Héctor Zumbado. Autor: LAZ Publicado: 03/10/2024 | 08:17 pm
«Oh, San Zumbado, santo patrón de los usuarios, escudo de los traspapelados en las envolventes aguas de la burocracia, tenaz castigador de administraciones y/o cagástrofes. Oh, San Zumbado, perdónanos por todos nuestros pecados y auxílianos en esta hora difícil».
Plegaria a San Zumbado, Enrisco 1993
Un día como ayer, pero de 1994, fue emitida y firmada por el entonces Ministro de Cultura de Cuba, el Doctor Armando Hart Dávalos, la Resolución No. 51 de dicho Ministerio, que hacía oficial la creación del Centro Promotor del Buen Humor, que un año después (26 de diciembre de 1995) pasó a llamarse Centro Promotor del Humor, a petición de su propia membresía.
En 2000 se instaura el Premio Nacional de Humor, y por consideración unánime del jurado, el primer creador en recibir dicha distinción fue el escritor y periodista Héctor Zumbado Argueta.
Nada es casual. Treinta años después de la creación de la institución que agrupa lo mejor del humor cubano, invito a mi sección Los Regañones a Héctor Zumbado, quien, para mí, ha sido uno de los principales guías, tutor indiscutible, de los bisoños artistas que comenzaron a cambiar la proyección (sin negar el pasado) de la manera de ver la realidad desde el arte y la risa: el movimiento de Jóvenes Humoristas. Esa vanguardia artística, encabezada por Osvaldo Doimeadiós, dio vida al Centro Promotor del Humor, como importante proyecto cultural.
Fue Doimeadiós quien popularizó la Plegaria a San Zumbado, escrita por Enrique del Risco, y cuyo fragmento nos sirve de exergo. Fue estrenada por este reconocido actor, en el teatro Mella, en 1993, en el primer Encuentro Nacional de Humor, Aquelarre, en épocas muy difíciles como el llamado período especial. Sin dudas es una muestra de respeto y consideración del gremio de humoristas a uno de los escritores y periodistas cubanos que con mayor fuerza y originalidad supo retratar, desde el humor y la crítica, la realidad y el tiempo que le tocó vivir. Héctor Zumbado fue, y es, el gran cronista de nuestra modernidad, de nuestra idiosincrasia, de lo más genuino y verdaderamente autóctono de la sociedad cubana en las últimas décadas.
Puedo ofrecer algunos datos, como de costumbre, una ficha técnica que poco o nada dirá de la obra de este hombre que quería «enlatar el sol». Sus artículos, la vigencia de cada una de sus crónicas, ese estilo único que marcó pauta en el periodismo y que muchos de nuestros más grandes intelectuales reconocen como asidero en su aprendizaje, serán los más fieles testigos del gran ingenio de Zumbado.
Nacido el 19 de marzo de 1932, estudió hasta el segundo año del bachillerato en el colegio Baldor, de la calle 15, esquina G, en el Vedado. En 1948 viajó a Estados Unidos, donde concluyó su nivel medio, y en 1950 se fue a Venezuela, y trabajó como traductor de cartas
comerciales. Fue ayudante de auditor en Haití, y secretario de una agencia de seguros en La Habana. En esta capital militó en el Directorio Revolucionario, mientras estudiaba Periodismo hasta segundo año.
Trabajó como redactor de textos para agencias publicitarias desde 1956 hasta 1961, y fungió como Jefe de publicidad del Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT) e investigador de mercado de la Industria Alimentaria, mientras colaboraba con algunas publicaciones en Bohemia, Revolución y Cultura y La Gaceta de Cuba. En 1968 comienza a escribir para el diario Juventud Rebelde, de manera profesional.
Entre las tantas ocupaciones que tuvo dentro de los medios de comunicación laboró en Prensa Latina y como Jefe editorial de la revista turística Son y Sol. Jefe de redacción de la revista Cuba y del boletín La Hiena Triste, editado por la Uneac. Dirigió la página humorística de Bohemia, colaboró con la emisora Radio Rebelde y la revista Opina. Sus textos fueron publicados en la República Democrática Alemana, República Dominicana, India, Argelia, Noruega, Chile, Uruguay y otros países.
Su extensa obra costumbrista ha sido recogida en múltiples volúmenes, como Limonada, ¡Esto le zumba!, Prosas en ajiaco, Amor a primer añejo, Riflexiones y Kitsch, kitsch, ¡Bang, Bang!, entre otros títulos. Su trabajo también estuvo vinculado con el Conjunto Nacional de Espectáculos, dirigido por Alejandro García (Virulo) y a la agrupación de creación literaria Nos y Otros.
