Jara y Osmany, la pareja triunfal de Bailando en Cuba. Autor: Titina Estudio 50 Publicado: 21/09/2017 | 06:52 pm
Jara y Osmany, los triunfadores absolutos de Bailando en Cuba, son como almas gemelas. Ambos nacieron en el oriente del país: ella de apellido García Fonseca, en Santiago; y él, quien tomó de su papá el Montero y de su mamá el Hernández, en Holguín. Los dos también llegaron a la danza tras emprender un largo viaje que les permitiera indagar profundamente en sus respectivas vocaciones, y en el deporte hicieron la primera escala seria, cuando estaban en tercer grado.
En el caso de esta bella muchacha, el inicio lo marcó el nado sincronizado. «Hoy lo agradezco, le cuenta Jara a JR, porque ese entrenamiento me dio mucha fuerza y buen tono muscular; sin embargo, era duro permanecer horas en el agua para crear capacidad pulmonar... Desde allá abajo veía las nubes, las estrellas... Si salía, la maestra aumentaba la dosis (sonríe), entonces trataba de poner en práctica algunos trucos como sacar la boquita... Así y todo nadar de aquí para allá me fascinaba.
«Provengo de una familia muy artística, porque mi mamá es profesora de Educación musical, y a mi padre, ingeniero en Telecomunicaciones, le encantaba el clarinete. Ellos me inculcaron esa pasión. Por eso no era extraño verme cantando, tocando el piano, bailando... Recuerdo a mi madre decirme: “Tienes que acabar de decidirte”, supongo que la enloquecía. Entonces le dije: “Ya me he cansado de bailar en el agua, ahora quiero bailar en la tierra”. Y como en ella siempre he encontrado el apoyo que necesito, con la condición de que aquello que emprenda lo haga con total seriedad, me presenté a las pruebas de la Escuela Provincial de Ballet Alejo Carpentier, en la capital, después de estudiar dos años de piano en el conservatorio».
Lo de Osmany, en cambio, fue la lucha libre, que empezó a practicar en los colchones de la Ciudad Deportiva de su Sagua de Tánamo natal. «De ahí me mudé a Cayo Mambí, en Frank País, otro municipio vecino, porque enviaron a mi mamá a trabajar allí. Sin dudas, ese deporte desarrolló ciertas habilidades y condiciones que me posibilitaban manejar mejor mi cuerpo, porque hacíamos una preparación física muy fuerte, había que conseguir elasticidad...».
Pero sucedió que un día encontró en su seminternado, en Cayo Mambí, a un instructor de danza en unas captaciones, «y a mí se me ocurrió decir que podía realizar los ejercicios. Me convidó y se lo demostré. “Pues mañana hay unas pruebas”, me informó. Me presenté a esa, y a otra más en la Escuela Vocacional de Arte (EVA) Raúl Gómez García. Se suponía que debía recibir la confirmación durante las vacaciones pero nunca pasó, así que perdí las esperanzas y me matriculé en la secundaria básica de Frank País. Lo primero que hice fue arrancar para mi escuela al campo, en la caña.
«No olvido que el primer día me tocó sembrar, pero para mí aquello fue extenuante (sonríe). Sentía como si me hubieran apaleado con aquel sol que asfixiaba. Por mi capacidad de liderazgo me habían nombrado jefe de brigada, y no podía “rajarme” ni jugando.
«Estaba hecho trizas, pero hacía de tripas corazón para demostrar todo lo contrario. Llegué al albergue muerto de cansancio cuando se apareció mi madre. “Te vengo a recoger”, anunció. “¿Cómo es eso?, le pregunté asombrado. No, no, no, aquí no se rinde nadie”, le disparé. “Es que me dijeron que tú estabas muy mal”. “¿¡Quién dijo eso!?”, reaccioné ya incómodo, entonces se echó a reír. “Llamaron de la EVA preguntando por qué no te habías incorporado”, me calmó. Recogí rapidísimo. Al otro día ya estaba allí».
Tiempo de definiciones
Llegó un momento para Jara en que tuvo que definirse, y eligió la danza. «Amo el arte. Me hacen muy feliz la música, cantar, componer..., pero bailar siempre me ha transportado a otra dimensión. Con los pasos, los movimientos de los brazos y del cuerpo, con las miradas, siento que puedo ser más yo, que no se me queda nada por expresar», enfatiza, quien entró a la Alejo Carpentier, en octavo grado, por lo cual le correspondía ponerse al nivel del resto de sus compañeros.
«Resultó muy complejo. Creo que aquí el sacrificio llegó a la máxima expresión. Mis compañeros llevaban desde quinto grado en la escuela. Pasé momentos maravillosos y otros no tanto, porque si bien encontré maestros que me estimulaban, halagaban, que veían en mí algo que podía funcionar y prosperar; también hallé otros a los que les caí mal de gratis, que me humillaban, que pensaban que no tenía salvación.
«Es difícil porque a esa edad te tienes que enfrentar a muchos sentimientos y caracteres encontrados. Y debes estar muy decidida a qué quieres llegar, qué quieres conseguir. Son obstáculos que aparecen en la vida de un artista como para ponerle a prueba su vocación. Por tanto, no queda más alternativa que sobreponerse y luchar por conseguir tus propósitos».
—¿Olvidaste entonces el piano?
