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Amistosa rivalidad de una tradición

Las parrandas del poblado remediano de Buena Vista no son solo una celebración, sino una manifestación profunda de la identidad cultural y la creatividad  de este pueblo, que se mantiene viva gracias a la pasión y el compromiso de sus protagonistas

Autor:

Félix A. Correa Álvarez

En el vasto panorama cultural del centro de Cuba, pocas celebraciones encapsulan el fervor y la identidad popular como las parrandas del poblado de Buena Vista, en el municipio villaclareño de Remedios. Esta festividad, inmortalizada en los relatos de la historiadora y escritora local Ana María Ruiz Brito, se ha convertido en un símbolo vibrante del arraigo cultural y la rivalidad amistosa entre los barrios de La Loma y La Sierra.

Tradicionalmente, desde el último cuarto del siglo XIX, gran parte de los habitantes de Buena Vista se desplazaban cada año a la villa de San Juan de los Remedios para disfrutar de sus ya populares parrandas. La prensa de la época registró estos sucesos destacando la afluencia y el entusiasmo de los asistentes.

Uno de estos fieles participantes fue el señor José Anastasio Gómez, un carpintero peninsular asentado en el poblado. Inspirado por la magnificencia de las parrandas, Gómez decidió, al regresar a Buena Vista el 25 de diciembre de 1900, emprender la ambiciosa tarea de crear sus propias parrandas.

Una noche, los habitantes del pueblo vieron a Gómez y sus ayudantes y se erigió una estructura de madera en la futura plaza, cubierta de papel de china de diversos colores. Aunque muchos se preguntaban qué era, Gómez solo repetía con orgullo: «Es un trabajo de plaza». Esta estructura atrajo a multitudes durante varias noches, iluminadas por mechones que complementaban la luz de la luna. La espontaneidad de la gente, que incluía música improvisada con rejas, guatacas, cencerros y timbales, creó un ambiente festivo y lleno de vida. Fue así, con el apodado «tareco de Gómez», como surgieron las parrandas de Buena Vista en 1901, marcando el inicio de una tradición que perdura hasta hoy.

Como lo describe Ruiz Brito, «las parrandas de Barrios subieron la barranca para llegar a Buena Vista, montadas en un mulo, en la mente de José Anastasio Gómez, y ahí han permanecido, pues se han convertido en la fiesta de mayor arraigo de la cultura popular tradicional».

La eterna rivalidad entre los barrios de La Loma y La Sierra ha sido un motor social que ha impulsado la espiritualidad y el sentido de comunidad del pueblo durante más de dos siglos.

En 2013, las parrandas de Buena Vista, junto con otras 17 del centro de Cuba, fueron reconocidas como Patrimonio Cultural de la Nación y, en noviembre de 2018, inscritas por la Unesco en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. En 2020, recibieron el premio Memoria Viva, otorgado por el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello. La preservación de estas festividades es un deber compartido por las comunidades portadoras, las instituciones culturales y los gobiernos locales.

Las anécdotas recogidas ofrecen una visión rica y colorida de cómo las parrandas se entrelazan con la vida cotidiana de este poblado. En una ocasión, la competencia alcanzó un nuevo nivel con la historia de las Parrandas de Los Pelaos en 1948. En noviembre, un polémico volante apareció en varios lugares de Buena Vista generando controversia. Se proponía la construcción de un camino vecinal hasta Zulueta, una necesidad evidente para mejorar la infraestructura vial, pero que afectaba económicamente el desarrollo de la parranda.

Los sierristas, enojados, se reunieron en el cine Martí y, a pesar de la falta de fondos, decidieron seguir adelante con las parrandas. Con Antonio «Ñico» Peña a la cabeza, comenzaron a recolectar dinero centavo a centavo, organizando rifas y aceptando donaciones de las comunidades cercanas. Así nacieron las Parrandas de Los Pelaos. Una reina fue elegida a través de la venta de bonos, y Juvenia Subirats Pons, del barrio La Sierra, se coronó ganadora. A pesar de la traición de algunos, los jóvenes mantuvieron la tradición viva, y demostraron que la determinación de un pueblo puede superar cualquier obstáculo.

Armando Fernández, «el Guajiro del Crucero», un poeta repentista y cronista de Buena Vista, también dejó su marca en las parrandas. Cada barrio tenía su propia pirotecnia para elaborar los fuegos artificiales, y los experimentos eran comunes. Un año, los técnicos de La Loma construyeron un paracaídas enorme que, al ser lanzado, aterrizó en una finca cercana, y causó un incendio. Fernández capturó este evento en una composición poética que reflejaba el humor y la camaradería del pueblo:

Artilleros del barrio La Sierra derrochan destreza en el manejo de la pirotecnia.

La Loma tiró temprano

un paracaídas infernal

que le quemó el platanar

a Juan Díaz «el Americano».

Allí se quemó manzanos

y de burros una lista,

a lo que alcanzó mi vista

se quemó todo parejo

y no quemaron al viejo

porque estaba en Buena Vista.

Las historias de las parrandas  de Buena Vista están llenas de personajes coloridos y momentos inolvidables. Pancha Cabrera, una mujer respetada y querida en el poblado, era una ferviente partidaria del barrio La Loma. Un día, un amigo sierrista, bajo los efectos del alcohol, le pidió ver una carroza que Pancha estaba construyendo. Con una risa traviesa, Pancha subió su vestido, diciendo «¡Mira, aquí está mi carroza!». Este incidente se popularizó de inmediato, con el indiscreto y curioso sierrista soportando las burlas de sus amigos por años.

Otro episodio notable involucra a un miembro del barrio La Loma que, en un intento fallido de secar sus voladores en un horno de panadería, causó una explosión que se convirtió en una broma local. La expresión «¡Atiza, Miranda, que se acaba la parranda!» se convirtió en una forma humorística de describir la resistencia de una mecha a encenderse, una frase que perdura hasta hoy en el vocabulario de Buena Vista.

En otra ocasión, Arturo Maiñet Cazallas, un artesano meticuloso del barrio La Sierra, sufrió el robo de una pieza clave de su colección de faroles que simulaban un juego de dominó. Aunque intentaron recuperarla, no tuvieron éxito. Cuando La Loma hizo su entrada triunfal, se levantó en alto la pieza robada, el doble nueve, con un cartel que decía: «¡A mí qué, yo dominé!». Desde entonces, el doble nueve se convirtió en el símbolo de La Loma.

A través de estas anécdotas, queda claro que las parrandas de Buena Vista no son solo una celebración, sino una manifestación profunda de la identidad cultural y la creatividad del pueblo. La tradición ha logrado mantenerse viva, gracias a la pasión y el compromiso de sus habitantes.

La festividad continúa siendo una expresión vibrante del espíritu parrandero, un legado que se transmite de generación en generación y que sigue siendo una parte integral de la vida en este pequeño poblado escondido en las sinuosas alturas de la Sierra de Bamburanao, en Villa Clara.

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