Recientemente se han hecho merecidas compilaciones de sus textos, entre ellas la antología elaborada por Ana María Muñoz Bach, ¡Aquí está Zumbado!, publicada por la Editorial Letras Cubanas en 2012; y la realizada por Ediciones Líber, en su colección A reír, de la Editorial José Martí, Un zoom a Zumbado (también en 2012), gracias a la labor del profesor, humorista y escritor Antonio Berazaín (El Bera), a modo de homenaje y recordación a uno de los más grandes cronistas, maestro de la sátira, que haya plasmado su firma en nuestra prensa de todos los tiempos.
El tipo que creía en el sol
Y todo a media luz / A media luz los dos /A media luz los besos /A media de amor.
El tipo era de ese tipo de gente. Aunque no se sabía bien la letra, y las cambiaba todas, era de esa gente que creía en los tangos. Y un tipo que cree en los tangos es un tipo con el que hay que tener cuidado. Este Gardel cotidiano, que a veces se desdoblaba en Bartolomé Moré, en Toña la de Veracruz, en el increíble Mozart, en uno de los Beatles (o en los cuatro a la vez), en Rimsky Korsakov, en Méndez, José Antonio o en Peza, Juan de Dios.
Este Gardel cotidiano, tenía tremenda fe en el dado. Era de esa gente. Que creía. Creía en las posibilidades, aunque estuvieran encaramadas en el lomo de Rocinante. Era de esa gente. De ese tipo de gente que, si su equipo tenía tres carreras abajo, el noveno inning, nadie en base, con dos outs, oscureciendo y empezando a llover, decía: «Ahora, ahora tú verás que empatamos».
Y, bueno, con un tipo así no se puede. Con un tipo así todo es posible.
Por eso un día ¡se le ocurrió enlatar el sol! No sabía cómo hacerlo. Pero sabía, intuía, presentía, creía que se podía hacer. Y eso era suficiente. ¡Qué vacilón! ¡Enlatar el sol! Meterlo en laticas. Y ponerle una etiqueta:
Tropical Sunshine Genuine. Abra por la línea de puntos. 250 gramos de cálido sol tropical. Tibio y sensual. Radiante y juguetón. No guardar en lugar fresco.
¡Qué vacilón! Coger todo el sol que sobre. El de la acera del sol, por donde nadie camina. El de las doce del día, que hace arder la guardarraya. O el que cae pesadamente en los tramos de la costa, calentando el dienteperro. Todo ese sol. Cogerlo y meterlo en laticas. Y mandarlo para allá fuera. A Europa. En invierno, que es cuando el sol se pierde y no hay quien se empate con él.
¡Excelente reglón de exportación! ¡Qué vacilón!
Y con su latica bajo el brazo salió a vender su idea. A persuadir. A convencer. A transmitir con el brillo de los ojos la posibilidad de lo posible.
Pero por cosas del azar, no dio con los receptivos. Esos que cuando escarban la tierra con los dedos no piensan en la higiene de las uñas, solamente en la semilla.
Esos que si tienen que ir a pie hasta Santiago se llevan una buena tumbadora.
Dio con los otros. Esos que están hechos de suave plastilina (...). Que prefieren la orillita de la playa y se pierden el azul que hay en lo hondo. Esa gente que camina despacio por la vida (...), que ven fantasmas en las noches de trasluz y se detienen a mirar las hojas muertas del rosal.
Esos que solo ven el arcoíris cuando llueve, nada más. Se puso fatal. Con esa gente, casualmente, se empató. Con los precavidos. Los comprimidos. Los monocromáticos y calculosos. Los plastilínicos y siempre dudosos.
Y, claro, le dijeron ne, niente, never. A otra cosa mariposa. Primero le analizaron la idea. Mmm... ¿enlatar el sol? La calcularon. La estudiaron. La batieron. La exprimieron y la plancharon.
Y lo que es peor, trataron de convencerlo. De persuadirlo. De frenarlo. De calmarlo. De clavarle los pies sobre la tierra. Y echarle cal. Y arena. Y piedras. A ver si se estaba quieto. Y se dejaba de tanta bobería. Y le dijeron en tono serio, profundo, profesoral y definitivo: chico, pero si es que tú no tienes nada, una idea nada más, y entusiasmo, y una gran imaginación —que eso es bueno— y constancia y dedicación, y un maravilloso optimismo. Pero tú no tienes nada, una lata y una idea, nada más.
Hicieron lo peor que se le puede hacer a un tipo. Aplastarle la ilusión. Romperle en dos el entusiasmo. Plancharle la esperanza.
Y el tipo que creía en el sol —del encabronamiento que cogió— rompió la lata de un piñazo y se quedó pensando en el Quijote.
Y entonces. Súbitamente. De aquella latica chiquitica. Lenta. Lentamente. Empezó a Amanecer.
Héctor Zumbado. Del volumen ¡Esto le zumba!