—¡Jamás! Es una ventana que mantengo abierta y a la cual me asomo cada vez que lo deseo. Ensayo constantemente; sigo tocando, me gusta cantar y hasta me he atrevido a componer. Escribí, por ejemplo, una pieza que le dediqué a mi papá, ya fallecido, pues sé que hubiera estado muy orgulloso de mí.
—¿Cómo te ha ido en la ENA?
—Ahora curso segundo año y la verdad es que fue un poco caótico llevarlo adelante al mismo tiempo Bailando en Cuba, porque el programa me absorbía. Había que dedicarse por completo a él con los ensayos, los montajes de las coreografías con Carburo, Oddebí y Claudia; las clases magistrales de Aurora Bosch, Silvina Fabars, Santiago Alfonso, Isidro Rolando, Lizt Alfonso, Susana Pous, Roclan... además de las filmaciones, visitas a lugares de interés... No obstante, considero que más que perder he ganado, porque lo que he aprendido en este concurso, tanto de mi pareja —bailar con Osmany y poder escuchar sus consejos ha sido una suerte inmensa—, como de aquellos que han redondeado mi formación. El aporte a mi carrera ha sido enorme.
A ver qué sale
Graduado del ISA en el 2014 en el universo del audiovisual, con el empuje total de la maestra Cristy Domínguez, algo que Osmany quiere que se sepa, este joven que ingresó con la categoría de solista al Ballet de la Televisión Cubana (BTVC) admite que se incorporó a la EVA, pero sin una seguridad de lo que allí iba a encontrar.
Ni siquiera tenía claro que existía la danza contemporánea, según confesó a Juventud Rebelde. «Pensaba que me iban a enseñar a bailar... qué se yo... reguetón, no sé. Pero me encantó. Ir haciendo mía poco a poco la técnica, me producía un placer inmenso. ¿Sabes cuándo me conquistó la danza? Cuando debuté en el escenario del teatro Eddy Suñol, de Holguín, en mi primer año de la EVA y con una coreografía grupal. ¡Ñooo!, me invadió un calambre muy raro que me recorrió de pies a cabeza, que me enamoró; una sensación de éxtasis, tan especial, que solo se vive en contadas ocasiones, sinceramente. ¿Y quieres que te diga más? La volví a sentir otra vez muy fuertemente en la gala del opening de Bailando en Cuba en el Astral. Me ericé, fue impresionante».
Para bien o para mal, a partir de cómo se mire, Montero se vio obligado a repetir no solo un año, por rotura de los salones, lo cual lo mantuvo seis meses alejado de la escuela en su casa, sino otro más «por inestabilidad con el claustro y porque éramos muy indisciplinados, un desastre. La primera vez la medida fue pareja para todos, pero la segunda nos tocó a quienes no logramos el nivel técnico que se exigía.
«A veces en la escuela uno no tiene la magnitud real de lo que significa hacerse la disciplina de ir al salón, del trabajo diario, de la autoexigencia. Me dieron el chance porque había sido un excelente alumno con muy buena trayectoria. Y de eso le hablaba a Jara con frecuencia, a pesar de que ella es una muchacha muy entregada y centrada, aunque la inmadurez nos lleva a creer que el mundo está a nuestros pies y que todo nos pertenece. Somos tan prepotentes, que no nos damos cuenta de que es en la escuela donde adquieres la base sobre la cual se levantará tu carrera. Si es débil, no te quedará más remedio que olvidarte de tus ambiciones artísticas. Si no aprovechas bien el tiempo...».
Y al final Osmany fue premiado. Confió en él la maestra Maricel Godoy, directora de la reconocida compañía Codanza, que lo acogió por un lustro. Esa compañía acabó de ponerles los cimientos a esa base que luego le ha permitido mostrar su arte por el mundo. «Maricel ha sido la madre de mi vida artística, sin dudas. A Codanza le debo todo, y a Holguín, que me educó como artista en general. Esa ciudad tiene una vida cultural muy, muy rica, algo que no se encuentra en muchas partes. Y luego sus artistas son muy unidos, compenetrados, les gusta intercambiar entre sí, crear en colectivo, aportarse unos a los otros, mezclarse».
Bailando en cuba
«Bailando en Cuba me ha abierto las puertas a muchas cosas. Lo mejor es que me posibilitó desarrollarme y aprender. Implicó un esfuerzo tremendo, entrega al por mayor. Por momentos sentí que necesitaba descansar, de hecho esa sobrecarga de trabajo me produjo una fatiga muscular que por poco me obliga a dejar de bailar, pero me sobrepuse con el apoyo de mi pareja que me decía: “tú puedes”. Y sí, la experiencia ha sido muy bonita, a pesar del cansancio, del estrés; de la presión: la que te viene porque te autoexiges, y la que te llega del público que te apoya y al que no quieres defraudar», señala Jara visiblemente feliz.
A Osmany le costó decidirse al conocer que la competencia partía del baile en parejas formadas entre un profesional y otro que no lo es. «Estuve como dos días en que quise marcharme, pero no hallaba cómo decirlo (sonríe). Sin embargo, en el fondo sabía que se trataba de una experiencia muy excitante. Acepté para llenar de orgullo a los míos, prestigiar al pueblo de Sagua de Tánamo y para que la familia cubana supiera que en nuestra Isla existen bailarines profesionales totalmente desconocidos, mas realizan una labor tan excelente que llenan de gloria a nuestra cultura por todas partes. Es tan hermoso cuando el reconocimiento viene de tu tierra, de tu gente, que para ellos es también este premio de Bailando en Cuba».