El concierto del pasado 6 de mayo en el Oratorio San Felipe Neri presentó a la audiencia piezas rescatadas de la producción sinfónica del compositor holandés. Autor: Manuel Almenares Publicado: 27/05/2023 | 06:52 pm
Varias décadas nos separan de aquellos tiempos en que Hubert de Blanck (1856-1932) encontró inspiración en la Mayor de las Antillas, lugar donde se radicó, creó, formó y aportó a nuestra cultura. Aquel virtuoso músico holandés trajo su impronta amansada en varias orillas y la mezcló con elementos de una tierra que estaba en pleno tránsito de su camino emancipador.
Hoy, fruto del empeño de músicos de la contemporaneidad, Hubert de Blanck vuelve a escucharse en su plenitud, con una actualidad tremenda, a través de un proceso creativo que ha promovido una labor de rescate patrimonial que pone frente a los oyentes de este siglo la grandeza musical del excelso creador de finales del siglo XIX y principios del XX.
Hubert de Blanck: un holandés errante Vol. 1 música de cámara (La Ceiba), no es un material discográfico cualquiera. Es la puerta a un universo sonoro —el de De Blanck— plagado de referencias a su andar creativo, hecho con elementos principalmente de Holanda y Cuba, con las influencias de su tiempo y el toque de los ejecutantes que hoy interpretan su música.
El fonograma obtuvo tres galardones durante la más reciente edición de los Premios Cubadisco. Foto: Cortesía del Gabinete de Patrimonio Musical Esteban Salas
Es solo el comienzo de futuros andares que tienen como objetivo rescatar la obra del compositor y pedagogo neerlandés, a través de las partituras y documentos que han permanecido durante décadas en los archivos del Museo Nacional de la Música.
A su director, Jesús Gómez Cairo (1949-2023), se acercaron los gestores de este proyecto que ha contado con el apoyo del Gabinete de Patrimonio Musical Esteban Salas, el Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana, el Lyceum Mozartiano de La Habana, la Embajada del Reino de los Países Bajos en Cuba, así como los especialistas Miriam Escudero y José Raúl López, entre otros.
El resultado fue una primera entrega fonográfica que ha contado con la producción musical de José Antonio Méndez, quien también asume la producción general junto a Gabriela Rojas; la grabación, mezcla y masterización son de Orestes Águila. Se trata de un rescate del formato de música de cámara en la obra de De Blanck.
Esa fue la consecuencia de un concierto en vivo grabado en el Oratorio San Felipe Neri de La Habana el 13 de noviembre de 2022 en el marco del Festival Habana Clásica. A partir de ahí se desarrolla un material que deviene pura ambrosía para los oídos y que fue reconocido en la más reciente edición de los Premios Cubadisco con tres galardones: el Premio a la Maestría Artística —no cabría otro calificativo para este material—, la estatuilla en el apartado de música de cámara y en el de notas discográficas, para la especialista Gabriela Rojas.
Precisamente en dichas notas, la musicóloga refiere que «es De Blanck efectista en su escritura, saca partido al lirismo de los temas y efectos colorísticos de la armonía cromática, sin abandonar jamás los límites de la tonalidad, de la cual era expreso defensor». Sin duda, la música del «holandés errante» no deja indiferente al oyente: es camino y acompañamiento, desde el Andante moderato al Allegro risoluto, en ese diálogo florido entre las cuerdas de un violín y un violonchelo con la preminencia del piano, en las diferentes combinaciones que se suscitan.
Ese concierto que sonará eternamente, gracias a su atesoramiento en un material discográfico, aunó las voluntades interpretativas de las partes esenciales que marcaron la cosmovisión de De Blank: por un lado las cuerdas de los holandeses Tijmen Huisingh y Willem Stam y por otra parte el violín de la cubana Lisbet Sevila, la viola de Anolan González y los pianistas Karla Martínez y Marcos Madrigal. Juntos, músicos de aquí y de allá, descubren para la audiencia un Hubert de Blanck más allá del homenaje pétreo de una placa o un monumento y nos lo ofrecen en vívidas sonoridades de un creador que habitó la música para disfrute de las generaciones posteriores.
De lo cameral a lo sinfónico
Casi un año después de aquel recital de música de cámara, volvimos al Oratorio San Felipe Neri para vivir una presentación memorable: la recién concluida edición de la Feria Internacional Cubadisco no pudo comenzar de mejor manera. Hubert de Blanck sinfónico es la continuación de esa búsqueda en la obra del «holandés errante», ahora con una apuesta mayor.
Esta vez la gran anfitriona fue la Orquesta del Lyceum de La Habana, bajo la dirección de José Antonio Méndez, a cargo del «restreno contemporáneo» de piezas que habitaban los archivos del Museo Nacional de la Música. Más que obras musicales, resultan testimonio del espíritu creativo de quien fundara el primer conservatorio establecido en Cuba en 1885, así como la Orquesta Sinfónica de La Habana, dirigida por Gonzalo Roig en 1922. Encontramos entonces un Hubert de Blanck que plantó su bandera en tierras cubanas y cuya música surcó los ríos de la creación para transitar por los valles de esta tierra.
Así aparecen Romanza, Cachucha y Tarantella, esa suite de danzas para orquesta compuesta en New York en 1881, con una capacidad sucinta para vislumbrarnos el movimiento que tributa al sonido, esa condición de acompañante de la danza que posee la música. Con Ave María y La danza tropical lo vocal adquiere una dimensión sublime; y la imponente Bárbara Llanes transforma el espacio y el Oratorio cabe en su garganta, seducido por esas notas con las que De Blanck orienta que se trata de un momento para la conmoción.
También es capaz de erizar la piel la solemnidad de Elegía, una composición que el creador neerlandés dedicara al Mayor General Calixto García y que viene cargada de la épica en la referencia sonora, la misma que con especial dramatismo y lirismo rellollos está en Homenaje a Antonio Maceo. Piezas enaltecedoras, sin duda. Son cinco obras que estremecen al público de este siglo por primera vez, luego de décadas habitando los espacios del silencio.
El resto de las piezas completan una muestra bastante completa del imaginario sonoro de De Blanck y aparece el piano de Marcos Madrigal, una vez más, como la voz del holandés para decir: «Henos aquí, nuevamente». El dinamismo histriónico del Andante y Allegro, para piano y orquesta, se entremezclan con el Capricho cubano, donde muestra cómo el compositor se apropió de elementos de la música campesina para ilustrar lo cubano en su producción orquestal.
La música del «holandés errante» deviene descubrimiento valioso, no solo para los creadores que rescataron, procesaron sus partituras, al igual que sus ejecutantes. El público, al fin y al cabo, es el mayor beneficiario de esta gestión de rescate patrimonial que pone en valor la obra de Hubert de Blanck, cuyo andar ojalá no cese por mucho tiempo.