Antonio de la Torre como José Mujica en La noche de 12 años. Autor: Internet Publicado: 15/12/2018 | 08:35 pm
Aunque el cine latinoamericano se ha vuelto en un elevado porciento intimista y personal, afortunadamente no faltan las miradas a la historia, a los grandes movimientos sociopolíticos y a las figuras que signaron la producción del área en las décadas que van de los años 60 a los 80 del siglo pasado, y a los continuadores hoy día de aquellos ideales.
Por ello fue gratificante encontrar en el 40mo. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano títulos como La noche de 12 años, coproducción entre Uruguay, España, Argentina y Francia que dirige el porteño Álvaro Brechner (Mal día para pescar, Mr. Kaplan).
Los uruguayos José «Pepe» Mujica, Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro, dirigentes del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros), fueron detenidos en septiembre de 1973 y confinados como «rehenes» durante 12 años en prisiones que eran, en realidad, hoyos inmundos donde les torturaron física y sicológicamente a pesar de lo cual resistieron la humillación, el hambre, la incomunicación y la amenaza de locura hasta ser liberados en 1985, para convertirse luego en referentes políticos, incluyendo la presidencia de la nación en el caso de Mujica.
El proceso sigue en todas sus aristas el juicio llevado a cabo a la expresidenta de Brasil, Dilma Rousseff.
Rosencof y Huidobro escribieron el libro Memorias del calabozo, en el que se basó Brechner para La noche de 12 años, el cual, a propósito, dista del «filme carcelario» al uso para erigirse en un testimonio lúcido y revelador; si bien el sufrimiento de estos guerrilleros es mostrado sin ambages, tampoco hay morbo ni subrayados naturalistas, por el contrario, hay escenas de una ternura inusitada (cuando los presos se comunican mediante toques que incluyen hasta partidas de ajedrez, o la llegada del invierno), que la cámara proyecta con sapiencia fílmica, con delectación y sensibilidad. Tampoco, pese a la crudeza lógica del tono, la narración carece de momentos humorísticos, como cuando Huidobro escribe cartas de amor a la novia de uno de los guardianes, o se muestra el burocratismo carcelario ante la imposibilidad de que uno de los prisioneros haga sus necesidades en el baño.
Cierto que hay, sobre todo en la segunda parte, momentos épicos —en especial las retrospectivas que muestran las luchas del movimiento, o la irrupción trágica de los militares en la casa donde se reunían los tupamaros— que saben un poco a superproducción hollywoodense; que hay pasajes relativos al escaso contacto con el mundo exterior que dilatan innecesariamente la trama, pero La noche de 12 años, por demás excelentemente actuada (Antonio de la Torre, Chino Darín, Alfonso Tort, Cesar Troncoso…), esmerada en la reconstrucción epocal y de ambiente, con una versión preciosa de Los sonidos del silencio a cargo de la catalana Silvia Pérez Cruz junto a toda la música concebida por Federico Jusid, o la iluminación llena de sutiles gradaciones, es una obra que tiene sonido y furia, para recordar el título faulkneriano, que emociona sin apelar a sensiblerías ni efectismos, y constituye otro voto porque, aun en estos nihilistas tiempos que corren, no olvidemos seguir procurando la utopía ni a quienes en épocas anteriores dejaron la piel (también literalmente en muchos casos) por alcanzarla.
Justamente sobre uno de los prisioneros de la cinta anterior, nada menos que José «Pepe» Mujica, versa el documental con que el Festival descorrió sus cortinas en esta 40ma. edición: El Pepe, una vida suprema, del célebre realizador serbio, Emir Kusturica. Pero de este hablaremos en otro momento. Por lo pronto, dentro de la no-ficción hay títulos muy destacables en esta línea de acercarse a figuras que han descollado dentro de las luchas sociales.
