I El maestro Rufino Alay Chang Según la información que tenemos en nuestro poder sobre el tema de las artes marciales, el traspaso de los secretos del kung-fu a personas que no tuvieran origen chino ocurrió solo en dos ocasiones hasta el inicio de la segunda mitad del pasado siglo XX.
Uno de esos casos tuvo lugar en Hong Kong, cuando el célebre Bruce Lee, por razones puramente comerciales, hizo públicos en sus filmes de acción muchos de los «misterios» de ese arte marcial. Hasta entonces, tales conocimientos habían estado celosamente guardados por los grandes maestros chinos del wushu.
El otro caso ocurrió en Cuba por un motivo bien diferente: el último día del mes de octubre de 1962, el Maestro Rufino Alay Chang se decidió a transmitir sus conocimientos para contribuir a la defensa de su Patria. Era el tiempo de la llamada Crisis de Octubre.
Una semana antes, el 22 de octubre de 1962, el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, había anunciado la materialización de un bloqueo aeronaval total a Cuba por fuerzas militares de ese país. Entonces, los Órganos de Seguridad del Estado cubanos recibieron la orden de tomar cuantas medidas adicionales fueran necesarias para garantizar la defensa e integridad de nuestro territorio.
Así, se decidió preparar a un agente para infiltrarlo en un sector de la contrarrevolución cubana residente en los Estados Unidos que se vinculaba al juego ilícito y la mafia. Y entre varios compañeros se escogió a uno de origen chino, Rufino Alay Chang, cuyo seudónimo sería Arturo.
Rufino Alay había nacido en Cuba el 12 de marzo de 1928 y vivió hasta su adultez en la ciudad de La Habana, donde llegó a graduarse de bachiller. Colaboró con el Movimiento 26 de Julio y después de 1959 se integró a las Milicias Nacionales Revolucionarias. Incluso, organizó el batallón José Wong dentro de la colonia china residente en La Habana.
En el contexto de la Crisis de Octubre, el Ministerio del Interior creó un batallón de misiones especiales, donde fue ubicado el agente Arturo. Allí, este reveló sus conocimientos sobre lucha personal, adquiridos con viejos maestros de las artes marciales, los cuales seguramente podían ser de utilidad a otros combatientes para enfrentar la nueva situación.
Rufino fue aprobado entonces como entrenador y se abandonó el plan previsto inicialmente. Y para que no se detectara el verdadero origen de aquella forma de lucha personal china, el Maestro propuso llamarle karate, nombre que habían popularizado ya los filmes japoneses.
De esa forma, se encubrirían los conocimientos específicos que pudiéramos adquirir sobre el kung-fu y Arturo no se perjudicaría con sus maestros del Barrio Chino de La Habana. Estos prohibían a sus alumnos dar a conocer tal forma de combate a personas no autorizadas.
La propuesta de Arturo se aceptó. Finalmente, llegaron los primeros días de noviembre de aquel año y, como es conocido, la Crisis de Octubre no produjo acciones militares masivas contra Cuba. Así, el bloqueo aeronaval estadounidense terminó el 20 de noviembre de 1962 y se instruyó la desactivación de aquel «batallón especial».
IIEn una reunión con el Comandante Manuel Piñeiro, a la sazón Jefe de la Inteligencia, se actualizó el trabajo del personal que había estado incorporado al «batallón especial» y se aprobó profundizar más en el kung-fu para analizar si se podía incluir este arte marcial en la preparación de los agentes de destino especial que seguían entrenando.
El informe que se elaboró evidenció que existía una organización fraternal en el Barrio Chino, llamada Hai Yut Wui, situada en las calles Zanja y Campanario, a la cual Rufino Alay pertenecía. Allí tenía lugar la práctica de artes marciales bajo la dirección de los pocos maestros de kung-fu que existían entonces en Cuba.
Los maestros solo impartían conocimientos profundos de dicha lucha a personas muy bien seleccionadas, de padre y madre chinos, quienes debían cumplir un grupo de normas éticas muy rígidas.
Entre estas normas sobresalían tres:
No utilizar el kung-fu en beneficio personal. No aplicarlo contra personas más débiles, lo cual significaba un abuso. No hacer uso del mismo cuando el oponente ya estuviera vencido.Los tres maestros principales en aquella organización se llamaban: Wong Kei, Lee Choi y Lee Wu. El primero era el instructor de Rufino Alay.
El informe emitido permitió al Comandante Piñeiro, en consulta con el Ministro del Interior, Comandante Ramiro Valdés, tomar la decisión de incorporar dicha técnica a un grupo de agentes que se encontraban en preparación en aquellos momentos. Además, se creó una pequeña sección que se ocupara de garantizar toda la infraestructura para esta nueva especialidad.
Los dos primeros oficiales a quienes asignamos la tarea de convertirse en profesores, aprendiendo de Rufino Alay, fueron los hermanos Heriberto y Domingo Rodríguez Oquendo, a quienes bautizamos con los seudónimos de Agustín y Raúl Rizo.
El primer gimnasio especial que organizamos y dotamos con tales fines, en el mes de marzo de 1963, estuvo situado en el sótano de la casa donde residía Heriberto Rodríguez, en el barrio capitalino conocido como Nuevo Vedado.
