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La historieta cubana exige espacio

Si no tenemos dónde publicar todo lo que creamos, no puede haber desarrollo para el cómic nacional, asegura Orestes Suárez Lemus, quien está convencido de que el respeto al trabajo es la garantía del triunfo

Autor:

Arturo Delgado Pruna

Cuando la editorial italiana Sergio Bonelli le ofreció a Orestes Suárez Lemus un contrato en los años 90, él comprendió que su vida iba a dar un vuelco profesional. Comprometerse con el mercado del cómic europeo lo obligaría a asumir un ritmo de trabajo mucho más rápido y constante que lo acostumbrado. Fue una preocupación lógica, pero sin fundamento alguno.

El mismísimo Alberto Breccia, maestro de maestros, le había advertido que reunía todo lo necesario para dibujar en cualquier editorial extranjera. Además, Suárez ya había acumulado una vasta experiencia en las revistas cubanas Pásalo, Pionero, Alma Máter, Zunzún, Pablo y Cómicos, que le granjearon multitud de seguidores, algunos de los cuales son hoy historietistas notables.

—¿Cuándo comenzó su interés por el dibujo?

—Después de los cinco años, en la segunda mitad de la década del 50. Una noche mi padre se sentó a la mesa para descubrir lo que me tenía tan ocupado. Estaba tratando de hacer algunos dibujos, me fijaba en un cómic del western norteamericano, eran los que más me gustaban. Mi padre me dijo: «Te reto a que hagas este dibujo mejor que yo». Con su lápiz de carpintero hizo un mulo sentado, de cuando vivíamos en el campo, en Pinar del Río. Me pareció imposible que el animal tomara esa postura. Mi padre me contó que siendo joven, un mulo le mordió el pecho y luego se sentó para mostrar su rebeldía. Me reí mucho. No pude hacerlo mejor que el suyo, pero desde entonces he seguido dibujando.

—Antes de ser dibujante fue electricista. ¿Cómo se produjo la transición?

—Concluía mi primer año de secundaria, un amigo que estaba en un politécnico me dijo que la pasaríamos bien estudiando un oficio y que al terminar me considerarían haber hecho el Servicio Militar. Me aseguró que impartían clases de dibujo. En realidad, era Dibujo Técnico, una asignatura de la especialidad que escogí: electricista instalador. Acabé en 1970. Nunca dejé de pensar en convertirme en un buen dibujante, por eso matriculé en un curso de artes plásticas en el que dibujaba y modelaba con arcilla, hasta que me llegó la confirmación de haber sido aceptado en la Escuela de Diseño Gráfico. No me gustaba perder mi tiempo.

—Puesto que su deleite era dibujar, fue pan comido pasar la escuela...

—Era un enorme sacrificio porque trabajaba en el campo haciendo escuelas. Me levantaba a las cinco de la mañana y regresaba a las seis de la tarde; me bañaba, salía para la escuela, porque eran clases nocturnas para trabajadores, y volvía a casa casi a las 12 y 30 para comer y acostarme. En 1974 pasé a la Industria Ligera, podía terminar temprano y llegar más cómodo a la Escuela. Por problemas administrativos, el curso se alargó varios años y en 1980 recibí mi título de técnico medio como diseñador gráfico. En esa época ya había dado mis primeros pasos como ilustrador e historietista.

—¿Qué reglas ha acatado para trabajar con una editorial extranjera?

—El respeto al trabajo es la garantía del triunfo. Mi carrera de dibujante en publicaciones cubanas no fue suficiente para asumir plenamente la industria extranjera. Tuve que avanzar sobre lo difícil del mundo editorial comercial entre fracasos y virtudes. La permanente exigencia en la calidad, más la rapidez de ejecución caracterizaron un punto importante en mi consolidación profesional. En mi caso, recibo el guion y lo llevo al papel en la forma que se me indica; el diseño de los personajes ya está establecido. Mientras se cumplan celosamente estas reglas, todo marchará bien. No todos los dibujantes están dispuestos a seguir un régimen con estas características.

—En la década del 90, los encuentros iberoamericanos de historietistas reunieron en Cuba a creadores renombrados. ¿Qué beneficios dejaron?

—Los encuentros promovieron exitosamente la participación creativa de autores de las provincias y de la capital. Originaron gran interés entre editores, periodistas y profesionales de la historieta. Nuestro país abrió las puertas a numerosos creadores y se logró consolidar un intercambio de experiencias de mucha fuerza.

«Gracias a esto, comenzaron a llegar revistas y catálogos especializados que se convirtieron en material de estudio que nos actualizaban sobre cómo estaba la producción de historietas en el mundo. Surgieron exposiciones, hubo encuentros teóricos, entrevistas, oportunidad de participación de nuestros trabajos en editoriales extranjeras y en festivales internacionales. La historieta cubana había encontrado, gracias al empeño de la Unión de Periodistas de Cuba y de la Editorial Pablo, la posibilidad de existir ante el mundo».

—¿Qué dificultades tienen hoy nuestros dibujantes?

—Debe existir una revista especializada que les permita participar para ver sus trabajos y compararlos con los demás. Ellos necesitan publicar periódicamente; un profesional de la historieta que no la practica a diario pierde habilidades. Hacer cómics con el objetivo de cubrir un plan educativo en pocas revistas, no cubre las expectativas de un buen historietista, ni las de los lectores.

«Eso defrauda a muchos y los obliga a vender su arte a empresas extranjeras; buscan satisfacer sus inquietudes artísticas, cuando en verdad se podría aprovechar el talento en nuestro país. Si hoy no tenemos dónde publicar todo lo que seamos capaces de crear para satisfacer a lectores, coleccionistas, bibliotecarios, entre otros, no puede haber desarrollo para los autores de la historieta».

—Pero si cada año se publican libros de historieta, ¿por qué considera que hay indiferencia por el género?

—No se puede afirmar que exista una producción de historietas vasta, sostenida. Cuando surja de nuevo una casa editorial especializada en la historieta, entonces dejaré de sentir la indiferencia. Mostrar los trabajos con periodicidad en revistas o libros es fundamental para que cualquier profesional pueda tener un sentido de pertenencia y un correcto conocimiento de lo que hace mediante la comparación y la competencia amistosa. La historieta cubana exige espacio para su desarrollo.

—Valiosas páginas originales se han perdido o vendido a coleccionistas extranjeros. ¿Cómo piensa conservar sus obras?

—Estoy dedicándole parte de mi limitado tiempo a la revisión de las páginas escaneadas y digitalizadas de Camila, Yakro, Resplandor, Voluntad férrea, Me voy a España, La última sonrisa..., entre otras muchas, aunque aún me faltan varios títulos por digitalizar. Estoy feliz por haber logrado este pequeño rescate. He pensado pasarle a la Vitrina de Valonia toda esta documentación para que la nueva generación la aprecie. Los originales de Tex Willer que he venido realizando para la Editorial Sergio Bonelli se ofertan en ventas públicas, en ferias y librerías especializadas del fumetto italiano.

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