TORONTO.— Dicen los que han ido a Londres que esta ciudad se parece a aquella. Que por todas partes hay rasgos de la cultura inglesa. En la estructura de los edificios, en la sobriedad de los colores, en el orden, en la disciplina. Dicen también que mucha gente aquí se comporta como lo hacen los británicos.
Yo no he ido a Londres, pero sé que son muy puntuales. Precisos, hasta «rosca izquierda» como diríamos nosotros, con tal de cumplir. En eso los toronteses sí se parecen, y mucho.
El transporte público de esta urbe está muy permeado por la «rigidez» de la capital inglesa. Enhorabuena. El sistema de autobuses habilitado para mover a la prensa en estos Juegos Panamericanos, en cambio, parece más latino. Uno no puede esperar a la salida más próxima a la hora de inicio de una competencia porque corres el riesgo de llegar con la ceremonia de premiación.
Pero eso no es todo. Nosotros los cubanos, tan acostumbrados a pedir un chance, a que nos abran la puerta de la guagua (o del P, o del almendrón) en un semáforo, o en una esquina fuera de la parada oficial, ya nos hemos adaptado a desechar esa opción. Aquí te dicen con una sonrisa de oreja a oreja: no se puede.
Eso está bien, pero que pasen cerca de tu hotel o de la estación del metro que debes abordar y no quieran dejarte ahí, es demasiado. Tienes que seguir hasta el destino final, sea cual sea, y después regresar. No importa la hora.
El viernes el chofer que nos llevó al primer cartel de boxeo extravió la ruta en el regreso. Era medianoche y aún estábamos en el ómnibus. Estuvimos media hora más dando vueltas, como compensación le pedimos que al pasar cerca del metro nos dejara allí.
Nada de nada. Apelamos a un traductor para que mediara por nosotros. Y tampoco, la misma respuesta corte inglés: me dijeron que los llevara para el centro de prensa y hasta allí no paro. Lo siento.
Y lo otro, para ser mucho más londinenses, cuando entramos al centro de prensa, los buses pasan por la misma puerta principal, pero nos dejan, a veces, 30 metros más allá, donde está establecido. El día que uno quiso violar esa decisión, un policía vino y obligó al chofer a cerrar la puerta y a estacionarse donde debía. Ni más ni menos.