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Fui un adolescente seducido por el poder de las imágenes (+ Fotos y Video)

En la escuela te enseñan que el cine se hace para mostrarlo, para construir comunidad, memoria, identidad… Ahí aprendes cuáles son las puertas que debes tocar. Lo dice Luis Alejandro Yero Monteagudo, joven director del séptimo arte que ya atesora premios en varios certámenes internacionales

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

Sancti Spíritus.— «Creo que tenía 14 años y mi padre me llevó a La Habana para conocer la ciudad, y de paso ir al Festival de Cine. No recuerdo ninguna película, solo detalles sueltos, como lo inmensas que me parecían las calles… Las cosas tiernas de guajiros. Desde entonces, siempre he estado en La Habana en cada Festival».

La carta de presentación se encuentra al dar un clic en la página personal de Facebook de Luis Alejandro Yero Monteagudo, un joven que en la 40ma. edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en 2018, ocupó el otro lado de los asientos de las salas oscuras. Precisamente en ese diálogo directo en las salas nació quizá esa pasión por el séptimo arte, por lo que desde muy joven supo que esa sería una de sus metas.

«Era el típico adolescente que quería ser cineasta. Cuando apliqué para la Universidad, la Facultad de las Artes de los Medios de Comunicación Audiovisual (Famca) no abrió. Como mis padres son periodistas, creí que era lo más cercano, mientras esperaba para entrar a la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños», dice mientras una bocanada de humo marca el ritmo del diálogo.

—¿Pero el Periodismo ofrece herramientas para lograr un acertado ejercicio creativo?

—Esa contigencia de estudiar Periodismo, que hice mientras esperaba poder hacer lo que realmente quería, la agradezco enormemente, porque adquirí muchos conocimientos y conocí a muchas personas importantes en mi vida.

¿Qué tiene el cine que supo seducirte cuando no tenías consciencia de lo que era un plano, la luz adecuada…?

—Mi padre es crítico de cine y, desde pequeño, me ponía ciertas películas que un niño no ve. Luego de adolescente lo acompañaba al Festival de cine. Ya pasado un tiempo, empecé a ir a las salas cinematográficas por mi cuenta porque me percaté de que me gustaban los filmes que no eran de puro entretenimiento. Digamos que fue un proceso de acumular deseos y descubrir el poder de las imágenes.

De aquellos pininos hoy llegan los recuerdos con nostalgia. Entonces no imaginó que a la 40ma. edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano llegaría con dos obras. Su publicación en Facebook así lo describe:

«Si hubiese conservado todas las credenciales y las dispusiera cronológicamente, cierta memoria emotiva podría desprenderse. El adolescente cinéfilo, el aprendiz de periodista que nunca quiso ser periodista, el feliz —y finalmente— estudiante de Cine. Este año asisto como director de dos películas», concluye.

—¿Qué necesitas para crear?

—Son procesos irracionales que en mí se desatan. Hay una curiosidad inmensa por descubrir, construir, acercarme a algo.

«Mis alter ego me impulsan», añade con el último sorbo de su cigarrillo.

Una muestra de esa necesidad de escudriñar se percibe en dos de sus obras: El cementerio se alumbra y Los viejos heraldos. La primera, inquietante sensación, como lo denominó el jurado de la Competencia Internacional del 33er. Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, donde obtuvo el lauro al Mejor cortometraje latinoamericano.

«Lo filmé cuando estudiaba en San Antonio de los Baños. Es la exploración de un pueblito incidiendo en los gestos de los habitantes como si fuera la última vez que fueran a ocurrir. Cada movimiento parece que es el último, una especie de subsistencia», dice este joven de 29 años sobre su argumento.

Desafiante reto en 14 minutos de narrativa para quien comienza en un camino cargado de subjetividades e interpretaciones de un público exigente y la crítica especializada.

Mientras que en Los viejos heraldos, ganador del Premio Coral en la categoría de cortometraje documental del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, la cámara fabrica, gracias a una fotografía en blanco y negro, dos universos: la cotidianidad de Tata y Esperanza, dos ancianos que viven en el campo, y la publicación en la televisión de las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular en abril de 2018, cuando fue electo como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

«Conviven en una especie de oasis y desde una mirada muy personal observan la elección del nuevo Presidente de Cuba».

—¿Temes que te encasillen en buscar los lados oscuros?

—No quiero tener la etiqueta de la marginalidad. Ha sido casualidad que las personas que me he encontrado, que me han llamado la atención y que me han generado un vínculo emotivo viven en condiciones extremas, en una periferia determinada. Pero eso no es lo que ha hecho el acercamiento, sino sus resistencias.

—¿Decidido siempre?... En pocos meses de egresado ya has mostrado tus obras en circuitos internacionales con prestigio.

—En la escuela te enseñan que el cine se hace para mostrarlo, para construir comunidad, memoria, identidad… Ahí aprendes cuáles son las puertas que debes tocar.

—¿Qué capta el lente de Luis Alejandro?

—Trabajo en una especie de trilogía. Tiene un poco de nuestro país, una especie de alegoría. Es en tres tiempos: pasado, presente y futuro. Con formatos distintos, pero unidas porque lo político moldea lo íntimo y viceversa. Una de estas es un rodaje muy grande, porque filmaré el proceso de cinco años. Otra es de ficción y la tercera será una película de ficción regristrada como si fuera un documental. Espero que antes de los 40 años las tenga todas.

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