Desde hace más de una década, quienes observan la marcha de la danza cubana han venido expresando, a través de distintas vías, su inquietud ante la endeblez que mostraba el arte coreográfico que se realiza en torno al ballet, con las excepciones conocidas.
El Ballet Nacional de Cuba (BNC) convocó a un grupo de coreógrafos e interesados en la creación, con predominio de los jóvenes, a participar en su Taller coreográfico, cuyos resultados se dejaron ver en la sala Avellaneda del Teatro Nacional.
Concierto, la pieza que dio inicio a la función, del ex bailarín del BNC y actual profesor del Conservatorio de Toulouse, Carlos Luis Medina, es labor de naturaleza muy delicada, encabalgada en la música de Bach y Mozart, que se deja bailar sin demasiadas dificultades para los profesionales. Si impresionante, en concordancia con el espíritu de la pieza, es el vestuario diseñado por Salvador Fernández, llama también la atención el cabal dominio del espacio escénico que muestra Carlos Luis y que se deja ver en la gran diagonal inicial de ocho varones y el bordado pas de six subsiguiente.
Le siguió (SAFE), de Raúl Reinoso, bailarín formado en la escuela contemporánea, quien impregna de sus matices una pieza muy movida, un pas de trois de nuestros tiempos, en la cual se baila con tal dinamismo e intensidad que los presentes hubieron de agradecerla abiertamente con las palmas de sus aplausos. El relato trajo la firma de Regina Hernández, una bailarina que repite en los avatares creativos del Taller. La entrega, a cargo de seis bailarines, explica la autora, posee tintes neoclásicos, pero, al modo de ver de este cronista, se trata de un texto que desborda cualquier propuesta de clasificación a priori y deviene portador de múltiples aristas significativas.
Sobre un hilo, de Lyván Verdecia, también reincidente en el Taller, propició la coincidencia escénica del coreógrafo y el bailarín, quien realiza un alarde de exigencias técnicas junto a su pareja, Gretel Morejón. La música se basa en una selección cargada de tintes percutidos de Badmarsh And Sari. Del mismo Verdecia fue repuesta Retrato, labor que salió airosa de la anterior edición, todo un elogio al trabajo de la pareja, que ofrece muestras del excelente sentido dramatúrgico del creador y de su don innato para el tramado coreográfico.
Preludios de la noche, de Maysabel Pintado, es un texto que nos permite leer en distintos planos y que, sin romper la unidad dramática, resulta exitoso al tratar de imponernos un juego con el tiempo. Aunque, como ha confesado la Pintado, el tema se centra en el amor y las angustias de su decursar; ella dispone áreas de eficiencia dentro de la escena: una primera, en la zona de luz, donde ocurre lo que pudiéramos considerar el presente escénico, y una segunda, al fondo, en la penumbra, sumergida en otra dimensión temporal. Obra de empeños mayores, Preludios... nos dejar ver las tremendas posibilidades de traslaciones técnicas de la coreógrafa, una artista que, partiendo de sus pasos iniciales en la gimnástica, ha traspasado las bardas de lo español y la fusión para llegar a «forzar» a un grupo de bailarines clásicos en una de las más interesantes y apasionadas entregas del Taller...
3D, elaborado por Juan Carlos Hernández, coreógrafo invitado, devino toque de simpatía. Pieza juguetona, montada sobre una bien seleccionada música de Mozart, nos muestra a cuatro muchachas interactuando en una creciente confusión del desempeño balletístico que, en su desenlace, nos deja una sonrisa en los labios.
SDOS, de Ariadna Suárez, maestra de Ballet y Repertorio en la Universidad de las Artes, es el encuentro con una creadora de profunda cultura danzaria, quien juega con sus palabras y los significados de su creación. La coreografía desborda los límites de lo estrictamente clásico y se adentra en los pasos vertiginosos de una tarantela que exige de la pareja danzante una preparación de excelencia para vencer tamaño desafío.
Los últimos minutos de la función correspondieron a Piazzolla X 6, de la reconocida coreógrafa camagüeyana Tania Vergara, quien, como en otras ocasiones, nos dejó muestras de su original sentido del hecho coreográfico y de su buen gusto. Se trata de una entrega de elevada belleza, en la que la música va más allá de su histórico papel de soporte del acto de la danza. La Vergara propone la interacción de bailarines y músicos, en una dimensión muy de estos tiempos, dados a desdibujar los límites tradicionales entre artes. Impresionante la presencia de Viengsay Valdés junto a Víctor Estévez.
Dos funciones de excelencia avizoran, entonces, que tendremos coreógrafos. Mejor dicho, tenemos ya talentosos coreógrafos con las más disímiles visiones, intereses y formaciones. ¡Enhorabuena!