Por el Coral en esa categoría hallamos El camino de Santiago. Desaparición y muerte de Santiago Maldonado, dirigido por el argentino Tristan Bauer (Iluminados por el fuego) presente entre nosotros. Con vasta experiencia dentro de los acercamientos a personalidades en ámbitos literarios o políticos (Borges, Cortázar, Evita…), el destacado documentalista focaliza ahora el lamentable caso de ese joven chileno desaparecido tras una represión de la Gendarmería Nacional contra una comunidad mapuche que reclamaba sus tierras.
Fotograma de El camino de Santiago. Desaparición y muerte de Santiago Maldonado, de Tristán Bauer.
Aun con cierto empaque reporteril, el documental lo trasciende para erigirse en contundente testimonio no solo acerca de la figura abordada, sino de todo el movimiento aborigen que respalda. Lirismo y poesía en los textos, fuerza en las imágenes lo confirman.
Bauer también se había acercado en 2009 a Ernesto Che Guevara y ahora lo hace la cubano-brasileña Margarita Hernández en su documental Che, memorias de un año secreto, cuando en plena guerra fría, durante 1965, el Guerrillero Heroico desaparece del escenario público y con otra identidad se oculta en Tanzania y en Praga burlando controles y esperando a que Cuba lo designe a otros destinos.
Un lado apenas conocido, pero no menos apasionante, y otras facetas en el revolucionario argentino-cubano se nos develan en este filme abordado con sentido del humor, conocimiento de causa y un empleo creativo de fuentes y testimonios.
Por su parte El proceso, de la brasileña María Augusta Ramos, sigue muy de cerca, en todas sus aristas, interioridades y detalles, el juicio llevado a cabo a la expresidenta del gigante sureño, Dilma Rousseff, víctima como se sabe del manipulado impeachment derechista que la sacó del poder legítima y mayoritariamente conquistado.
Pero, aunque con pormenores y matices, el filme va mucho más allá para revelar la crisis política que define el país desde 2013; con un acertado y original tratamiento fictivo, que elude entrevistas directas y otros recursos del documental clásico, la directora nos introduce de lleno en el kafkiano periplo —de ahí su título a la vez simbólico—con el objetivo de que sopesemos tendencias, manipulaciones, intereses soterrados y explícitos, para lo cual resultaron decisivos sus meses en el Congreso Nacional y en Planalto. Restando algunos planos dilatados y ciertas redundancias, se trata de un documental aleccionador y combativo, a más de original y creador desde el punto de vista morfológico.
La película brasileña Deslembro pretende rentronizar con aquellos años de utopías y esperanzas en un mundo mejor.
Volviendo a la ficción, coproducido entre Brasil, Francia y Catar, Deslembro (cuya traducción al español daría un lexema inexistente en nuestro idioma: Des-recuerdo) va también de guerrillas, clandestinaje, desaparecidos, en un recuerdo que se quiere perenne, que desafía el improcedente olvido, cuando en 1979 viviendo en París y solo ocupada de literatura y rock, la adolescente Joana regresa contra su voluntad a su Brasil natal, aprovechando una ley de amnistía, y encuentra un país prácticamente desconocido, a partir de lo cual empieza a reconstruir su infancia a retazos mientras vive un presente no menos difícil.
Aun con lo fragmentario de la historia, como puede verse, la directora Flavia Castro se las ha ingeniado para armar un relato sólido, notablemente contado y con una dosis de verismo y emoción, sin acudir en lo absoluto a efectismos ni a trucos sensacionalistas. El vínculo con los padres (uno de ellos, uruguayo desaparecido cuando la dictadura), las inquietudes propias de esa edad respecto a fenómenos sociales y familiares difíciles de entender, la relación de individualidades con el (o los) contexto(s) son integradas en el discurso con pericia y elegancia, con notables desempeños interpretativos y una esmerada edición, en un filme que pretende también rentronizar aquellos hermosos años de utopías y esperanzas en un mundo mejor, por el que personajes como algunos de los que aquí aparecen, o Pepe Mujica y sus colegas de las películas anteriores, lucharon con todas sus fuerzas.