Leinier marcó récord para América además de hacerse con la plata paralímpica (En la foto, el atleta en Río de Janeiro). Autor: AFP Publicado: 21/09/2017 | 06:39 pm
GUANTÁNAMO.— Ella notaba algo extraño en la mirada de su hijo y fue en busca de un especialista. Pero el niño apenas tenía un año de edad y tuvo que esperar 12 meses más para un diagnóstico confiable que, finalmente, despejó por un tiempo su sospecha de algún padecimiento.
De todas formas, María Elena Pineda seguía preocupada porque el pequeño Leinier disfrutaba de «los muñe» demasiado pegado a la pantalla del televisor. No quiso obsesionarse con sus dudas y dejó que el tiempo pasara.
En el barrio de San Justo, donde nació, la gente convertía la calle sin asfalto que lo atravesaba en una improvisada, pero auténtica arena deportiva. Con trazos de carbón sobre la tierra parda, la muchachada probaba sus habilidades para el salto. Leinier brincaba, como los demás, pero la gente advertía cierto arte en el impulso que lo hacía irse más allá de la raya.
Miriam, como tu hijo salta, le decían a la madre; en vez de al oculista, llévalo al área deportiva, búscale a alguien que desarrolle en él todo ese impulso, le aconsejaron.
El campeón junto a su madre, la otra ganadora de su historia. Foto: Haydée León Moya
Y se fue ella con su niño de primaria a un área deportiva, en las inmediaciones del estadio Nguyen Van Troi, y allí se acercó él por primera vez a la pedagogía en el deporte. No fue nada duradero, porque al aspirar a su ingreso a la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE), no clasificaba por su baja estatura (actualmente mide 1,65 metros). Así, terminó la secundaria básica y no bastaron sus excelentes comportamiento y calificaciones para cumplir su deseo de ser Camilito, pues en los exámenes médicos de rigor los expertos advirtieron que tendía a confundir los colores. Con tal limitación no era aconsejable su ingreso a la Escuela Militar Camilo Cienfuegos.
A pesar del peso de tal determinación, y otra vez por la sabiduría y la insistencia de la gente del barrio, siguieron ambos pensando en el deporte. Gracias a esas decisiones que toma uno un día de esos que amanece con un impulso, se fue la madre en busca del hijo al preuniversitario en el campo, donde cursaba el 10mo. grado, con la decisión de incorporarlo a los entrenamientos en la pista de atletismo, en San Justo, la barriada que los vio nacer a los dos.
Y así fue. Entonces creyeron ver, definitivamente, más expedito el camino de los anhelos de quien, a sus 27 años de edad, acaba de alzarse en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro con sendas medallas de oro en los 100 y 200 metros planos.
Casi sin desempacar sus maletas, está Leinier Savón Pineda entre los suyos, aquellos que le vieron crecer y que no le permitieron desmayar en sus aspiraciones. Es media tarde de domingo, y está en el ambiente todavía la alegría de un caluroso recibimiento al campeón paralímpico, cuando conversa con JR para continuar su historia de vida.
—Entonces, ¿es en la pista de atletismo de San Justo que te inicias en el deporte para discapacitados?
—No exactamente así. Comienzo ahí a entrenar, como alumno de la ESPA (Escuela de Perfeccionamiento Atlético), gracias a la insistencia de mi madre y a las posibilidades que vio en mí el entrenador Alfredo (Yin) Carbonell, pero era un atleta convencional, velocista de los 100 y 200 metros planos. Luego tuve muchos preparadores que influyeron en el desarrollo de las habilidades que fui alcanzando. Participé en varios topes interprovinciales en esa categoría, pero realmente no asistía a competencias más exigentes, a pesar de tener resultados, incluso medallista de oro en eventos nacionales. Así pasaron varios años. Y también se me presentaron en el camino otras pruebas a mi capacidad de perseverar, pero ni mi madre ni yo creímos en profecías del destino o en maleficios.
—¿Cuáles, por ejemplo?
—Después de luchar tanto para entrar a la ESPA, me realizan el chequeo médico para el Servicio Militar Activo y me declaran no apto, por padecer una dolencia oftalmológica que me había provocado baja visión en un ojo y pérdida total de esa capacidad en el otro. Es, exactamente, una retinoquisis ligada al cromosoma X, una enfermedad ocular genética que se caracteriza por agudeza visual reducida en varones. Pero si bien fue un momento duro para nosotros, igual nos dio mucha alegría, porque siempre hay que ver el lado positivo de las cosas.
