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Pedro de la Hoz, el señor del Periodismo

De la Hoz, Premio Nacional de Periodismo José Martí, laboró en la Redacción Cultural del diario Granma durante 36 años

Autor:

José Antonio Fulgueiras

Murió Pedro de la Hoz González, el señor del Periodismo.

El mejor periodista de la prensa escrita que conocí, y a juzgar por mi edad setentañera, no espero que conoceré a uno mejor que él.

Fue para mí una especie de brújula ética y estética para buscar y encontrar, como marinero letrado, la ruta de escribir mucho en poco espacio, de ser ameno, preciso y creíble.

Nos vimos por primera vez a finales de la década del 70, en la Redacción del periódico Vanguardia, y aunque él era ya una enciclopedia viviente y yo un operario telefónico, oriundo de la finca Macún, a la vera de Sagua la Grande, comenzamos a tejer una sólida amistad, muy sorprendente para mis colegas, pues no siempre —o casi nunca— un genio ilustrado hace migas con un guajiro anodino.

Una vez le dije que no me gustaba Lezama Lima, me respondió directo como siempre: «Es que no tienes cultura para leerlo y entenderlo». Me envió a la guerra literaria y luego de abrir y cerrar múltiples libros entré de nuevo por el cuerpo entintado de Lezama y me extasié con su obra Paradiso.

Cuando Sacerio y yo, alentados por él, comenzamos a cursar la carrera de Periodismo viajando en una moto desde Santa Clara a La Habana, él disfrutaba las anécdotas que les hacíamos de nuestros epopéyicos cruces por la Autopista Nacional y las noches durmientes en la terminal de ómnibus de La Habana. La tesis la hicimos sobre el periódico Vanguardia y en la franja cultural del diario le pedimos ayuda, y en menos de diez minutos configuró una síntesis majestuosa, algo que a nosotros nos llevaba varias semanas en intentos fallidos.

Escribía con dos dedos sobre el teclado de una máquina Robotron, escoltado por un cigarro que sin tocarlo se iba extinguiendo lentamente en la medida que iban brotando los párrafos maravillosos en una cuartilla que no le sobraba ni le faltaba ninguna coma, y en la que su tío Roberto, el Gran Patriarca del periodismo villaclareño, observaba orgulloso las imágenes y símiles sin que su lápiz rojo pudiera entrar en acción arreglista.

Cuando fueron a inaugurar, en diciembre de 1988, el memorial Ernesto Che Guevara un funcionario de alto rango le dijo emocionado que lo más llamativo del acto sería la interpretación de una destacada cantante cubana de una letra sobre el Guerrillero Heroico, de un autor musical de la provincia central de Cuba.

Pedro lo miró y le ripostó: «La canción más grande que se le ha hecho y se le hará al Che Guevara es: Hasta siempre, comandante, de Carlos Puebla. No busque otra que no la hallará». Después le tarareó: «Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia, comandante Che Guevara». Entró el siglo XXI y la historia le dio la razón. La canción es un himno cantado por millones de personas en el mundo.

Una noche en el teatro La Caridad de Santa Clara fuimos a ver la obra Paraíso recobrado, de Albio Paz, actuada por el grupo Teatro Escambray. Una trama sumamente espinosa, pues abordaba el tema de la secta religiosa Testigos de Jehová.

Al final nos invitaron a una actividad en el motel Los Caneyes. Pedro le dijo al invitador: «En media hora estamos allá». Fuimos para el periódico y escribió un reportaje sobre el tema, intercalando citas de la biblia, monólogos de la obra, sin buscar en ninguna fuente, ni mirar la agenda. A los 20 minutos le entregó el escrito a su tío Roberto y me dijo: «¡Nos vamos!».

Fue un enemigo acérrimo de la mediocridad en cualesquiera de sus manifestaciones. Sin ser un músico de profesión, los mejores exponentes de las orquestas cubanas lo respetaban y lo admiraban. Una noche fui con él al Palacio de la Música en La Habana y galantes directores de orquestas como José Luis Cortés, el Tosco, y Giraldo Piloto se le acercaban para saludarlo y le hablaban elogiosamente de este o más cual escrito que Pedro había publicado en el periódico Granma, su última cubierta de combate.

Esa noche el Tosco nos invitó finalmente al Gato Tuerto y nos colmó de gentilezas, y cuando me fui a despedir, ya en la madrugada, le expresé nuestro agradecimiento; tal vez me excedí demasiado, entonces el Tosco me cortó y me dijo: «Para, para, que no estás en una reunión del núcleo del Partido». Pedro reía al recordar la anécdota.

Pero la cumbre de sus dotes inigualables de periodista fue la ocasión en que salió a entrevistar al premio nobel de Literatura José Saramago. Eran ya la siete de la noche y un directivo del periódico Granma me dijo: «Tu socio no aparece, la página está abierta, y mira la hora que es. Como a las siete
de la noche Pedro se apareció con un papelito blanco del tamaño de un tique de conductor de guagua en la mano. No eran tiempos aún de los celulares y no se observaba, ni existían, rastros de grabadora en sus bolsillos. Se sentó y escribió una página completa en una entrevista de preguntas y respuestas hilvanada toda apelando a la memoria y es una de las mejores que he leído en mi vida. A la media hora se puso de pie y me dijo: «Vamos a comer».

Me contaba su esposa Virginia que ya convaleciente en la cama, sin abrir los ojos, en espera de la muerte segura, le dictó un comentario sobre la serie televisiva Calendario. Ella le leía y él corregía: «Esa coma no va ahí». Tras la publicación la realizadora Magda González Grau llamó para agradecerle, pero ya Pedro no podía escucharla. Los sollozos de Magda dieron el agradecimiento a su último texto periodístico en vida.

Murió este 5 de junio atacado por el cáncer, mi amigo histórico Pedrito de la Hoz, el cienfueguero-villaclareño, el vicepresidente nacional de la Uneac y de la Comisión Aponte, integrada por escritores, artistas e investigadores de todo el país, y que condena enérgicamente la conducta racista.

Cuando en 2023 me entregaron el Premio Nacional de Periodismo José Martí me llamó y me dijo: «Te volviste a empatar conmigo». Entonces le respondí y le respondo:

«Tú eres el uno, el dos y el tres. Voy a pararme en la cola a ver si engancho, aunque sea, entre los cien primeros». 

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