—¿Usted es la última persona? —preguntó él.
—Sí —respondió ella—, voy detrás de aquella señora del nasobuco amarillo, blusa verde y saya roja.
—¿La compañera del Cotorro? —ripostó él con suspicacia.
—¿Usted la conoce? —cuestionó ella con cierta ingenuidad.
—No, pura intuición… —sonrió él y se le quedó mirando fijamente.
Con duda, pero con cierto regocijo, él aseguró: —A quien sí me parece conocer es a usted.
—¿A mí? —le preguntó extrañada mientras trataba de descifrar el rostro de él.
—Sí. ¿Usted no estaba en la cola del pollo en el mercado de Vento y Camagüey el miércoles por la tarde?
—Sí —respondió ella sorprendida.
—Usted iba con un nasobuco negro y un juego de blusa-pantalón gris…
—¡Es cierto! Usted tiene buena memoria…
—Es que esos ojos son inolvidables —ripostó él salamero.
—Gracias… —dijo ella ruborizada mientras buscaba en su memoria. ¡Sí, ya lo recuerdo! Usted era quien estaba ayudando a organizar la cola. Si no hubiera sido por usted no hubiera comprado ese día.
—Llámeme José Carlos—, dijo él y extendió su puño con delicadeza.
Ella, un poco tímida, acercó su pequeña mano cerrada y también se presentó:
—Micaela, pero me dicen Ela…
—También la recuerdo del pasado domingo en la tienda Carlos III, que abrieron el mercado… ¡Tremenda cola! Usted estaba allí con un jean y una enguatada roja porque estaba fresca la mañana… Ah, y su nasobuco negro.
— Sí, me gusta el negro… el nasobuco negro, quiero decir… es que el negro pega con todo. —dijo mientras sonreía un poco más relajada. ¡Usted también estaba allí! Lo vi discutir con un grupo de «coleros» que querían armar el desorden…
—Es que no tolero la indisciplina y la falta de respeto. ¡No soporto a los coleros!
—Mi papá fue colero… —casi balbuceó con evidente pena—, en los años 90…
—Bueno… eran otros tiempos… seguro ahora mantiene otra actitud…
—Murió el año pasado —ripostó ella con pesar.
—Sí, ahora mantiene otra actitud —dejó escapar él al descuido, como quien trata de consolar sin saber qué decir. Ante la mirada sorprendida de ella, rectificó con pena «¡Quiero decir que… que lo siento mucho!».
Un creciente murmullo, y la reacción de descontento de algunos llamó la atención de ambos.
—¿Qué pasó? —preguntó enérgico José Carlos.
Los comentarios de la gente enseguida le dieron la respuesta.
—¡Qué pena, se acabó el picadillo! En fin, estas cosas pasan, son tiempos difíciles. Más lo siento por usted… eh, Ela, que ha perdido su tiempo y quizá…
—No se preocupe… José Carlos, todavía tengo algo de pollo y perrito en la casa…
—Me alegra mucho que así sea, pero además lo siento porque habíamos entablado una interesante conversación, y eres una persona muy agradable…
—Tú también… me gusta mucho la forma en que te desenvuelves en las colas, disfruto tu actitud…
—Mira, mañana van a sacar garbanzo y aceite en Galiano y Neptuno, qué te parece si nos vemos allá…
—Mmm, ¡me parece genial
—¿Entonces? ¡Hasta mañana Ela!
—¡Hasta mañana, José Carlos! Y ambos puños volvieron a chocar.