Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una familia musical que sigue creciendo

El conservatorio Amadeo Roldán, a sus 120 años de fundado, continúa siendo un pilar en la formación de varias generaciones de músicos cubanos

Autor:

Sergio Félix González Murguía

Cuando uno transita por la avenida de Belascoaín, en La Habana, sorprende un edifico con fachada de estilo neoclásico, a la altura de la calle Rastro. La estructura es regia y, definitivamente, se hace notar entre el panorama arquitectónico circundante. «Conservatorio Municipal de Música» puede leerse en lo alto de la parte frontal del edificio, tallado en piedra, como dejando claro para la posteridad el propósito que asume el inmueble desde su construcción definitiva en 1943.

Pero el empeño creador que ahí pervive viene de mucho antes, cuando el 2 de octubre de 1903, el Doctor Juan Ramón O’Farrill fundó una institución cubana para la formación académica de la música, una escuela que, tras un periplo por varias sedes durante 40 años, llegó finalmente al No.1 de la calle Rastro, en Centro Habana. El conservatorio Amadeo Roldán acaba de cumplir 120 años.

La histórica fecha, como no podía ser de otra manera, fue motivo para el rencuentro de distintas generaciones de alumnos y egresados de la institución, donde se ha formado parte de lo que más vale y brilla del virtuosismo musical cubano, dentro y fuera de la Mayor de las Antillas. Una emotiva gala, a inicios de esta semana, protagonizada por los talentos en ciernes que actualmente se forman en la institución, fue el pretexto para reunir a toda una pléyade de grandes intérpretes y compositores, entre los que se dejaban ver rostros como los de Guido López-Gavilán, Frank Fernández, José María Vitier o Roberto Valera, premios nacionales de Música; apenas una representación de los cientos de grandes autores que un día salieron de esa academia que sigue formando artistas.

Entre la emoción del regreso a la que fue su escuela estaba Guillermo Fragoso, director adjunto de la orquesta del ICRT y egresado del conservatorio en 1975. Su rostro lo decía todo: estaba cómodo, como en casa, disfrutando cada pieza del nutrido concierto de poco más de hora y media que protagonizaron los estudiantes junto a algunos profesores. «Me ha entrado una nostalgia tremenda. Siento mucho amor por estas aulas, porque aquí aprendí, de la mano de grandes maestros como Marta Cuervo, Carlos Molina y José Loyola, y he vuelto a encontrar a personas que me acompañaron en ese recorrido y ver que nos unen los mismos valores con las nuevas generaciones: el amor por la música, el deseo de superarse y luchar», comenta a Juventud Rebelde el guitarrista cubano de 70 años, tras concluir el recital que aglutinó un amplio espectro musical, desde obras de Amadeo Roldán, Ignacio Cervantes y Ernesto Lecuona, hasta Juan Formell y Chucho Valdés.

Un programa muy completo que fue capaz de mostrar la diversidad de formatos y géneros en que trabajan los alumnos del conservatorio, desde un solo de guitarra hasta la poderosa Jazz Band de la Amadeo, dirigida por Jorge Sergio Ramírez. Fue una presentación extraordinaria, digna de ser apreciada en un gran teatro. Así lo piensa Idalgel Marquetti, profesora de la institución desde hace una década y directora de la Joven Orquesta Sinfónica de la escuela, puesto en el que tuvo como antecesor al maestro Guido López-Gavilán. «Ha sido todo un proceso de aprendizaje, sobre todo para mí. Probar a los alumnos con obras complejas es importante, porque el día de mañana ellos serán los mismos músicos que toquen conmigo en la orquesta profesional, entonces tengo que trabajar con ellos lo mejor posible», confiesa la directora, quien tiene a su cargo alrededor de 100 estudiantes de distintos años del conservatorio, en el conjunto sinfónico.

Marquetti es pianista y directora de orquesta consagrada en el panorama nacional, también por su trabajo junto al Ballet Nacional de Cuba. «Cuando todos trabajan por un bien común entonces el esfuerzo tiene frutos y para mí es una alegría estar celebrando este aniversario, porque yo entré a la escuela a estudiar en el año de su centenario, con 15 años. Esto es algo significativo.

