Memorias del subdesarrollo. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:43 pm
La cultura cubana ha sido otra desde el 1ro. de enero de 1959. No sucedió que el son dejó de serlo, ni que los óleos cambiaran sus tonos, fue la mirada de los artistas la que se creció para pensar un proceso que nacía desde las entrañas de un pueblo creativo y soñador.
El arte cubano, tras esa fecha, convirtió en realidades las utopías de quienes siempre pensaron que la cultura debía dibujarse desde la gente misma, desde esa cotidianidad transformadora que la Revolución proponía como gesta redentora, y que se concretó y enriqueció con políticas gubernamentales pensadas para hacerlas tangibles.
Tuvo mucho que ver que reconocidos intelectuales y artistas se sumaran al proyecto. También que en esa época fundacional se crearan instituciones culturales y centros de enseñanza artística para la formación de los profesionales del futuro. En este contexto se inscriben las Palabras a los intelectuales, en las que Fidel sintetiza ideas que dan basamento al movimiento cultural dentro de la Revolución.
Hoy les proponemos acercarnos a lo que han significado estos 55 años en la vida cultural de la nación, en las voces de creadores jóvenes y consagrados, como un fidedigno análisis del impacto de un proyecto social que también se edifica desde el arte.
Con sonido de claqueta
Lleva el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) la distinción de ser el primero que manifestó con su creación, a solo 83 días de la clarinada de Enero, la notable valía que dentro del proceso revolucionario encontraría la cultura artística.
El edificio de 23 y 12 fue el laboratorio fundacional del que emergieron artistas como Tomás Gutiérrez Alea (Titón), Humberto Solás y Pastor Vega. De ese volcán creativo emanó, a la par, la edad de oro de la cinematografía nacional y notables proyectos como el Noticiero Icaic Latinoamericano, con Santiago Álvarez a la cabeza, y el Grupo de Experimentación Sonora del Icaic, dirigido por Leo Brouwer y con Emiliano Salvador y los jóvenes Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Noel Nicola y Sara González, considerados hoy máximos exponentes de la Nueva Trova.
Además de tomar las riendas de la producción nacional, el Icaic dedicó grandes esfuerzos a promover la creación de un público más informado y culto. Entonces los equipos de proyección eran transportados en camiones, arrias de mulo o lanchas hasta los caseríos y cayos más lejanos, mediante el Sistema de Unidades Móviles, para que el público disfrutara gratuitamente de una buena película Por primera vez, como testimonia el documental de Octavio Cortázar, en 1967.
En palabras del cineasta Fernando Pérez, autor de filmes como José Martí: el ojo del canario, «la alborada del Icaic fue la hélice propulsora de una cinematografía que ha expresado, en todos sus contrastes y ambivalencias, las más diversas aristas de nuestra realidad histórica y contemporánea, contribuyendo a desarrollar un espectador más incisivo y partícipe. No solo a través de sus películas, sino erigiendo y desplegando un sistema de distribución, exhibición y divulgación enfocado en definir el cine como un arte que nutre (a través de la diversidad y la complejidad de las ideas) la riqueza espiritual de la nación. Caudal que ha dado también lugar a otros dos hechos destacables: la creación del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano y de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños como espacios que fortalecen nuestra identidad latinoamericana».
El director de La vida es silbar intuyó lo que puede ser para él un logro del presente: «Ahora mismo, las tres generaciones de cineastas que hoy hacemos el cine cubano estamos proponiendo, desde nuestra compleja y necesaria pluralidad, transformaciones esenciales que van desde el reconocimiento del creador audiovisual independiente hasta la creación de una imprescindible Ley de Cine que, actualizada y mucho más abarcadora, prosiga el principio fundador del Icaic: “el cine es un arte”. Confío en que esas transformaciones, que hoy son una urgencia impostergable, no se diluyan en una cautela retardataria y se conviertan en audaz realidad más temprano que tarde, de manera que dentro de otros 55 años, ante una nueva encuesta de JR, pueda señalarse por aquellos que vendrán, como otro logro en el crecimiento del cine nacional».
Jardín de libros
Aunque Cuba contaba ya con una rica tradición literaria, la Revolución marcó de manera contundente el descubrimiento de los grandes clásicos cubanos e internacionales por un público cada vez mayor. Dos hechos saltan a la Historia: la impresión masiva de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, en 1960, y un año después la arrasadora campaña que hizo de Cuba el primer país libre de analfabetismo en América. A ello se unió la labor de la Casa de las Américas, que promovió el encuentro con los intelectuales y escritores del continente, así como su promoción y difusión a través de su prestigioso premio literario. Y por supuesto, la Feria Internacional del Libro, que provoca una procesión inevitable hacia La Cabaña.
Para el intelectual Ambrosio Fornet, premio nacional de Edición y de Literatura, «el trípode en el que se sostuvo el andamiaje fue: la Campaña de Alfabetización, la creación de una Imprenta Nacional y el establecimiento de la enseñanza gratuita en todos los niveles. A partir de ahí, el acto de leer se convirtió en una opción abierta para todos».
