Captura Autor: H.Bejerano Publicado: 01/12/2017 | 09:40 pm
Dos significativos estrenos han estado de temporada en salas capitalinas: Así que pasen cinco años y Dos pobres rumanos que hablaban polaco.
Así que pasen cinco años (Teatro El Público) incorpora esa pieza de Federico García Lorca que, junto al título que también nomina el colectivo liderado por Carlos Díaz, y Comedia sin título, integran el designado por algunos como «teatro imposible» del poeta y dramaturgo andaluz, de sólida impronta surrealista; movimiento que, como sabemos, lo influyó fuertemente durante largo tiempo.
La obra, que fue culminada por el célebre autor de Doña Rosita la soltera, Yerma y Bodas de sangre en 1931 (por tanto nunca la vio subir a escena, pues fue asesinado cinco años después) se consideró «irrepresentable» en esa época, y aunque tras algunos cambios por parte del mismo Lorca estuvo lista durante 1936, el estallido de la Guerra Civil española lo impidió; no fue entonces hasta 1959 que se estrenó, y ello en París. En España no fue posible hasta mediados de los años 70, algo que ha continuado hasta hoy, si bien no ha sido ni con mucho de las más representadas dentro del teatro lorquiano.
Teatro El Público, con puesta de su director, permite al grupo desandar la poética que lo ha signado desde sus inicios, y que aunque ha conocido variaciones e incorporaciones, se exhibe como todo un sello autoral. La ruptura de barreras genéricas (tanto en el sentido de personas como de categorías artísticas), el travestismo como práctica que penetra más allá del vestuario, y la conexión con la actualidad al margen de la época de referencia, son algunas de las variantes que Díaz y los suyos han privilegiado en sus puestas.
Así que pasen… (como en cierto sentido ocurría con El público, la obra) les viene como anillo al dedo pues en ella Lorca emite una mirada irónica, revisionista y cuestionadora a la tradición teatral, fuera incluso de la propia España. La narrativa analéptica, llena de saltos retrospectivos y anticipaciones, así como la focalización segmentada de tiempo y espacio (que sitúa al dramaturgo entre los pioneros del posmodernismo) no impiden —todo lo contrario— la reflexión en torno al paso del tiempo, el temor a la muerte, la obsesión con la «eterna juventud», los clichés y molestias del matrimonio «tradicional», las máscaras y representaciones dentro del mismo teatro —y claro, en la vida— junto con las deliberadas hipérboles que se burlan de las convenciones escénicas del momento y de antes, han sido muy bien captados y transmitidos por Díaz y sus colaboradores en cada aparición de El Joven, El Viejo, la Mecanógrafa, la Novia, el Niño Muerto y otros significativos personajes (a veces no personas como El Traje de Novia, el de Fútbol Rugby o la Máscara) sin olvidar más de una referencia al otro teatro del autor.
Tanto el expresivo vestuario (que en esta obra reviste una importancia semántica mayor) como el movimiento escénico cuasi coreográfico han logrado una eficacia incuestionable.
En la irregularidad de los desempeños es donde quizá se aprecie cierta debilidad en la puesta, debido a que se trabajó con toda un aula de la ENA que justamente se graduó con esta pieza, y aunque siendo justos ninguno desentona (pues es evidente el arduo trabajo de sus tutores detrás del montaje) sí se aprecian (des)niveles histriónicos, ya a nivel personal, que un texto con las dificultades como el que nos ocupa saca a flote. De cualquier manera es un esfuerzo considerable, y confío en que (ya se observaban mejorías en las últimas funciones) para próximas temporadas se lograrán resultados cada vez mejores.
Aunque después se ha prolongado durante otras presentaciones, Dos pobres rumanos que hablaban polaco, estrenado durante la 6ta. Semana de teatro de ese país en el nuestro, es la más reciente propuesta de Ludi Teatro, en la cual su director, Miguel Abreu, partió del debut en la escritura dramática de la joven polaca Dorota Maslowska.
Peculiar roadmovie donde dos jóvenes descarriados —actor televisivo sin éxito y muchacha alocada que dice estar embarazada e inhala pegamento— se hacen pasar por una pareja de rumanos (término despectivo en Polonia) que saliendo de una desenfrenada fiesta secuestran un taxi y obligan al chofer a regresar a la ciudad, tras extraviarse en medio del campo.
La estructura inconexa del texto permite las declaraciones del también extravagante y mitómano taxista ante un presunto reportaje, lo cual da pie a la conexión con un mockumentary en torno al ciclón Irma y sus desastrosos efectos sobre Cuba. Pero ocurre que esa conexión no se logra, amén de los esfuerzos por situar puntos entre personajes y la historia.
Excepto que se reelabore en el futuro esta hibridación, mejor le va a la puesta la línea central del relato, comoquiera que se consigue fluidez escénica y una notable ambientación apoyados en el diseño de vestuario (Celia Ledón), la banda sonora de Rommy Sánchez y el trabajo con las luces y la espacialidad realizados por el director, lo cual incluye un traslado del público y la acción a un escenario cercano, metonimia que no deja de revestir otro sentido.
Las actuaciones son generalmente logradas (Grisell de las Nieves Monzón, Evelio Ferrer Rojas, Rone Luis Reinoso), sobre todo por el desdoblamiento en varios registros o caracteres; respecto al debutante Homero Saker (Roñas), no obstante su indudable potencial, debe trabajar mucho más sus transiciones —bastante apresuradas hasta el atropello— y cadenas de acción que no quedan casi nunca orgánicas debido a cierta tendencia a la mueca y la gestualidad desmedidas, por mucho que el personaje las admita, pero matizándolas.
Aunque susceptible de revisiones y mejorías, Dos pobres rumanos… no rompe en absoluto la exitosa, pese a lo breve, trayectoria de Ludi Teatro.