Celebro con ustedes la terminación de mi Sinfonía No. 1 La Palma Real. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 04/08/2018 | 09:13 pm
La Palma Real. Así quiso titular Yalil Guerra su primera sinfonía, que estrenará este domingo 5 de agosto, a las 11:00 a.m., la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección del maestro Enrique Pérez Mesa, en la sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba. Es la obra que cerrará un programa que componen, además, Serenata para cuerdas, de Harold Gramatges; e Intrata, de Aurelio de la Vega, nunca antes escuchada en la Isla.
«Era vital que mi primera sinfonía estuviera relacionada conmigo y con mi cultura. Yalil Guerra es cubano, el hombre de la palma, mambí, alguien que todo el tiempo tiene a su país presente en el alma y en el pensamiento», le aseguró con sincera emoción a JR este reconocido compositor, guitarrista, arreglista y productor, radicado desde 2002 en Los Ángeles, donde por dos años se desempeñó como presidente de la National Composers Association USA (Nacusa), justo hasta que decidiera emprender el Doctorado en Composición en la UCLA, como se le llama en todas partes a la prestigiosa Universidad de California.
«Es que mi única ambición es ser compositor, no burócrata ni director de nada, no tengo esas ansias de poder», dice este creador que heredó esa pasión de sus padres, el dúo de Rosell y Cary, que fuera tan popular en las décadas de los 70 y el 80. Por ellos comenzó esta historia, la de Yalil y su hermana Yamila Guerra, quienes no olvidan «aquellos tiempos en que viajábamos por todas las provincias del país: yo cantando y ella como fonomímica, como parte de un pequeño show que teníamos montado dentro de los espectáculos de nuestros padres».
Hubo un accidente a los seis años en el que salió herido, y que de alguna manera marcó el camino del autor de la obra coral ¿Dónde está mi negro bembón?, una pieza como Sofía (para guitarra) y Seducción, con la que ganara en 2012 el Grammy Latino, antes de que ingresara en la ENA, en la Escuela Nacional de Música, para estudiar guitarra clásica con el maestro Jorge Luis Zamora, por allá por 1987 (no lo admitieron en la Escuela de Música Manuel Saumell porque lo veían sin condiciones).
«Fue una experiencia muy fuerte, que me llevó a conocer el dolor desde muy pequeño. Curioso, porque al estudiar la historia de no pocos compositores, pintores, poetas... me doy cuenta de que cada uno ha sufrido un dolor físico tremendo, o pérdidas muy grandes en la vida. Imagino que en mi caso ese hecho me dio una gran sensibilidad interna», explica quien en 1990, con 16 años de edad, obtuvo un premio en Polonia.
Yalil cierra los ojos y se ve solo viajando en tren, únicamente con su español a cuestas, de Varsovia con destino a Cracovia, para participar en un exigente concurso de guitarra. «Me otorgaron el segundo premio y un premio especial, lo cual me convirtió entonces en el cubano más joven laureado en un evento internacional de este tipo. Imagino que ese récord haya sido superado hace rato, porque el talento que existe aquí es impresionante, pero para mí fue genial haber salido a tocar como profesional y a representar mi país, pues siento que básicamente soy un representante de Cuba, de mi cultura y de mis compatriotas».
A los dos años de haber matriculado en el ISA, Guerra partió con sus padres y hermana a una gira por España, «donde nos salieron varios contratos de trabajo, de modo que permanecimos allí a partir de 1993, al principio en Valencia y luego en Madrid, donde continué mis estudios en el Real Conservatorio Superior de Música, en guitarra clásica y al mismo tiempo decidí hacer la carrera de Contrapunto y fuga, supernecesaria para el que sueñe con la composición.
«Es una herramienta esencial, que debes dominar. Fue una experiencia vital en mi desarrollo. Del mismo modo que Cuba es fuente de inspiración, de ritmos y melodías, España me dio la técnica del arte del contrapunto y la fuga, que se remonta al Barroco, finales de Renacimiento. Me gradué en 1998, pero durante todo ese tiempo me mantenía realizando producciones discográficas, lo mismo como arreglista y productor que como ingeniero de sonido, programador...».
—¿Por qué ese interés tan marcado en la composición?
—Desde muchacho me veía como un compositor, arreglista y productor, y hasta escribiendo música para cine. Modestia aparte, era tremendo guitarrista, pero quería expandirme al mundo de la creación, que me fascinaba.
«Pensaba que sabía mucho de Armonía, pero tuve una lección de modestia cuando llegué a la primera clase y el profesor me dijo: “Oye, te debo poner tarea extra porque vas a suspender”. Y efectivamente, el genial Daniel Vega, si daba cinco ejercicios de contrapunto a la clase, me encargaba diez a mí. Eso me ayudó, no puedes imaginar cuánto».
—Luego la familia se trasladó a Estados Unidos...
