TOKIO.― A veces creo que la idea es volver locos a los periodistas durante estos juegos; eso podrán lograrlo con otros, pero con los cubanos, olvídenlo.
Cerca del hotel donde estamos alojados pasa una ruta de ómnibus oficial de los juegos. Es tan impecablemente exacta que cuando está adelantada, el chofer aminora la marcha llegando, y acelera si cree que demorará unos segundos. Así fue al principio, ahora hay que estar un rato antes de la supuesta hora prevista.
Con los japoneses no hay eso de un minuto tarde. La idea es todo a su hora, a su segundo. Tengo la impresión que ellos establecen su agenda en nanosegundos. Semejante puntualidad robótica genera beneficios, pero también exabruptos.
El otro día salí de la sala de prensa corriendo, el ómnibus que debía abordar apenas había iniciado la marcha, aún tenía la puerta medio abierta. Hice señas, en ese código tan cubanamente universal que todo conductor entiende, el chofer soltó una mano del volante y me dijo adiós; pero de parar, nada, ni porque llevaba solo dos pasajeros.
También me sucedió a la inversa, éramos muchos periodistas con el mismo destino. Tuvimos que hacer cola bajo el sol. Se llenó una guagua, con los pasillos atestados (adiós protocolo sanitario) y el conductor sin mover un dedo. La gente sudaba, los de adentro y los de abajo que esperábamos su salida para que entrara el siguiente, pero el hombre no arrancó hasta la hora exacta.
Si eso pasa en Cuba... No, eso no pasa en Cuba. Varios colegas han protestado, y lo único que reciben por respuesta es una risita que en La Habana se entiende de otra manera. Otras veces abren los ojos y musitan unas palabritas en su idioma, que para mí significan algo así como: quién te mandó a venir, si lo menos que queremos aquí son extranjeros.
El día del tifón buesiano (pasarás por mi Tokio sin saber que pasaste) retiraron las sombrillas grandes bajo las cuales uno se proteje, también buesianamente, del sol mientras espera por la salida de los ómnibus. Sabrán que me mojé, y ni se inmutaron.
Y lo último fue que ya hubo atrasos en horarios pico, previo a discusión de medallas. Pero a nosotros nada de eso nos ha subido la presión. Cuando asoma el estrés, recordamos el entrenamiento.