Carlos Fundora es uno de los imprescindibles en el desarrollo del humor en Cuba en las últimas décadas. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 14/03/2024 | 10:15 pm
En la década de los 80 y principios de los 90 ocurrió un proceso importante dentro del humor cubano, sobrevenido por el llamado Movimiento de Jóvenes Humoristas, que finalmente se organizó, en 1994, cuando nació, de manera oficial, el Centro Promotor del Humor.
Este movimiento artístico, compuesto por jóvenes salidos mayormente de las aulas universitarias, que incursionaban en la escena cubana con diferentes proyectos y agrupaciones, también dejó su impronta en la prensa cubana, particularmente en el dedeté. Ellos marcaban una diferencia: la mayoría escribía sus propios guiones, nacidos como textos literarios, que se publicaban en nuestras páginas.
Podría mencionar muchos nombres de autores, que formaban parte de grupos como Onóndivepa, Nos y otros, Salamanca, Lengua viva, Los hepáticos…, entre otros.
Los Regañones hoy presenta a uno de esos jóvenes de entonces (ya no tanto, por supuesto), fundador de la legendaria Leña del Humor de Santa Clara, agrupación que aún se mantiene en las tablas, compuesta por otra generación también con muy buenos resultados.
Carlos Fundora Hernández nació en Quemado de Güines, en 1961, y es de esos quemadenses que ha puesto en alto el nombre de su terruño, pasando por Santa Clara y alojándose en La Habana, como lo han hecho sus paisanos geniales. Estudió Licenciatura en Filología en la Universidad Central de Las Villas, donde aprovechó y comenzó con las fundaciones, porque allí fundó La Leña… junto a otros singulares autores que conocerán en estas páginas.
Fundora también aparece entre los iniciadores del Centro Promotor del Humor y algún que otro sello editorial, que se encargaba de hacer libros de literatura humorística a partir de los premiados en los Aquelarre y otras convocatorias. Fue, sin dudas, el principal organizador y compilador de toda esa gama de volúmenes de humor que atesora el Centro en su haber, realizados en aquellos años de esplendor, donde en las ferias literarias había más libros que pollo frito y cerveza.
Como siempre hago, les daré algunas pistas de este singular amigo que ha obtenido diversos premios Aquelarre en décima, cuento y guion, así como en festivales nacionales de la radio por programas humorísticos. Ha publicado varios títulos como: La última obra del bardo inmortal; Plagio, luego existo; Nueve sobre diez; Mitos y leyendas de la Antigua Grecia y Leña del árbol caído, entre otras muchas obras.
Este introvertido narrador, humorista y guionista de teatro, radio y televisión llegó a las páginas de nuestra prensa (y al humor cubano) con un estilo propio de versionar y mezclar las historias: desde las más antiguas y clásicas, hasta la más conocida literatura infantil. Lamentablemente no aparece en ningún currículo suyo, ni en sitio alguno de internet, un dato importante: Carlos Fundora ha sido uno de esos grandes imprescindibles en el desarrollo del humor en Cuba en las últimas décadas. Un incansable creador, promotor y fundador de todo cuanto esté relacionado con el arte de hacer reír. Durante muchos años fungió como asesor en la División de programas dramatizados de la televisión cubana (humorísticos), labor que alternaba con la realización de espacios de este corte en Habana Radio y otras emisoras.
Desde su aparente retiro sigue haciendo todo lo que puede por impulsar el humor porque, según comentó en una entrevista concedida para el reconocido sitio web Homosapiens: «El talento creador en el humorismo, como en casi todas las esferas de la vida, es algo innato. La vis cómica es un don que no deja de tener su misterio y quien la posea es realmente un afortunado».
Carrillo, dedeté 1987. Ramón Carrillo Gómez: Caricaturista, pintor, ilustrador
y humorista. Colaborador de las páginas del dedeté
desde finales de los años 80, hasta la actualidad.
Fundador de la prestigiosa agrupación de teatro humorístico
La Leña del Humor de Santa Clara.
Los Lobitos
Doña Loba se despertó temprano. Bostezó abriendo desmesuradamente la boca, como todo animal bien educado, y miró a sus tres lobeznos que dormían plácidamente. Eran los frutos de su amor, y su amor no andaba nada bien.
El lobo había estado en los últimos tiempos sencillamente insoportable. Primero fue la pelandruja de Caperucita, después el famoso escándalo de Blancanieves, cuando lo descubrieron haciéndose pasar por uno de los enanos y, por último, lo que vino a llenar la copa: las andanzas con la bruja. La loba le entregó un ultimátum: ella o la bruja. Y por primera vez el animal se portó de forma sensata. Hacía tres meses que se habían divorciado.
Al llegar a este punto en sus pensamientos no pudo evitar que se les escapara un lastimero aullido, con el que despertó a Lon Chaney, Jack London y London Bridge.
Sus cachorros se acercaron, el primero mostrando sus fascinantes facciones humanoides que tantas discusiones le habían costado con su esposo, el segundo con la mirada penetrante que reflejaba pensamientos profundos, amor a la aventura y al peligro, y el tercero exhibiendo ostentosamente su piel metálica, que era la envidia de todos los vecinos del bosque. Los tres eran hermosos, y sobre todo, muy obedientes.
Doña Loba no perdió tiempo, un último beso a los pequeños, y para la selva a buscar el sustento. La vida en el bosque se hacía cada vez más difícil. A duras penas había conseguido trabajo. Recibía unos míseros reales por amamantar a dos chiquillos impertinentes: Rómulo y Remo. Pero bueno, de algo había que vivir.
Mientras ella se dirigía a su labor, en los oídos de los pequeños aún resonaban las palabras de la madre: No le abran la puerta a nadie, a nadie. Recuerden que en el bosque hay muchos animales malvados y sanguinarios que se aprovechan de nosotros los infelices. Y lo que Doña Loba decía, era ley.
Se escucharon unos golpes en la puerta y los desamparados lobitos se estremecieron de horror. ¿Sería ese monstruo terrible? ¿Esa oveja desalmada que había aparecido en los últimos días aterrorizando a todos los habitantes del bosque? ¡Había cada leyenda de ese salvaje animal!
Unos decían que había sufrido un trastorno mental en la época en que vivía en el valle, pues le asignaron un pastor y ella, ilusionada con una pradera de hierba fresca, tuvo que conformarse con asistir a una iglesia todos los días, religiosamente.
Otros contaban que esa oveja era el mismísimo demonio que había escapado de los dominios de Polifemo, prendida de las ropas de Ulises, rey de Ítaca, de quien había asimilado gran parte de su astucia.
Hasta había quien sostenía que el lanudo monstruo parecía de rabia obsesionado con los lobos hasta el punto de tener que contarlos por las noches para poder dormirse.
Volvieron a golpear a la puerta y se oyó un grito: ¡Abran!
Jack, amante del riesgo, se dispuso a hacerlo, pero fue detenido por sus hermanos que le recordaron las palabras de Doña Loba. El tiempo pasaba, los gritos y los golpes seguían.
El miedo tenía paralizados a los cachorros, a los que les parecía sentir la terrible lana asfixiante. Pasaban los minutos, las horas, los días; y ya no se oían los gritos. El tiempo pasaba, pasaba, pasaba…
Al fin Jack se decidió, abrió de golpe y se llenó de golpe al caerle encima un torrente de huesos. Junto a la puerta había un papel con una frase borrosa, pero legible: «¡Imbéciles, abran! Se me quedó la llave encima de la esfufa».
Mamá Loba.
Carlos Fundora / dedeté 1989