La guerra está cobrando vidas humanas y destruyendo una nación ancestral. Autor: AP Publicado: 21/09/2017 | 05:26 pm
A Kofi Annan, designado por la ONU y la Liga Árabe para mediar en Siria, le resultó imposible lograr un alto el fuego y un posterior proceso de negociación política en el país levantino, porque un plan de paz necesita más que palabras y falsos compromisos. Por eso, su dimisión en agosto pasado.
Annan, elegido como emisario el 23 de febrero, fue parco pero muy claro al explicar las causas de su renuncia. «No recibí todos los apoyos que merecía la causa. Hay divisiones en la comunidad internacional. Todo esto complicó mi tarea».
Las grandes potencias occidentales y sus seguidores en el Medio Oriente jugaron a la diplomacia. En su discurso público decían apoyar a Annan, y entre bambalinas continuaban apostando a la estrategia violenta del cambio de régimen con el financiamiento a los grupos armados antigubernamentales que operan en varias ciudades sirias. Solo Rusia y China defendieron en todo momento la necesidad de aplicar las recetas del enviado especial.
El presidente estadounidense, Barack Obama, había autorizado de forma abierta a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) el asesoramiento a los grupos armados, como el denominado Ejército Libre Sirio (ELS), que alimenta sus filas con miembros de Al-Qaeda, extremistas y mercenarios procedentes de Libia, Iraq, Jordania, el Golfo Pérsico y otros puntos de la región, entrenados en Turquía con la ayuda también de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
En este escenario, agravado por el peligro de que el conflicto se extienda más allá de las fronteras sirias ante el incremento de las tensiones entre Damasco y Ankara, se mueve el argelino Lakhdar Brahimi, sustituto del diplomático ghanés Kofi Annan.
El viernes Brahimi llegó a Siria con la esperanza de obtener un armisticio durante la celebración musulmana del Aid al Adha —la fiesta del Sacrificio—, que comienza el 26 de octubre.
A esta visita le precede una amplia gira por la región, que incluyó escalas en Arabia Saudita, Turquía, Irán, Iraq, Egipto, Líbano y Jordania, con el objetivo de intercambiar criterios sobre la crisis, en la que están implicados de manera directa algunos de estos países, con el objetivo de buscar apoyo a su gestión.
El emisario internacional debe presentar a las autoridades sirias un plan que vaya más allá del cese el fuego en una fecha conmemorativa. Así lo prometió a mediados de septiembre pasado al partir de Damasco, en un primer periplo exploratorio por la zona, cuando dijo que se reuniría con todos los implicados, lo que ha venido haciendo en los últimos días.
En su escala jordana, el jueves, se refirió a un «alto el fuego real» y el lanzamiento de un proceso político «que ayude a los sirios a resolver sus problemas», si funciona la tregua.
Se presume que Brahimi pedirá al presidente sirio Bashar al-Assad que llame a un cese el fuego, pero esta medida no puede ser unilateral como espera el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, quien hace unos días hizo esa petición y chocó automáticamente con el rechazo de Damasco.
La iniciativa solo caminará si las bandas antigubernamentales acatan la medida, y para que obedezcan deberán tener la presión de sus financiadores en la región. Si Brahimi desea adelantar en sus pretensiones, debe llevar a la mesa de Al-Assad y de otros ministros con los que se reunirá, el acuerdo de los vecinos hostiles a no apostar más a la guerra.
Si lo consiguió o no en su gira, se desconoce. Los reportes de prensa trascendidos de esos encuentros no dan detalles. Solo se presume que el espaldarazo de países como Turquía, entre otros, debió estar en la agenda de Brahimi. No haberlo incluido sería un error del diplomático que después se traducirá en el fracaso del armisticio y la imposibilidad de llevar a cabo una negociación política.
Por otra parte, los países por donde pasó Brahimi difieren en sus puntos de vista respecto a la solución del conflicto y no están posicionados en el mismo bando. Mientras unos apoyan a los opositores; Irán es aliado de Damasco e Iraq se mantiene equidistante; Líbano denuncia las intenciones occidentales de intervenir; Jordania, un bastión prooccidental. Recientemente, acogió a 150 militares estadounidenses en su frontera norte, presuntamente enviados por el Pentágono en ayuda de las fuerzas armadas de ese país en el empeño de manejar la llegada masiva de refugiados sirios y proteger a su aliado ante contingencias por la continuación de la crisis en la nación levantina.
Y fuera de la región, determina también la influencia de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y otros socios europeos. Intentos anteriores de llegar a un proceso político negociado fracasaron por el incentivo que dieron naciones vecinas a los grupos antigubernamentales con foros como el mal llamado Amigos de Siria, donde se buscaba apoyo diplomático, material y financiero para las bandas.