—Y entras, en 2012, al equipo nacional de atletas discapacitados, en la categoría T12, ¿cómo?
—De nuevo por mi insistencia y el apoyo de mi mamá, que llamó por teléfono a Miriam Ferrer, mi actual entrenadora, y le dijo mira… ya usted se imagina, debe haberme puesto por las nubes, pero ella le dijo, eso tengo que verlo.
«Ah, ¿tienes que verlo?, se dijo mi madre, y a los pocos días me dice la vieja a mí y a mi padrastro: recojan que nos vamos para La Habana. Nos alquilamos en Mantilla. Fue solo por un tiempo, luego ellos regresaron para la casa y yo comencé a entrenar con el equipo nacional, siempre en las mismas modalidades, 100 y 200 metros planos, además de salto de altura.
«Todos mis compañeros ya eran campeones y estaban fogueados. Yo no era nadie, sinceramente, pero me ayudaron mucho y yo sabía que podía igualarme a ellos, porque fui para la capital con una sola idea: aprovechar bien la oportunidad para prepararme».
—Y te preparaste…
—La entrenadora Miriam ha puesto toda su sabiduría y yo todo el empeño. Hace solo dos años tuve mi primera experiencia internacional, exactamente en diciembre de 2014, cuando asistí a un tope abierto en México, donde obtuve dos medallas de oro en velocidad, y plata en salto largo.
—Fue solo el comienzo de una corta, pero exitosa carrera… ¿qué otros triunfos precedieron al título olímpico?
—También oro en las mismas modalidades de velocidad y salto, pero en los Parapanamericanos de Toronto, Canadá, en agosto del año pasado, y dos meses después en el Mundial de Doha, Catar.
Antes de las olimpiadas, agradezco mucho los topes de preparación que tuve durante varios meses en ciudades de México y en ese país en el centro internacional de entrenamiento de Monterrey, especialmente. Después estuvimos en el propio escenario de las competencias olímpicas, y en todo ese tiempo me mantuve en muy buena forma.
—Esa forma deportiva ¿cómo se concretó en cada salida a la pista de Río?
—Tenía una dolencia en una pierna desde antes de comenzar la competencia, pero realmente no sentí presión, aunque sí tuve muy buenos rivales, como el sudafricano Ndodomzi Jonathan Ntutu, quien en la final, por cierto, corrió al lado mío y justo del ojo que no veo nada. Recuerdo que antes de salir a la pista, él, que es muy carismático, sacaba de una mochila un número uno y me lo mostraba, y yo me hacía el que no veía nada, nada. Primero gané la clasificatoria de 100 metros planos con 10.89 segundos, y eso me dio confianza para la final, que aunque fue de 10.97, fui el uno y no él, que hizo 11.09 segundos. En los 200 metros hice 22.48 segundos en la clasificatoria, 22.28 en semifinal y 22.24 en la final. En el salto me fui sin medalla, pero con diploma olímpico por el octavo lugar alcanzado.
—Es tu gran realización, ser campeón olímpico…
—Para mí es muy importante este triunfo, no lo puedo negar, porque resume todo mi esfuerzo y el de los entrenadores, pero mi mayor realización es ser un joven deportista formado por esta Revolución, que defiendo aun con mis dificultades para verla y disfrutarla mejor.
«Uno a veces piensa que pasó trabajo para alcanzar un triunfo, pero lo contrario sería un facilismo que no te aporta a tu formación como ser humano. Soy deportista, graduado universitario en la especialidad de Cultura Física, querido por la gente de mi barrio, de mi provincia que tanto amo. Eso es demasiado».
—¿No te ha ayudado también tu apellido, o no tienes nada que ver con el multicampeón olímpico Félix Savón, también hijo de esta tierra del Guaso?
—Sí, es mi primo y ha estado al tanto de mí siempre, porque somos de muy humilde comportamiento y una familia muy unida, pero yo he tratado de ascender deportivamente despegado del peso que tiene mi apellido en el deporte cubano, y más arraigado al esfuerzo personal, que es lo que te enseña a comprender cuánto vales y cuánto fuiste capaz de reciprocar lo que la Revolución ha hecho por nuestra realización. No porque seamos discapacitados la dirección del país hace menos esfuerzos, todo lo contrario. Por eso mi éxito es de toda mi familia, pero también lo es especialmente de mi Patria, de Fidel y de Raúl. Soy, sencillamente, otro Savón, un fruto del deporte revolucionario cubano.