A pesar de su levedad en la geografía nacional, Manatí le ha tributado al fútbol cubano más de una figura ilustre. Desde que se introdujo su práctica en la localidad, allá por el primer cuarto del pasado siglo —dicen que fue obra de los tripulantes de un barco noruego fondeado en el vecino puerto— el bien llamado deporte de las multitudes conquistó las simpatías de sus habitantes. Eso explica por qué los goles son allí más populares que los jonrones.
Futbolistas manatienses hubo que llegaron a ostentar la gloria de integrar la selección nacional. Los pioneros en tener semejante honor fueron dos primos de grata recordación: José "Pepito" Verdecia, centro delantero de gran talento goleador, y Brígido Ochoa, legendario guardameta a quien apodaron El hombre goma por su descomunal saltabilidad. Ambos jugaron a fines de los años 60 e inicios de los 70. Juntos asistieron a los Juegos Deportivos Panamericanos, celebrados en la ciudad de Winnipeg, Canadá, en 1967.
Pepito anotaba goles insólitos desde cualquier posición en la cancha, lo mismo con las piernas que con la cabeza. Desplegaba una velocidad asombrosa, de la que ya había hecho gala en sus tiempos de pelotero, deporte donde también descolló jugando en los jardines. En su etapa como miembro del equipo grande cubano nadie le hizo sombra en la posición de centrodelantero titular. Siempre fue un auténtico ídolo para los manatienses que se iniciaban en el fútbol.
Brígido no queda a la zaga en cuanto a la leyenda. Lo vi jugar muchas veces y todavía conservo en mi retina imágenes de algunas de sus asombrosas atajadas bajo los tres palos. Se cuenta que cierta mañana, en La Habana, fue a cruzar una calle muy transitada y no advirtió la cercanía de un automóvil que venía hacia él a toda celeridad. Alguien lo alertó con un grito. Brígido despegó hacia arriba como un muelle, puso una mano sobre el capó del vehículo, rodó por encima del techo e impidió así el atropello. Se lesionó, pero salvó la vida.
Otro arquero nacido y criado en Manatí que también formó parte del equipo Cuba en los años 70 fue William Bennet, "Batalla". Entre sus atributos técnicos figuraban su seguridad para detener balones por alto y para anular contrataques rivales.
Quiso el azar que coincidiera en la selección con muy buenos guardametas, como Lázaro Pedroso y José Francisco Reynoso, por lo cual fue siempre jugador de cambio. Aún así, Batalla se mantuvo al más alto nivel. Hizo luego carrera como técnico de equipos juveniles y del cuadro nacional.
El trágicamente desaparecido Pedro Fenton Herrera, "Puyuyo", resultó un fuera de serie en línea media durante su efímero paso por el equipo grande. Recuerdo cuánto deslumbró por su espectacularidad en los Juegos Deportivos Panamericanos, celebrados en San Juan, Puerto Rico, en 1979, donde Cuba conquistó nada menos que la presea de plata, al perder 4-1 en la final frente a Brasil.
Y claro, Ramón Núñez Armas… Opino que ha sido el futbolista más grande en la pródiga historia manatiense de ese deporte y uno de los más relevantes de Cuba en cualquier etapa. Vistió la casaca nacional por espacio de una década.
Monguín, como se le conoce en la patria chica, fue dueño de un refinado olfato para marcar goles, atributo que le propició anotar más de 300 en su brillante carrera.
Núñez Armas nació en Manatí, el 19 de abril de 1953. Desde pequeño exhibió habilidades y provocó admiración cuando jugaba en la calle con sus amigos del barrio. El chiquillo realizaba fintas, túneles y regates con una destreza pasmosa.
Un entrenador local lo descubrió y le mejoró la técnica. Al poco tiempo el nombre del muchacho circulaba de boca en boca como sinónimo de excelencia deportiva.
Después vinieron competencias infantiles y su ingreso en la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) Capitán Orestes Acosta, en Santiago de Cuba.
Tras pasar por las categorías juveniles, Monguín irrumpió en el Cuba grande en 1974. Fue tal su empuje en cada oportunidad recibida que en unos meses abandonó el banco de la reserva y devino titular. En esa condición llegó a los Juegos Olímpicos de Montreal, en 1976.
Allí Cuba fue eliminada en la primera ronda sin anotar ni una sola vez, al empatar a cero con Polonia y caer 1-0 frente a Irán.
No fue su única experiencia olímpica. En 1980 acudió con la selección cubana a la cita de Moscú. En el partido inaugural derrotaron 1-0 a la africana Zambia. Un par de jornadas después superaron 2-1 a Venezuela, saldo que los envió a cuartos de final. El segundo gol de este partido salió del botín de Núñez Armas. El sueño llegó hasta ahí, pues luego perdieron un par de veces sin anotar: los soviéticos los golearon 8-0 y los checoslovacos —a la postre campeones— 3-0.
El momento de más brillo en la carrera de Monguín fue acaso el torneo hexagonal celebrado en Honduras en 1981. Allí Cuba lidió por dos plazas para el Campeonato Mundial de España 1982, junto a la selección local, Canadá, Haití, México y El Salvador.
Para sorpresa de todos, los favoritos aztecas fueron eliminados. Los boletos los adquirieron salvadoreños y hondureños. Cuba quedó en la quinta plaza, con un partido ganado (vs. Haití), dos empates, un par de fracasos, cuatro goles a favor y ocho en contra.
Núñez Armas rubricó la mitad de las anotaciones cubanas y jugó a tal nivel que los scout de dos equipos de Costa Rica —Liga Deportiva Alajuelense y Deportivo Saprissa— se le acercaron para proponerle jugosos contratos, que él rechazó.
Al final, integró el Todos Estrellas del torneo como el mejor centro delantero, por delante de Hugo Sánchez, el famoso mexicano que jugó luego en el Real Madrid.
La prensa hondureña de la época acentuó el rendimiento de Monguín. Por cierto, el diario El Heraldo, de la capital del país, insertó en sus páginas una nota que, por lo absurda y ridícula, no recibió el menor crédito. La publicación aseguró que Núñez —de piel blanca y ojos azules— era un infiltrado ruso dentro del equipo cubano, compuesto abrumadoramente entonces por jugadores de la raza negra.
Además de las citas olímpicas y de las eliminatorias mundialistas, Núñez Armas tomó parte en juegos panamericanos y centroamericanos durante su carrera futbolística.
También participó en infinidad de encuentros amistosos y giras de preparación por diversos países de Europa, Asia, África y América, siempre con la camiseta con el número 10 en la espalda.
Jamás dejó de jugar con su equipo, Las Tunas, en los campeonatos nacionales. En 1977 terminó como líder goleador.
Su retiro devino uno de los sucesos deportivos más extraordinarios ocurridos en el estadio Ovidio Torres, de Manatí. Cientos de aficionados lo ovacionaron junto a Pepito, Brígido y Bennet, quienes también colgaron oficialmente los tacos aquel día.