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Óleo de una mujer guerrera

Kaliema Antomarchi, la muchacha de ojos grandes que desnudan su alma noble una vez decidió practicar judo para romper ladrillos y ahora, en un solo día, ha roto no se sabe cuántos corazones

Autor:

Norland Rosendo

TOKIO.― A los 33 años de edad, después de haber dejado la vida en los tatamis, muriéndose de tanto esperar por una oportunidad como esta, Kaliema Antomarchi, la muchacha de ojos grandes que desnudan su alma noble, conquistó un diploma olímpico escrito con la misma tinta del sacrificio con que llegó a estos juegos.

Después del primer éxito en octavos de final ante la croata Karla Prodan, tuvo que batirse con las medallistas de plata, bronce y oro del pasado campeonato mundial, por ese orden. Una detrás de la otra, y con todas tenía igual saldo de tres derrotas sin victorias.

Frente a la francesa Madeleine Malonga hizo el combate de su vida. Lo extendió a punto de oro. Sudaron ambas. «Salí a ganar, me olvidé de sus títulos. Entregué todo. No pude, mas estoy feliz con el trabajo hecho».

Pero Kaliema no es mujer que sucumba ante el primer tropiezo. Había venido a su primera y única olimpiada, según sus propias palabras, por una presea. Quedaba el bronce al otro lado de dos montañas: Guusje Steenhuis, de Países Bajos, y la alemana Anna-Maria Wagner.

Con la primera estuvo 8:01 minutos sobre el tatami hasta que consiguió el ippon y en el duelo que decidía un bronce, la santiaguera cayó por wazari ante la reina del orbe, tras otro espectáculo que mantuvo a todo el mundo expectante.

Quedó, definitivamente, en el quinto lugar. «Muy contenta conmigo misma, pero no pienso colgar todavía el judogi, quiero hacerlo con una medalla, así que, si Dios quiere, estaré en los próximos Juegos Centroamericanos y del Caribe», dijo serena, segura, con los ojos límpidos e inmensos, como su confianza.

Entre el bronce mundial de 2017 y su actuación en Tokio, se queda con aquel metal. «Estoy aquí por ese tercer puesto, que me dio fuerzas cuando estaba casi rendida».

Y se fue, tranquila, a disfrutar de una jornada extensa, extenuante, mágica, en la cual dejó sin sueño a media Cuba, y aun sin un pedazo de metal colgando de su cuello se ganó cientos y cientos de elogios en las redes sociales.

Guerrera la muchacha, que una vez decidió practicar judo para romper ladrillos y ahora, en un solo día, ha roto no se sabe cuántos corazones.

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