Nelson Herrera. Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 05:49 pm
A las calles habaneras, el lugar por donde muchos cubanos pasamos cada día, llevó hace tres décadas, la Bienal de La Habana (BH), lo mejor del arte contemporáneo.
Desde entonces, ni el más indiferente de los ciudadanos ha logrado permanecer ajeno al gran movimiento cultural que acompaña cada edición de este evento, el más importante de las artes visuales en Cuba. Su carácter renovador y capacidad para acercar la producción artística a las masas lo ubican entre los de mayor prestigio del mundo. JR conversa con Nelson Herrera Ysla, curador del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, institución que lo organiza, y uno de sus fundadores.
—¿Cuáles han sido los aportes de la Bienal de La Habana?
—La Bienal no enseñó un nuevo tipo de obra que sirviera de paradigma de creación, pero abrió un espacio diferente que permitía a los artistas enfrentarse a experiencias nuevas. Desde la primera edición en 1984, se ha caracterizado por organizar encuentros y talleres en las calles, lo cual ha contribuido a que los creadores interactúen entre ellos y establezcan una relación con el público cubano que no es la que tienen con el francés o con el italiano.
«Muchos venecianos no tienen idea de lo que pasa en la Bienal de Venecia, porque el evento ocurre en los Jardines de Castelo y hay que pagar una buena cantidad de dinero para entrar. La de San Pablo, en Brasil, se efectúa en un solo edificio; por tanto, allí tampoco hay mucha relación con el público. Sin embargo, en la de La Habana, desde el principio, hicimos actividades con la comunidad, porque lo que queríamos era que los artistas participantes entendieran la cultura y la sociedad cubanas».
«Ninguna de las cuatro Bienales existentes entonces (la de Venecia, Castel, Sidney y San Pablo), tiene la estructura triangular de la BH. El esquema de ellos es preparar una megaexposición en la que participan artistas de muchos lugares del mundo. Tú pagas la entrada, ves obras y nada más. En La Habana no es así, porque es gratis y porque los talleres de creación movilizan a muchas personas, artistas aficionados y público en general. Eso la enriquece. Su aporte es socializar la producción simbólica del arte a nivel global y con el resto de la comunidad. La nuestra ha enseñado a las otras a mezclarse con las ciudades».
—La BH, como el arte tercermundista, comenzó buscando un lugar que le había sido negado por la cultura universal…
—Esa fue una lucha que ganamos, porque la Bienal abrió las puertas a todo el Tercer Mundo. Gracias a ella, los artistas latinoamericanos, caribeños, árabes, africanos y asiáticos empezaron a ser reconocidos, se hicieron visibles por primera vez en el escenario mundial. Nuestro modelo de Bienal comenzó a ser copiado e hizo que las que surgieron después (Estambul, República Dominicana, Johannesburgo), e incluso Brasil (1951) que nunca había invitado a artistas africanos, se enfocaran hacia África, Asia y Medio Oriente.
—¿Cuánto ha evolucionado la BH a lo largo de estos años?
—Cada vez salimos más de los lugares cerrados para asumir la ciudad como espacio por excelencia y hacer de La Habana la galería más grande del mundo. Se trata de experimentar el arte a nivel urbano, en micro o macrolocalizaciones, pero hacerlo llegando a la mayor cantidad de personas posibles.
«La primera Bienal se hizo con el apoyo de la Casa de las Américas. Esta institución tenía experiencia atendiendo las artes plásticas en América Latina y aportó información sobre lo que estaba pasando en Centroamérica, Sudamérica y algunas islas del Caribe. Hicimos una lista de artistas y les pedimos que trajeran una obra.
«Para la segunda ya teníamos una idea de cuáles eran los que debían estar. Surgió entonces el equipo inicial de curadores: Lilian Llanes, Gerardo Mosquera y yo. La tercera fue la primera Bienal curada. Después de esa empezamos a influir en los artistas y a decidir las piezas que traerían.
«No hay limitantes artísticas. Exigimos calidad y que sea un proyecto apropiado y con posibilidades de montaje. La BH saca a las calles las obras y crea con ellas una acción social y pública. Sin embargo, no solo se trata de poner el cuadro en el Paseo del Prado. El espacio urbano pide un tipo de obra diferente, por eso la Bienal va mayoritariamente en busca de piezas instalacionistas, escultóricas o multidisciplinarias».
—¿Cuáles han sido los principales obstáculos?
—El más importante está relacionado con el presupuesto. Un evento de esa magnitud no se organiza con menos de un millón; sin embargo, aquí lo realizamos con muy poco dinero. Eso es parte de nuestra locura. Son muchos los inconvenientes materiales y de otra índole que se presentan, pero la Bienal se hace y se seguirá haciendo.