Pollo Autor: Internet Publicado: 18/10/2017 | 09:38 am
Ricardo llegaba tarde a la conferencia magistral porque el transporte estaba del… ya saben, y por otro asunto que era mejor no recordar. Insistió viajar desde Alamar hasta el Aula Magna porque desde hacía tiempo había oído hablar de este genial maestro y de su sapiencia universal. Sería esta la única oportunidad de asistir a un suceso de tal magnitud pues no habría más presentación de la susodicha eminencia en La Habana.
A duras penas, tratando de molestar lo menos posible, llegó hasta una butaca vacía al fondo. Se sentó plácido, respiró profundo, con una agradable sensación de victoria. Se dispuso a colocar el portafolio a sus pies y sin querer divisó que junto a los pies del compañero sentado a su derecha había una jaba que contenía unos paquetes de perritos y un embutido de pollo, de los de a 50 pesos mn.
Decidió no darle importancia al bulto. Dirigió su vista al frente, buscando concentración en las palabras del orador. Aunque ponía todo interés en el asunto no lograba concentrarse. Su vista se desviaba hacia el paquete de alimentos y hacia su dueño que sí parecía absorto en el tema que se exponía en la respetable sala.
Colosal era la profundidad y destreza que marcaba el conferencista en su ponencia, pero Ricardo no lograba la más mínima concentración. Pasaron algunos minutos de profunda zozobra hasta que finalmente, con voz queda le preguntó al señor acomodado a su diestra:
—¿Dónde compró los perritos y la jamonada de pollo?
El hombre lo miró un poco desconcertado. Ricardo repitió la pregunta subiendo un poco el tono de su voz y señalando al paquete depositado a sus pies.
—¡Ah! —asintió el hombre, y con cuidado de no molestar respondió:
—En el mercado de 23 y 12
—¿Había mucha cola? —ripostó Ricardo, y desde la fila delantera alguien emitió una onomatopeya llamando al silencio: Shhhhhhh. Ambos disimularon la pena, y el interpelado respondió:
—Sí, había cola, pero sacaron bastantes productos.
—Menos mal —medio sonrió Ricardo. Antes de venir para acá hice tremenda cola para el pollo troceado y se acabó delante de mí.
Shhhhhh. Se volvió a escuchar con más insistencia. Ambos volvieron a centrarse en la conferencia hasta que el portador de los embutidos preguntó a Ricardo:
—¿Dónde había pollo trocado?
—En el bulevar de San Rafael. Dicen que por la tarde vuelven a sacar pollo y pescado a 15 pesos la libra.
—¿Usted cree?
—Bueno, yo cogí dos turnos por si acaso…
Shhhhh, volvió a escucharse con marcada presencia. El diálogo quedó silenciado. Ricardo, al igual que el hombre a su lado, trataba de concentrarse en la conferencia pero era casi imposible. De vez en cuando se miraban y volvían a dirigir su atención al distinguido disertante. De pronto, sin mediar palabra alguna Ricardo tomó su portafolio y el hombre su jaba de embutidos, se pusieron de pie y comenzaron a pedir permiso. Nuevamente se volvió a escuchar la voz que pedía silencio: Shhhhhh.
Ricardo, un poco incómodo, antes de salir al pasillo y buscar la puerta le dijo al «silenciador»: —Mi socio, guarda un poco de aire, por si después no alcanzas ni pollo, ni pescado.