«Ser profesora en un conservatorio es muy hermoso porque los adolescentes siempre se están riendo, jugando, pero tienen muchas ganas de aprender. Lo único que hay que hacer es tratar de mantener su atención. Tenemos que mantenerlos estimulados y entonces la música fluye, porque ellos tienen ganas de tocar, ganas de verse en el escenario y eso ayuda mucho al trabajo».

Un torrente de creatividad

Es 2 de octubre y hay mucho revuelo a media mañana en el patio central del conservatorio Amadeo Roldán. No todos los días se cumplen 120 años. Hay mucha felicidad compartida y todos están relajados después del exitoso concierto: selfies, abrazos, bromas entre alumnos y educadores, muchas carcajadas, el sonido de un piano sale de algún aula. Basta un breve recorrido para recabar experiencias y emociones que no caben en una sola página. Son historias que dan fe de un auténtico torrente de creatividad.

Wendy Castañer (piano) y Lía García (violín) tenían los nervios a flor de piel cuando salieron a escena: minutos antes el director del conservatorio, Daniel Pérez Febles, les había comentado que el autor de la pieza que iban a interpretar estaba entre el público. Lía afinó su instrumento y antes de la primera nota no pudo evitar buscar con una mirada rápida la posición de José María Vitier. Lo que vino a continuación fue una Balada del amor adolescente, que reflejaba una simbiosis memorable entre
ambas jóvenes.

Las dos alumnas están a punto de culminar su paso por el conservatorio y su camino, aseguran, continúa hacia el Instituto Superior de Arte. Su compenetración se refleja hasta en la manera de hablar: una le completa la frase a la otra y entre risas hablan de lo bien que se sienten trabajando como dúo desde hace algún tiempo, alrededor de la música clásica, aunque advierten que en algún momento les gustaría explorarse como solistas y hasta componer su propia música.

Si de composiciones se trata, ahí estaba Estoica, para piano y cuerdas, del estudiante Lázaro Carón, quien cursa su tercer año en el Amadeo y desarrolla dos instrumentos a la vez, chelo y piano. «En realidad compongo desde los 11 años, pero esta es la más reciente que hice, y hablé con el director para estrenarla aquí y le encantó la idea. Es una pieza que dedico a una muchacha y tiene algunos elementos cercanos a la obra de Chopin», explica el joven, quien se considera un admirador de la obra de Chucho Valdés, José María Vitier y Chick Corea.

Lázaro vive solo en el municipio de Diez de Octubre. Cada mañana debe levantarse rápidamente y abordar el transporte que pueda, para llegar a tiempo al conservatorio. Es un bregar arduo que, asegura, vale la pena para lograr sus metas en la música y, por supuesto, llegar a ser un gran artista, algo que vislumbra desde que empezó sus estudios musicales en la escuela Paulita Concepción, del Cerro.

Allí conoció a Daniela de Armas Mora, estudiante de laúd, e integra el conjunto Pectro que, bajo la dirección del profesor Diosmel Jaca, interpretó una sui géneris versión de El cumbanchero, de Rafael Hernández. Con el instrumento a cuestas, la joven comenta que aprendió a amar el laúd gracias al multinstrumenista Efraín Amador. «Quisiera que se conociera un poco más el laúd y que no solo lo vieran como un instrumento para el punto cubano, porque da mucho más, y por eso me gustaría, cuando llegue al ISA, trabajar sobre composiciones al respecto. Quiero poder desarrollar una buena graduación y tocar otros géneros que tengo pensados para el instrumento. Siempre estamos explorando todos aquí, gracias a nuestros profesores que nos ayudan a ver el camino.

«En la escuela somos un gran equipo y nos apoyamos, nos encanta compartir en cualquier formato, en cualquier rinconcito. Aprendemos de cada uno, porque no todos somos iguales, cada cual asume su estilo e influimos los unos en los otros. Se descarga mucho y es maravilloso: empieza uno, se suma otro y de repente estamos todos metidos en tremendo concierto. Yo lo veo así: Amadeo es una familia».

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