Seis meses después, ya habíamos desarrollado los cursos de preparación de varios agentes, así como de algunos profesores, lo cual nos permitía cierta holgura en la nueva tarea. Luego, se decidió ampliar la enseñanza del nuevo arte marcial a grupos de combatientes de la Dirección de Seguridad Personal, la Policía Nacional Revolucionaria y oficiales de las FAR. Transcurría el año 1964 y todavía el karate no se practicaba como deporte.
Coincidentemente, por aquel entonces se había iniciado la cooperación entre algunas organizaciones japonesas de solidaridad con Cuba y el Ministerio de la Industria Pesquera de nuestro país. Entre los asesores japoneses contratados había uno llamado Kohagura Masaaki, a quien sus nuevos compañeros cubanos le asignaron el nombre de Camilo y demostró poseer un buen dominio de las técnicas del karate.
De inmediato, nuestros profesores se pusieron en contacto con aquel amigo japonés, cinta negra y segundo dan, títulos adquiridos en la escuela de artes marciales Hyoshinmon, de Tokyo, dirigida por el maestro cinta negra y sexto dan de karate, Hoshu Ikeda.
Camilo se mostró dispuesto a compartir los conocimientos que tenía, y las clases transcurrieron en un antiguo salón de baile situado entre las calles Prado y Neptuno. Allí quedó instalado el primer dojo cubano de karate do.
El resultado de aquella integración, que después se amplió con otro colaborador japonés llamado Kobayashi Seiki, fue una interesante fusión de los conocimientos y las técnicas de ambas escuelas.
En el año 1969, cuando nuestra fusión de karate con kung-fu había dejado de ser un arte marcial secreto, el profesor Hoshu Ikeda, director de la escuela Hyoshinmon de karate, viajó a Cuba invitado por las autoridades deportivas cubanas y del MININT.
Durante su estancia en el país, Ikeda impartió un grupo importante de clases magistrales y exhibiciones públicas, de gran impacto en la población. Además, realizó exámenes para otorgar la categoría de cinta negra segundo dan de karate a los alumnos cubanos más aventajados del dojo de Prado y Neptuno, junto a otros talentos del país.
El profesor Ikeda anunció entonces un compromiso gratuito de colaboración, que trajo como resultado la presencia en tierra cubana durante varios años del segundo profesor principal de la escuela Hyoshinmon, llamado Ito, quien continuó ampliando así el nivel técnico de nuestros karatecas.
A partir de 1973, nuestros profesores y alumnos más aventajados fueron enviados a Japón, donde lograron alcanzar niveles superiores en karate. El primer cubano que alcanzó allí el quinto dan cinta negra de karate fue precisamente el maestro Raúl Rizo.
Paralelamente, comenzó la colaboración en las técnicas del gyouksul con la República Popular Democrática de Corea, así como en defensa personal con el Ministerio del Interior de la URSS. A partir de los años 90, se enviaron jóvenes a la República Popular China para aprender artes marciales y en 1995 viajó a ese país el hoy Maestro Roberto Vargas Lee.
Roberto estudió las técnicas del wushu, impartidas en la Universidad de Cultura Física de Beijing. A su regreso, se amplió extraordinariamente la práctica del wushu como arte marcial y como deporte masivo.
IIIEn un antiguo salón de baile, situado entre las calles Prado y Neptuno, quedó instalado el primer dojo cubano de Karate do.
Ya Arturo y Agustín no están físicamente entre nosotros. El primero murió el 2 de julio de 1985 y el segundo el 17 de agosto de 2005.
Durante sus prolíficos años de servicios en el MININT, ambos compañeros recibieron numerosas condecoraciones. Entre ellas se cuentan la distinción XX Aniversario del MININT y de las FAR, la XX Aniversario del Moncada, y XX Aniversario de la Seguridad del Estado.
A finales de los años 90 se otorgó en Japón al karateca y amigo Camilo la Medalla de la Amistad, en una ceremonia celebrada en la embajada cubana en Tokio. La presidió el compañero Sergio Corrieri.
La tarea iniciada hace 46 años, un kung-fu clandestino que luego se vistió de karate y finalmente se resumió en wushu, se resume en la Escuela Cubana de Artes Marciales. Ella forma parte del acervo deportivo y combativo del país.
En la mañana del sábado 13 de octubre de 2007 tuvo lugar un solemne acto en el Barrio Chino de La Habana, con la presencia de Raúl Rizo y de varios de los compañeros de Arturo y Agustín. Entonces se le puso el nombre de Agustín Rizo al dojo del Barrio Chino, el cual simboliza la práctica masiva de este deporte. Actualmente, allí se imparten clases gratuitas de wushu para niños, jóvenes y adultos mayores aficionados a ese arte marcial.
De igual forma, se bautizó con el nombre de Rufino Alay a la sede de la Escuela Cubana de wushu, donde además se imparten hoy valiosos conocimientos a la población sobre el uso de las medicinas tradicionales chinas.
Cuando el día 22 de marzo de 2008 se conmemoró el aniversario 47 de la creación del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación de Cuba (INDER), tuvo lugar una magna exhibición de artes marciales en el Coliseo de la Ciudad Deportiva de La Habana. En la actividad se recordó el trabajo fecundo de los maestros Agustín y Arturo, así como de los demás precursores, a quienes se les tributaron grandes ovaciones.
* El autor es un alto oficial retirado del Ministerio del Interior.