No sé si sea cierto que los cuentistas abunden más entre nosotros que los novelistas. Al menos, para evitar embarrancarme en una precisión que no puedo confirmar aritméticamente, el cuento en Cuba ha sido privilegiado, al menos en calidad. Y renuncio a la especulación para referirme a un libro de Jorge Luis Hernández, escritor nacido en Santiago de Cuba en 1946, y fallecido en 2004.
Publicado en 2014, con el título de Todos los cuentos de Jorge Luis Hernández, este libro aún lo he visto en librerías. Al menos en algunas de La Habana. Advierto que el lector debe andar con tiento, porque Jorge Luis Hernández practicaba una teoría, también sostenida por otros autores: el cuento vale no tanto por lo que evidencia, como por lo que sugiere y mantiene subyaciendo en la trama. Y por ello, leer estos cuentos equivale a un intercambio de inteligencia entre escritor y lector, intercambio que cuenta además con los personajes. Jorge Luis Hernández domina desde dentro, la psicología de cada uno de los actores de estas historias.
El cuento, ha dicho alguien que no recuerdo, es una novela despojada de ripios. El ripio es un germen que se cuela lo mismo en un poema que en un cuento cuando el autor carece de esa virtud que los clásicos llaman contención.
Ah, saber contenerse. Posiblemente saber contenerse sea el secreto de la magia de escribir. Saber contenerse no equivale a incrementar la paginación de un libro para cobrar más derechos de autor, o dar la impresión de poseer un rico caudal de imaginación creadora.
Sí, cuánta contención se necesita para que el lector no tenga que dejar en blanco páginas y páginas que nada aportan. Sobre todo en el cuento, enunciado breve, o relativamente breve, cuya historia se nos da en el instante de un relámpago.
Particularmente en el cuento, digo, saber contenerse es una posición técnica y ética. Lo técnico rige la organización narrativa, y lo ético condiciona el respeto por los lectores.
Atentos, pues. Jorge Luis Hernández no concede nada por conmiseración. Ofrece un margen para detectar lo implícito, el dato fundamental que a veces está en un impulso, una mirada de esos personajes de nuestro tiempo que llegan a nuestra vida y siguen inquietándonos con su capacidad de sugerencia.