Importantes empresarios norteamericanos, como Henry Ford y Thomas Watson, negociaron con sus enemigos nazis, y fueron incluso condecorados por el Tercer Reich de Adolf Hitler. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:20 pm
Un historiador de Estados Unidos ha dicho que los principales empresarios de la IBM estadounidense vinculados con Hitler, debieron haber sido también juzgados en Nuremberg. Es Charles Higham, quien reveló en uno de sus libros la estrecha colaboración de compañías estadounidenses con el Führer del Tercer Reich alemán —hasta en medio de la II Guerra Mundial—, lo cual es poco conocido.
Entre tales empresas se pueden mencionar la Texas Company, la Standard Oil of New Jersey, el Chase Manhattan Bank, la Internacional Telephone and Telegraph Corporation (ITT), la Sterling Products y, sobre todo, la Ford, que no dejamos por gusto para el final.
Como demuestra dicho autor en su libro, esos importantes negocios no eran mal vistos ni desaprobados por integrantes del Gobierno de Estados Unidos, entre ellos Jesse Jones, titular de Comercio (1940-1945); y Henry Morgenthau, Jr., de Hacienda (1934-1945), a quienes se sumaban otros importantes funcionarios del Departamento de Estado.
La Standard Oil of New Jersey, por ejemplo —que pertenecía a la familia Rockefeller—, suministraba combustible vía Suiza para el transporte blindado de los alemanes. Esa empresa y la I.G. Farben alemana, que en 1926 habían firmado contratos de intercambio de patentes e investigaciones, mantuvieron con Hitler en el poder la vigencia de dichos acuerdos, todo lo cual les permitió a los nazis obtener las patentes que garantizaran el combustible de sus aviones.
Dicha entidad yanqui había ordenado efectuar exploraciones petroleras en los territorios europeos de Hungría y Rumania, para que dicho crudo se enviara a las refinerías que la I.G. Farben poseía en suelo alemán.
Desde Colombia a Hitler
La Texas Company (Texaco), otra de las grandes expresas petroleras de Estados Unidos, fue de las que más vínculos mantuvo con el nazismo alemán, cuyos aportes fundamentales al Gobierno hitleriano consistieron en enviar petróleo desde Colombia, aun después de comenzada la guerra, con lo cual violaban el embargo de Gran Bretaña. Además, operaba como espía, pues un agente de dicha empresa, desde New York, mantenía informado a su representante en Alemania, Niko Bensmann, sobre los planes estadounidenses referentes a la producción de aviones.
La ITT, gigante mundial de la telefonía en aquellos tiempos, contaba entre sus directivos con el general de brigada Walter Schellenberg, jefe de los Servicios de Contraespionaje de las SS. Thomas McKitrit, presidente estadounidense del Banco de Operaciones Internacionales (BIS, de Suiza) —controlado por los nazis—, fue el encargado de resolver el arribo de enormes cantidades de lingotes de oro, equivalentes a 378 millones de dólares, a los depósitos de dicho banco.
La procedencia de este oro, propiedad de los nazis, era el robo a los bancos de los países ocupados y la fundición de monturas, anillos, cadenas, relojes, cigarreras y dientes de prisioneros de los campos de concentración, todo lo cual se fundía en los sótanos del Reichbank. Este gigante norteamericano de la telefonía (ITT) negoció con los nazis la seguridad de sus instalaciones en el territorio alemán y en otros países que iban conquistando, y se asoció con la empresa germana Facke-Wulf, a la que compró el 28 por ciento de la misma en 1938.
La existencia de importantes leyes que reducían considerablemente el movimiento de capitales extranjeros radicados en Alemania, permitió que muchas de esas empresas no alemanas reinvirtieran sus ganancias en función de la economía germana. La obligatoriedad de estas reinversiones llevó a la ampliación de los rubros, a los cuales dichas empresas se dedicaban con el propósito de seguir incrementando sus ganancias.
Como resultado de lo anterior se puede explicar cómo el consorcio británico de la alimentación, Unilever, amplió sus producciones hacia la fabricación de papel; la Brown Boveri, filial de la Westinghouse, incorporó la industria eléctrica, y la General Electric se asoció a la Siemens.
IBM fichando judíos «indeseables»
La empresa de los Estados Unidos que lideraba en aquellos momentos la informática, Internacional Business (IBM), fue una de las grandes corporaciones que establecieron desde muy temprano vínculos atroces con el régimen nazi.
