatro o cinco años, como sueños. Algo así como lo que suele contar Evo Morales que le ocurrió: él escuchaba una conversación entre el presidente Chávez y Fidel sobre la posibilidad de echar a andar una misión oftalmológica para curar los ojos y ellos hablaban de un millón, de dos millones de latinoamericanos beneficiados en dos, tres años. Evo, que es un luchador, pensaba que era un imposible.
«Resulta sin embargo que todas esas metas se fueron logrando, y a través de la Operación Milagro hoy suman millones los latinoamericanos —los más pobres, los más humildes—, que han logrado corregir sus problemas visuales y tienen plena disposición para vivir una vida de mayor calidad y de más compenetración con la sociedad.
«Entonces, ha sido fundamental el acercamiento y la identidad política, humana, moral entre nuestros líderes, porque es el verdadero punto de partida, y lo que hace la diferencia histórica entre lo que puede ser una relación normal de colaboración entre dos Gobiernos y lo que es una relación extraordinaria, que está por encima de cualquier relación tradicional.
(…)
«Si hay un pueblo más allá del cubano que ha sabido y sabe apreciar y admirar el pensamiento de Fidel es, en este momento, el pueblo venezolano. Y lo ha hecho porque tiene un alto nivel de conciencia de lo que significa la Revolución Cubana, y el proceso que ha vivido Cuba en los últimos 50 años. Creo que se ha logrado un nivel de unificación entre el espíritu de ambos pueblos, que es la verdadera base del proyecto bolivariano y del proyecto de Martí: los sueños de Bolívar y Martí hoy son una realidad palpable, más allá de lo que pudieron significar de romanticismo e inspiración esas ideas».