Agosto, ópera prima de Armando Capó. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 10/12/2019 | 10:14 pm
La cercanía afectuosa a ciertos símbolos de la cultura, y la historia nacional, que asiste al cineasta Jorge Luis Sánchez en sus anteriores películas El Benny y Cuba Libre, se presenta otra vez en la original, desmesurada y apasionada Buscando a Casal, una de las representantes de nuestro país en la contienda por los Corales en el apartado de Largometraje de ficción. Acto de justicia poética, producción de agresiva y simbolista teatralidad, que marca un hito en el cine histórico cubano (en tanto se aparta completamente del naturalismo) y discursa sobre la libertad personal, los altibajos de la fidelidad y la intolerancia con el diferente, en una trama plena de concomitancias más o menos evidentes con la Cuba contemporánea.
Compleja y barroca, aunque perfectamente accesible para cualquier espectador interesado en la poesía y la belleza, apreciable por cualquier espectador interesado en la historia de Cuba, en su arte y literatura, Buscando a Casal compensa ciertas reiteraciones y dispersión dramatúrgica en la segunda mitad del metraje con un grupo de actuaciones muy inspiradas, y un derroche de imaginación escenográfica y efectos visuales que aspiran a recrear, en pantalla, el ideal estético de un creador empeñado en encontrar el nexo a veces sutil entre el bien y la belleza.
Buscando a Casal
Abundante polémica puede generar esta película singular, artificiosa y rebuscada, pero seguramente hallará un público atento entre quienes confíen, con la misma fe que su realizador y guionista, en las posibilidades efusivas, emancipadoras e irradiantes de la imaginación poética.
En las antípodas de Buscando a Casal, en su voluntad de retrato de la Cuba contemporánea, con escasas peripecias dramáticas evidentes, y la inclinación a retratar el vacío de un mundo adolescente, pueblerino, está Agosto, ópera prima del documentalista Armando Capó, quien se inspira en su propia adolescencia, para hablar de la crisis de los balseros y los consiguientes traumas sociales, políticos, filiales y personales en la Cuba de principios de los pasados años 90. A la cámara se le impone un punto de vista tal vez demasiado contemplativo y neutral, cuando persigue al joven protagonista, que deambula por la costa, en busca de nada, y debe asumir el final de algunas amistades, la fractura de su familia, y el caos reinante en su pequeño pueblo costero.
A veces la imbricación entre lo íntimo y lo social padece de algunas obviedades innecesarias, pero de todos modos Agosto se destaca por el sosiego y la delicadeza de su reflexión sicosocial, dentro de una narratividad cuya parsimonia pareciera empeñada en comunicar el vacío y la nada cotidiana. En sus zonas apacibles, cuando se muestra el transcurrir de un tiempo inocuo, el filme es mucho más convincente que cuando se precipitan acontecimientos que muy poco aportan en términos de caracterización de los personajes o al tono narrativo de la obra.
En cuanto a documentales, sobresale Retrato de un artista siempre adolescente, con un subtítulo que añade: Una historia de cine en Cuba, con guion y dirección de Manuel Herrera, un cineasta experimentado a la hora de transfundirle al género la emoción y el empaque de la ficción (Girón) y también diestro para relatar biografías e ilustrar lo específico de cada época (Zafiros, locura azul).
Con la utilización de un considerable arsenal de códigos expresivos, se encauza el raudal de imágenes de archivo, carteles, recortes de prensa, y sobre todo, los sustanciosos y epigramáticos fragmentos de entrevistas y películas, para así relatar los cuatro grandes trechos en la biografía de Julio García Espinosa. Y aunque el recorrido es largo, parece corto porque se ve amenizado por una rica infografía y por un montaje muy dinámico, además de la utilización de opiniones diversas, incluso opuestas, cada vez que se abordan temas tan polémicos como lo culto y lo popular, la relación entre arte y política, o la pluralidad de criterios, imprescindible para conducir cualquier obra que se precie de su importancia social.
Por otra parte, Brouwer: el origen de la sombra, codirigido por Katherine T. Gavilán y Lisandra López Fabé, con producción de la primera, y un complejo guion, concebido por la segunda, nos sumerge en el misterio ilimitado que asiste a los genios, y se distancia de la entrevista consabida, la narración causal y la glosa más o menos biográfica, para atestiguar la fluencia, en absoluta libertad, de la conciencia del artista, que habla directamente a la cámara, lo escuchamos en off, o simplemente permanece en la tranquilidad y el silencio, dos condiciones que él considera imprescindibles para estimular el pensamiento.
La deslumbrante fotografía de Alejandro Alonso (de impronta reconocible, gracias a sus anteriores documentales La despedida y El proyecto, entre otros) se recrea en planos detalles simbólicos, angulaciones bizarras, iluminación expresionista, primerísimos planos, o encuadres anticonvencionales, que le proveen a Brouwer: el origen de la sombra fortísimo componente experimental.
La fuerza, que por su honestidad y espontaneidad es inherente a los mejores documentales de tipo confesional y autorreferencial, se despliega en su máximo poder mediante A media voz, que codirigieron Patricia Pérez y Heidi Hassan, quienes contemplan, estremecidas, toda el agua que corrió bajo los puentes después de que se hicieron amigas, todavía niñas, en una piscina pública, en los años 80. Luego, la amistad se mantuvo, hicieron cine juntas, se asentaron en España y Suiza, respectivamente, y las cartas audiovisuales que se enviaron constituyen remembranzas que recuerdan el efecto de la mano que agita el agua del estanque, y crea concéntricas ondas de afectos, frustraciones, logros y sueños.
Patricia Pérez y Heidi Hassan en A media voz.
La inusual sensibilidad con que se muestra el exilio, más allá del «gorrión», aunque incluyéndolo, la belleza inmanente de tanta promesa y abrazo que permaneció en estado potencial, así como la capacidad de Heidi y Patricia para redescubrir el cine de autor como el hábito de aquellos realizadores (realizadoras en este caso) que miran por una ventana y se pierden, y se encuentran, en el paisaje observado, convierten A media voz en uno de los filmes cubanos más encomiables a la hora de entender lo eterno femenino, lo cubano imperecedero, en fin, los continuos alejamientos y los recíprocas soledades que toda vida humana representa. Hermosa y triste, como la mayor parte de las grandes películas.