Thomas Watson, quien fue su fundador, viajó en los años 30 a Alemania para ofrecer los servicios de su empresa al recién creado Gobierno fascista. Mediante las tarjetas perforadas Hollerith, la Deutsche Hollerith Maschinen Gesellscahft, filial de IBM en territorio alemán, logró cruzar datos de nombres, direcciones, genealogías y cuentas bancarias de los ciudadanos, con lo cual (y luego de lograr la identificación de los llamados «indeseables»), los nazis podían realizar la confiscación de sus bienes, su deportación y el reclutamiento en guetos o en campos de concentración.
Estas tarjetas fueron utilizadas también como medio de identificación de cada prisionero de los campos de concentración. Divididas en columnas numeradas con perforaciones en varias hileras, eran tabuladas a través de una máquina llamada Mark I (precursora de las computadoras), y permitían identificar, según la posición de las perforaciones, hasta 16 categorías de prisioneros.
La colaboración de IBM incluía la identificación de los judíos mediante el registro de sus antepasados, el manejo de ferrocarriles y la organización del trabajo forzado en los campos de concentración.
Estas estrechas relaciones entre IBM y el régimen nazi fueron de tal envergadura y produjeron tales ganancias a ambos que en 1937 el Gobierno germano entregó a Watson la Cruz al Mérito del Águila Germana, quien la recibió en Berlín de manos del mismísimo Führer, en acto organizado para dicha imposición. Es importante destacar el cinismo y la doble moral de Thomas Watson en momentos en que Estados Unidos estaba próximo a entrar en la guerra, a la vez que anunció, en aras de tratar de limpiar su pasado cómplice con el nazismo, que aportaría el uno por ciento de sus ganancias para el fondo destinado a las viudas y los huérfanos.
Después los ejecutivos de la IBM, con un oportunismo emblemático —y teniendo en cuenta que las instalaciones de la empresa habían sobrevivido a los bombardeos— se asociaron a los aliados y ofrecieron sus servicios para administrar la ocupación del Estado alemán.
La aviación alemana utilizaba motores fabricados por las empresas Ford radicadas en la Europa ocupada, en las cuales la mano de obra que se utilizaba era la de los prisioneros, fundamentalmente judíos.
La Ford y la General Motors suministraban al mercado alemán en el año 1939 el 70 por ciento de los autos que allí se vendían, y sus subsidiarias alemanas producían también importante material bélico destinado al ejército, habiendo llegado inclusive a convertirse en el mayor productor de camiones para las fuerzas militares alemanas.
General Motors con el Partido Nazi
Como elemento complementario de lo anterior, es bueno subrayar que entre los años 1932 y 1939, la General Motors, que colaboraba estrechamente con el Partido nazi a través de una cuota mensual, invirtió 30 millones de dólares en la empresa alemana I.G. Farben, a la que estaba asociada.
Las relaciones entre Henry Ford y Adolf Hitler tienen sus orígenes desde mucho antes de la toma del poder en Alemania por los nazis. Henry Ford, fundador del gigante automotriz norteamericano, se caracterizaba por ser un furibundo antisemita, lo cual declaraba públicamente en el periódico The Dearborn Independent, editado por Ford entre 1919 y 1927.
Hitler manifestó en 1932 que Henry Ford era su inspiración, llegando inclusive a tener un retrato de este en su despacho. La admiración mutua de estos furibundos fascistas llegó a su clímax cuando en 1938 Henry Ford recibió la condecoración de la Gran Cruz del Águila, máximo reconocimiento que los nazis otorgaban a personalidades no alemanas.
Partiendo de informaciones fidedignas suministradas por los sobrevivientes del Holocausto, se pudo llegar a conocer en detalle cómo la Ford Werke A.G. —subsidiaria en Alemania de la empresa Ford— utilizaba en sus instalaciones mano de obra gratuita proveniente de los campos de concentración nazis. Frente a estas irrebatibles acusaciones, dicha empresa utilizó como justificación que la fábrica Ford de Colonia estaba en la guerra bajo el control del Estado nazi, lo cual le imposibilitaba a su sede central tomar decisiones sobre su funcionamiento.
La verdad de esa acusación estribaba en que la junta directiva de esta compañía había solicitado al Gobierno germano que no confiscara la fábrica en caso de que se desatara la guerra. Ello fue posible gracias a la amistad existente entre Hitler y Ford, con lo cual se logró no solo evitar su confiscación, sino que la custodia de esta fábrica la garantizaban íntegramente los mismos nazis.
Fuentes: Transacciones concertadas con el adversario. Desenmascaramiento del complot monetario nazi-estadounidense de 1939 a 1949, Charles Higham, Estados Unidos, 1980; y El III Reich por dentro, libro inédito de Roberto Regincós Álvarez y Luis Hernández Serrano, y archivo de los autores.
(*) Investigador.