No se descarta que los países que financian a los opositores exijan la salida de Al-Assad como una condición previa para abrir el diálogo nacional a cambio de asumir un enfoque constructivo en la crisis.
Si fuese así, el proceso ni siquiera arrancará, porque Damasco se niega a aceptar cualquier receta que implique injerencia externa en sus asuntos internos.
Una opción viable
Ante este escenario, la iniciativa más factible sería el retorno al plan de seis puntos del ex negociador Annan, y a los acuerdos de Ginebra, aceptados por los contrincantes en su momento, pero cuya materialización fracasó ante el sabotaje de los grupos antigubernamentales y sus sponsors, que estipulan el cese de los combates bajo supervisión de la ONU.
También un alto al desplazamiento de tropas sirias y al uso de artillería pesada en y cerca de las ciudades, y el compromiso de todos los grupos armados opositores de cesar la violencia; además de un diálogo político incluyente dirigido por los sirios, y el aseguramiento de ayuda humanitaria.
El derrotero que salió el 30 de junio de Bruselas, no sin escollos, se mueve en la misma línea. Prevé, además, formar un Gobierno de transición que incluya a integrantes del Ejecutivo y de los opositores, y se encargaría de supervisar el proceso de promulgación de una nueva Carta Magna y la convocatoria a elecciones.
Esta opción tampoco incluye la salida de Al-Assad, como lo malinterpretó Estados Unidos, que seguidamente intensificó sus llamados a que se saliera del medio.
El mes pasado el Gobierno de Siria dejó claro que los puntos de referencia de Brahimi deben ser el plan de seis puntos y el documento final de la cumbre del Grupo de Acción sobre Siria en Ginebra y que sus intereses «se centran en el éxito» del enviado. No obstante, aseguró que «cualquier otro punto podría ser discutido de forma que sea aceptable y apoye la estabilidad en Siria». Es decir, todo puede ser negociable, siempre que no implique cruzar la línea roja: la pérdida de la soberanía y la integridad territorial.
Sin embargo, ya el diario The Journal of Turkish Weekly adelantó que el Consejo Nacional Sirio (CNS) dio una bienvenida cautelosa a la propuesta de Brahimi, poniendo la responsabilidad sobre el Gobierno para cumplir una tregua, mientras el ELS la rechazó, diciendo que daría al ejecutivo la oportunidad de preparar nuevos ataques.
Por su parte, Russia Today citó a Ahmad Fahd al-Nimah, coronel del grupo paramilitar, quien aseguró: «No creemos ni al régimen, ni a la propuesta. Es solo un intento de Occidente de aplazar el problema sirio hasta el final de las elecciones en Estados Unidos».
Respecto a una deseada transición, el CNS, que agrupa a los opositores en el exilio, se ha mostrado dispuesto a aceptar que una figura del Gobierno dirija el proceso bajo la condición de que renuncie Al-Assad.
Esa división existente dentro del gran espectro de grupos armados y opositores es precisamente otro obstáculo que enfrentó Annan y que desafía también la mediación de Brahimi. No hay coordinación entre una dirección política y un mando militar. Padecen muchas luchas internas y entre ellos llueven las acusaciones de traición. Lo admiten la ONU, Washington y las potencias europeas. La CIA se queja de no disponer de información que le permita identificar a los grupos con los que pueda trabajar en función de alcanzar las metas de la Casa Blanca. Funcionarios estadounidenses reconocen que los opositores no tienen un programa para gobernar el país si lograran derrocar a Al-Assad.
Estas agrupaciones, tanto dentro como fuera del país, carecen de programas políticos y de una unidad que les permita presentarse como una fuerza sólida y creíble a los ojos del mundo y del mismo pueblo sirio, en una negociación con un régimen que se mantiene cohesionado a pesar de los duros golpes políticos y militares que le han propinado en 20 meses.
Su discurso, pobre y desconectado de la realidad nacional, se limita a denunciar «crímenes» de Damasco y doblarse a agendas foráneas y a una intervención extranjera como su tabla de salvación ante la carencia de arraigo popular que le garantice legitimidad.
El ELS es un mosaico de bandas armadas y muchos no luchan por una Siria democrática, sino que les mueve el dinero; les alientan las divisiones religiosas que laceran la unidad del pueblo sirio; y ellas adelantan en lo que podría convertirse el país si se imponen. Los asesinatos, los secuestros, las torturas, la destrucción del Estado, no constituyen una buena carta de presentación para esas fuerzas.
Una vez más queda demostrado que la solución al conflicto está en manos de los sirios. Si Al-Assad debe abandonar el poder, no sería por una orden que den la Casa Blanca y sus socios. Lo que urge es deponer las armas.
¿Logrará Brahimi anotarse ese éxito? Todo depende de la carga en su maletín de viaje a Damasco y de la actitud que tomen los agentes externos.