Aquella mañana, al llegar y estrechar su mano, apenas tenía yo una imagen difusa del rostro de Jesús González Bayolo en alguno de los capítulos de Universidad para Todos en que disertaba sobre jugadores, aperturas, defensas y cuanto punto teórico tocaba con su vehemente manera de entender y explicar la batalla táctica que representa una partida de ajedrez.
Sabía eso y poco más. Físicamente encontraría a un tipo entrado en años, con el rostro mofletudo y el clásico bigote blanco destacando por encima de la sonrisa constante. Pero con detalles sucintos e irrelevantes poco podría hacer un estudiante de Periodismo para enfrentar lo que también podría considerarse una guerra táctica, pero sacada del tablero y traducida en forma de entrevista de un inexperto a un veterano del oficio.
Sin embargo, guardaba yo una baraja bajo la manga que, en realidad, no era más que un trozo de periódico. Años atrás, días antes de comenzar la carrera de Periodismo, un par de amigos a los que aún agradezco habían llegado a mi casa con el documento destinado a salvarme del trance tantísimos meses después: una página completa del diario Juventud Rebelde en que Bayolo respondía preguntas y hablaba distendidamente de periodismo, de ajedrez y de vida.
«Mira, la mayoría de la gente en el mundo entero pierde un tercio de cada día, más o menos, para poder hacer el resto del tiempo algo de lo que más le gusta. Yo he hecho lo que más me gusta todo el tiempo…», dijo al entrevistador y a mí, como a cualquier joven próximo a iniciar su aventura en la profesión, se me quedaron tatuadas sus palabras, casi como un mantra que venía una y otra vez.
Con Bayolo pudiera uno conversar de mil temas, mas ninguno le apasiona tanto como el ajedrez. Y frente a él, en remembranza de tiempos pasados, resulta sencillo comprender las genialidades de Kasparov o la elegancia incólume de Spassky y sus duelos legendarios con Fisher, o la irreverencia y el talento sin parangón de Capablanca, que solo de citarlos le arrancan el brillo de los ojos.
Con vergüenza logré confesarle que suelo seguir con interés las noticias del mundo de los trebejos, que siento incluso placer al escribir sobre desenlaces inesperados o jerarquías infalibles, mas, en realidad, a veces no soy más que un reportero incapaz de discernir entre una Giuoco Piano y un Gambito de Dama.
Bayolo sonrió, cual experimentado que dice para sí mismo: «ya tendrá tiempo de aprender, muchacho». Casi pude leerle en la mente esa frase y puede que sí, aunque no me comprometo, porque del ajedrez apenas sé —gracias, Sócrates— que no sé nada. Aunque también sé, déjenme decirles, que es un deporte hermoso en los que Cuba ha parido tipos geniales como Capablanca para jugarlo y como Bayolo para contarlo.