Perisic (arriba) y Mandzukic fueron los héroes de la remontada croata. Autor: Getty Images Publicado: 11/07/2018 | 10:12 pm
Si Gardel siguiera el fútbol de estos días, entendería que nunca tuvo más razón que aquella vez, cuando cantó que 20 años no son nada. Y es que el fragmento en cuestión es parte de un tema cuyo título, Volver, se parece cada vez más a los sucesos de esta Copa del Mundo, Rusia 2018.
Dos décadas después del torneo que acogió la nación francesa, Les Bleus han retornado a la final. El próximo domingo, la camiseta azul volverá a ser parte del tapiz que se dibujará sobre el césped del estadio Luzhnikí. Una camada de estrellas dirigida por Didier Deschamps, capitán de aquel equipo campeón, tratará de emular el éxito de sus «maestros».
Ayer, en el mismo campo en donde se definirá quién será el rey del fútbol mundial durante los siguientes cuatro años, otra selección que en 1998 fue sorpresa, superó a sus predecesores. En tierra rusa, Prosinecki, Jarni, Boban y Suker volvieron a dejar el corazón, pero ahora usando las piernas de sus sucesores, protagonistas de una hazaña nunca antes vista.
Los croatas, obligados por las circunstancias a jugar 120 minutos —más las sendas tandas de penales— frente a Dinamarca y Rusia, tuvieron un nuevo deja vú, esta vez en la semifinal contra Inglaterra. Otra vez en desventaja desde bien temprano, luego de un magnífico cobro de falta de Kieran Trippier al minuto 5’, los de Zlatko Dalic se vieron forzados a subir una cuesta sobre la cual no parecen haber dejado marca suficiente.
Lógicamente disminuidos en el apartado físico a causa del desgaste producido durante sus choques previos, el cuadro Vatreni se vio desarticulado por el rápido golpe, y pasó gran parte del tiempo inicial intentando hallar una vía para asustar al arquero Jordan Pickford. Con Modric y Rakitic alejados de las zonas trascendentes del campo, poco pudieron hacer en 45 minutos.
La charla del técnico balcánico debe haber sido cuando menos esclarecedora, porque tras la pausa intermedia, sus muchachos salieron como si fueran a debutar en el torneo. Aclaradas las mentes, los botines comenzaron a sintonizarse y poco a poco fueron empezando a generar esa magia que caracteriza al fútbol de la desaparecida Yugoslavia.
Perisic fue un puñal por la izquierda, y de su conjunción con la «sala de máquinas» fue surgiendo en las filas inglesas esa sensación de peligro inminente que se nota cuando el gol está cerca del arco propio. Una pelota larga desde la derecha fue el pretexto para el extremo, que con su poco ortodoxo número «4» en la espalda, apareció para puntear el balón hasta el fondo de la valla que cuidaba Jordan Pickford.
De ahí al cierre del reglamentario hubo chances para ambos lados, pero como estaban sobre el césped los del uniforme a cuadros, la suerte quiso que les tocara jugar otro alargue, el tercero de forma consecutiva.
En el momento en que las rodillas pesaban más, el corazón les bastó a los croatas para sacar adelante las cosas. Mandzukic, que marchaba con un pie y la mitad del otro, aprovechó la habilitación de Perisic —estrella de la noche— y se coló entre la defensa de los Tres Leones para cruzar un zurdazo que enmudeció a los esperanzados del otro lado del Canal de la Mancha.
Seis partidos —y un mes— más tarde, este domingo desde la arena moscovita nos tocará ver los últimos 90 minutos de espectáculo. Claro, que quién sabe si con los invitados de turno haya una media hora extra, e incluso una ráfaga de disparos desde el punto de castigo. De momento, poco de eso es relevante, siempre y cuando quede la oportunidad de regresar.