La versión televisiva del incombustible Nocturno radial incluye muchas más canciones en inglés de las que en sus tiempos de gloria, con Los Beatles a la cabeza. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 18/08/2018 | 08:11 pm
El Canal Educativo, sin número, aquel que algunos llaman Educativo 1 (tiene lógica, si existe un Canal Educativo 2...) guarnece la programación general de nuestra televisión con un tipo de programa amistosamente didáctico, o dedicado sin complejos, y con grandes riesgos en cuanto a popularidad, a los adultos que han vivido cinco o seis décadas, y cuya edad llega a la llamada tercera estación de la experiencia y la madurez.
Sí, es cierto que estoy buscando eufemismos para hablar de una programación dedicada a tembas y ancianos, personas mayores y veteranos, epítetos que acompañan, y seguirán acompañando, a la mayor parte de la población cubana durante los próximos decenios del siglo XXI.
Y no es que en el Canal Educativo falten espacios para los niños y jóvenes, de esos que se promueven a toda hora como si fueran más importantes, divertidos y trascendentales que los otros: esos afincados en la nostalgia, en la memoria, en la reflexión que educa y enseña; esos espacios a los cuales quiero dedicar unas palabras de afirmación y encomio, aunque sea precisamente en este, el diario de la juventud cubana.
«Quien ha llegado a edad, ponga el sentido/ en dejar que quien viene atrás mancebo/ pase por el camino que ha venido», escribió Lope de Vega, y de una u otra manera tal es la intención de programas como Nocturno, que se puede disfrutar los sábados (8:30 p.m.) y Fe de vida, que sale al aire a la misma hora los martes, ambos con retransmisión por el mismo canal el jueves, poco antes del mediodía.
A pesar de que existen otros programas televisivos dedicados a tratar de convertir la magia de la radio en imágenes televisivas, creo que Nocturno se encuentra entre los que lograron el milagro del modo más sencillo, certero y funcional. A partir de un espacio radial con estatura mitológica —al cual se aferra el imaginario colectivo de varias generaciones de cubanos con una intensidad que desarma todo razonamiento crítico— se revisan aquellas melodías que acompañaron tanto nuestra épica y cultura como los romances y tristezas más individuales. Fórmula V, Los Beatles, Massiel o Roberto Carlos les pusieron la banda sonora a victorias y decepciones de una década marcada por el triunfo de la minifalda, la píldora anticonceptiva, la reevaluación de la familia, la revolución sexual, el hippismo y el feminismo, y todo ello latía en las canciones que radiaba el estelar de Radio Progreso.
Convengamos que la versión televisiva del incombustible Nocturno radial incluye muchas más canciones en inglés de las que en sus tiempos de gloria se escuchaban todos los días a partir de las 8:30 de la noche. En aquel entonces, sobre todo a finales de los 60 y principios de los 70, dominaba el pop español, y se contaban con los dedos de una mano los temas de éxito generados en el anglosajón, que algunos funcionarios consideraban «veneno ideológico». De modo que, regularmente se programaba, para cantar las mismas canciones, a Los Mustang en lugar de Los Beatles puesto que la mayor parte de la población prefería esos temas en español mientras escuchaban un radio portátil, o el audio central en la escuela al campo, la beca, el servicio militar, la agricultura o el trabajo voluntario.
De cualquier manera, Nocturno en televisión consigue reactivar la memoria y las saudades (sentimiento afectivo próximo a la melancolía, pero más estimulante y asertivo) de quienes contamos con la suficiente cantidad de años como para reconocer el camino andado y las muchas cosas hermosas que disfrutamos alguna vez. Y claro, antes de resbalar por el hueco sin fondo de la nostalgia inconsolable, llega a la pantalla una canción ligera y pegajosa, muy sesentera, como Rosas en el mar, que habla del amor siempre esquivo y de libertad imprescindible, y uno termina, como todos los viejos fastidiosos, sintiendo algo de compasión por tantos jóvenes que desconocen y hasta menosprecian tan ingente legado de belleza y utopía. Porque hay algunas, varias, canciones que jamás pasarán de moda, y que trascienden la añoranza por parte de quienes las escucharon en el momento de su estreno, y que pudieran ser saboreadas por cualquier cubano de cualquier edad, justo en el momento en que intenten trascender el cerco actual de reguetón, frivolidad, estribillo machacón y grosería.
En fin, Nocturno, dirigido por Alfredo Pérez Burgos, y con la colaboración indispensable de Emérito Martínez y Emilio Domínguez (Pacheco), significa la necesaria amplificación del agradecimiento de muchísimos cubanos a los trabajadores de Radio Progreso, y en particular a un programa que recientemente cumplió su aniversario 52, y que representa detalle armonioso y colorido en el gran mural de los años 60, una década cuya música, reitero, no puede ni debe ser motivo de entusiasmo retrospectivo solo para los gustadores de antigüedades melancólicas.
Tampoco está dirigido solo «a los televidentes de la tercera edad», como insiste en reiterar la torpe divulgación que lo acompaña, Fe de vida, que dirige Olga Lidia Díaz, quien lo escribe junto a Migdalia Calvo.
Con un tema a desarrollar en cada salida, la presentación y conducción de la siempre elegante y hermosa Miriam Socarrás, intencionadas entrevistas a cargo de Hilario Peña (a quien de vez en cuando se le sale un tono demasiado enfático del juez en ¿Jura decir la verdad?), Fe de vida debiera seguir ensanchando los espectros temáticos de todas sus secciones (entrevistas en la calle, disquisición del especialista, plática con la figura invitada) para que el programa mantenga su potencialidad de espacio para toda la familia, incluidos los jóvenes, que son cuidadores, hijos, nietos o sobrinos de alguna persona mayor.
El programa de los sábados ha posibilitado que lleguen a la pantalla canciones muy sesenteras como Rosas en el mar, interpretada por la Massiel.
De propósito noble, siempre encomiable, y exposición a veces en exceso didáctica (hace falta generalizar el tono más coloquial cuando es preciso), Fe de vida intenta alejarse de ciertos aires paternalistas y lastimeros, o infructuosamente optimistas, y se acerca con entusiasmo a la potente experiencia de quienes acumulan logros y virtudes, junto con las décadas y las canas. Porque la vejez nunca significa ni virtud irrebatible ni decadencia irremediable, y resulta por lo menos estimulante la voluntad de los realizadores por acercarnos a la fecunda ancianidad de personas cuya vida estuvo colmada por logros más altos que el cotidiano comer y dormir, y el consiguiente pasar de las horas.
Tal vez a los directivos y funcionarios del Canal Educativo les desagrade el titular de este texto, porque quizá les parezca que conspira contra la sacrosanta voluntad institucional de producir una televisión indiferenciada y neutra, que se afana en satisfacer los gustos de todos los públicos (como si tal ideal fuera posible) y suele desconocer ciertas preferencias abismalmente diversas entre los grupos poblacionales que tienen 15 o 35 y 55 o 75 años de edad. Pero si fuera necesario lo juro: el titular tiene un matiz encomiástico, porque el Canal Educativo ha demostrado que se pueden hacer programas concebidos desde el gusto y los intereses de los tembas y adultos mayores, pero que pueden disfrutar públicos de cualquier edad, en particular aquellos que comprendan que todos, absolutamente todos, «llevamos un viejo encima», como cantaba Serrat con exacto sentido autocrítico e inmensa ternura.
En Fe de vida, que dirige Olga Lidia Díaz, quien lo escribe junto a Migdalia Calvo, la presentación y conducción están a cargo de la siempre elegante y hermosa Miriam Socarrás.