—Sí, en el 2000. Estuvimos por dos años en Miami y luego nos montamos en un par de camiones y nos mudamos para Los Ángeles, donde he podido desarrollar mis dos vertientes: la música popular y la clásica, e incluso la incidental —de hecho, obtuve una beca en 2014 para una maestría en Música para cine en la Shepherd University, donde me he quedado trabajando como profesor. En 2017 empecé entonces el doctorado en la UCLA y estoy feliz, sobre todo porque he llevado mis creaciones también a Canadá, México, Costa Rica, Ecuador, Colombia, España, Francia, Italia, Polonia, Inglaterra..., pero, sobre todo, las he podido compartir con mi Cuba».
—Y pensar que lo primero fue lo popular...
—El destino hace unas trampas maravillosas. Yo estuve por muchos años involucrado de a lleno en la música popular, en la producción discográfica, pero hubo un momento en el cual no se veían los frutos. Me tocó vivir además el momento en el que comenzó la piratería, razón por la cual la mayoría de las compañías discográficas se vino abajo; yo aproveché para crear la mía propia, RYCY Productions, la cual mantenemos hasta el día de hoy, y emprender una carrera de manera independiente.
«Años después, paso a paso, con una base sólida, empezaron a verse los resultados. Llevaba más de 20 años produciendo música popular, pero fue con la clásica que apareció el reconocimiento de la industria. No le debo nada a Sony Music o a Warner Music Group, solo, y mucho, a los músicos y directores de orquestas que han decidido defender mis composiciones, así como a las instituciones que nos han apoyado. Me satisface comprobar que les ha gustado mi música, que es como único un instrumentista se dedica a estudiarla en serio, que se involucra con el alma. Bueno, también puede aprendérsela si se le paga, pero entonces no existe ese compromiso. Soy muy afortunado cuando consideran que merezco ser ayudado por el valor de mis creaciones.
«Entonces esa ha sido mi política: atrapar al músico para que luego se lleve de corazón al auditorio, que el instrumentista vea mis composiciones como una música interesante, difícil de interpretar y además bella: un equilibrio complicado de mantener, pero lo intento todo el tiempo. La música no puede estar despojada de emoción, debe conmover, tocar al ser humano; hacerlo sentir, pensar, llorar, gritar...»
—¿Cuándo descubriste esa capacidad de conmover?
—Al inicio me dediqué a los arreglos de música popular cubana, lo cual me permitió empezar a entrenarme en la composición a partir de algo «pequeño», como una canción. Luego todo se convierte en una técnica; el arte y el oficio vienen con los años. La imaginación no se estudia, ni se puede comprar en una tienda o una bodega, simplemente se tiene o no... Es feo hablar de uno mismo, pero este domingo me podrán decir si tengo la razón.
«Sí creo que el camino recorrido a lo largo de mi vida, todas las emociones vividas (buenas y malas), las separaciones (he tenido dos divorcios), la distancia de la familia, el nacimiento de mis hijos, que han sido y serán mi mejor sinfonía, se unen como si fueran atraídas por un imán espiritual para crear una sensibilidad especial que luego se transforma en música. Yo no necesito inspirarme, simplemente me siento a componer, y todo sale, fluye.
«No obstante, tengo muy claro que a pesar de haber escrito un catálogo bastante amplio de obras de cámara, al cual se suma ahora mi primera sinfonía, La Palma Real, me queda mucho por aprender. Cuando te acompaña esa actitud ante la vida, los sentidos se mantienen siempre alertas, dispuesto a recibir una nueva enseñanza. Hay que seguir estudiando, superándome, porque quisiera seguir aportándole al universo lo mejor de mí, que es mi música.
«Mi primera obra clásica se llamó Suite cubana, que se estrenó con la Orquesta Sinfónica de Montreal, en Canadá, hace diez años, en 2008. Por ese tiempo aproximadamente conocí a mi mentor, uno de los compositores más significativos del siglo XX, orgullo de Cuba, el maestro Aurelio de la Vega, quien desde entonces ha sido una guía inestimable».
—Suponga que ahora puede invitar a los lectores de JR a que lo descubran a través de su obra. ¿Qué les propondría?
—Al público cubano le propondría Seducción, una obra para piano que ganó el Grammy Latino en 2012; y Old Havana, que aparece en dos discos, también nominados a ese certamen: en 2010, por mi ópera prima, tocada por Ensamble Solistas de La Habana, dirigido por Iván Valiente; y en 2015, en un álbum nombrado Yalil Guerra: Works For String Orchestra, defendida por la misma agrupación. Pero te podría mencionar otras más: la Suite del batey y lo más reciente, La Palma Real...
—¿Por qué ese nombre de La Palma Real?
—Imaginé una palma real que es testigo en Dos Ríos de la caída de José Martí. Pero La Palma Real es también una manera de llamar al Apóstol, defensor de nuestra libertad... Esta sinfonía cuenta con cuatro movimientos: El exilio, La batalla de Dos Ríos, que a su vez está conectado con Elegía, y por último El legado, una fuga doble que comienza a cuatro voces y llega a seis voces. Se trata de una de las formas más complejas de la composición musical, empleada, salvando las distancias, por grandes como: Bach, Beethoven, Mozart (en menor cuantía), Reger. Es la mejor manera que encontré para enaltecer el legado en los cubanos de nuestro Héroe Nacional, esos cubanos que vivimos llenos de orgullo patrio, que somos inteligentes, vivaces y amamos nuestra cultura y tradiciones».