Destaca Fornet que uno de los logros de la política cultural de la Revolución en la literatura fue «hacer visible la obra de nuestros autores y en consecuencia reconocerlos como socialmente útiles, devolverles una dignidad profesional que no tenían fuera de ciertos círculos muy reducidos. Ahora sus obras eran piezas inseparables de un gran proyecto colectivo, el que sostenía en la práctica la convicción de que ser cultos era el único modo de ser libres. Y a propósito de visibilidad, no puedo dejar de mencionar entre los logros del movimiento literario de esta última etapa —la que comenzó en el 2000— el auge del movimiento editorial de las provincias: en sus diez primeros años ya se habían publicado, fuera de La Habana, más de 30 000 títulos. Cuesta trabajo creerlo, pero es así».
Entonces nos confiesa con satisfacción: «Cuando hasta hace poco tiempo veía a mis nietos leyendo por placer o por obligación la Ilíada y La metamorfosis, los cuentos de Chéjov, El hombre que amaba los perros y Crónica de una muerte anunciada —todos en ediciones cubanas—, me decía: “Verdad que la vida es dura, que aquí no hay petróleo, que todavía tenemos un largo trecho que recorrer..., pero en lo tocante a cultura literaria, creo que hemos acumulado suficiente combustible como para seguir andando por cien años más”».
El teatro: espejo de su tiempo
El teatro ha sido también un vehículo ideal y efectivo para expresar las inquietudes del ser humano, estrechar los lazos con el público y reflexionar en torno a la realidad de una época, así como una forma de plantearnos interrogantes e ir en busca de respuestas y soluciones. Allí se puede hilvanar la historia de un país y la evolución de un pueblo.
Para Freddys Núñez Estenoz, reconocido joven creador camagüeyano y director de Teatro del Viento, es la manifestación «espejo de su tiempo, y a partir de esta afirmación se ha establecido un diálogo coherente con su contexto. En los primeros años de la Revolución, el teatro sirvió como punta de lanza para estimular la discusión de ciertos tabúes arrastrados de años pasados, como la inclusión de la mujer en el nuevo entorno social, la violencia doméstica, la discriminación racial, el valor de la familia y su responsabilidad con los nuevos tiempos».
Comenta el creador de obras como Urracas y La hora del té que a medida que la Revolución fue madurando aparecieron otros temas, y allí estuvo el teatro aportando su infinita capacidad de diálogo con el público, a veces actuando de forma muy crítica y punzante frente a problemas sociales heredados de la crisis económica de los años 90, como la prostitución, el uso de drogas o la pérdida de valores éticos o morales; y en otros casos intentando buscar nuevos espacios para el concilio de temas como la diversidad sexual, la marginalidad ligada fundamentalmente a la violencia y la conservación de la identidad.
«Son incuestionables los esfuerzos realizados en pos de acercar este arte al pueblo. La creación de las casas de cultura en cada territorio y la formación de instructores de arte posibilitaron en los inicios de la Revolución la apertura de nuevas formas y métodos para enseñar a comprender al espectador el teatro y otras manifestaciones artísticas.
«Desde las casas de cultura los aficionados dialogarían a través del arte sobre su entorno y también conocerían los referentes más importantes del teatro universal. La creación del Instituto Superior de Arte (ISA) sería determinante para elevar la plataforma conceptual y artística de los creadores cubanos, y su repercusión en el público sería determinante. La Revolución Cubana protege y subvenciona uno de los movimientos teatrales más grandes de América Latina».
El joven miembro de la Asociación Hermanos Saíz confirma que el teatro profesional está presente en las provincias y está amparado por un sistema institucional que se encarga de viabilizar la creación artística y la formación de los creadores. Su enseñanza es gratuita y altamente especializada, y pueden acceder a ella todos los jóvenes con aptitudes para ello.
Al interrogarlo acerca de los desafíos de esta manifestación artística, señaló: «Considero que el teatro tiene grandes retos: incorporar los desarrollos tecnológicos sin que estos asfixien su carácter artesanal; comprender y participar del nuevo entorno económico que vive el país; continuar acompañado a la Revolución a partir de la reflexión sobre temas de orden social y político. El teatro no debe perder su infinita capacidad de diálogo y debe ser capaz de moverse con su tiempo».
La música que nos describe
Cuba es un país eminentemente melódico, expresó Orlando Vistel, presidente del Instituto Cubano de la Música, cuando JR lo interrogó acerca de la política de la Revolución relacionada con esa expresión del arte.
El directivo opinó que la Isla se define a partir de su riqueza musical, y sobre todo, «por la constante emanación de su talento. Pero una cosa es el talento y otra el crear las vías para el desarrollo en la política cultural. Eso sucedió con la llegada de la Revolución, que cuenta con el privilegio de un gran sedimento musical, con una gran historia, y le tocó la principal tarea de dignificarla».
Vistel señaló como logros percibidos desde los inicios de la etapa revolucionaria la creación de centros de educación artística —la Escuela Nacional de Arte (ENA), y el ISA— y el hecho de que se le dio al músico el estatus de profesional, el cual es inédito en el mundo.
«Hablo de un profesional no solo a nivel de destreza, sino que tiene vínculo de trabajo con el Estado. Un logro que se alcanzó desde época tan temprana como 1967. Era el resultado de un proceso social que dio ese audaz paso. Antes había dado otro fundamental: la creación del sistema de enseñanza artística, y dentro de esta, de la música como sistema; que no es lo mismo que la red de academias que teníamos, muy loables, pero que no constituían un sistema que posibilitara la detección y atención del talento musical dondequiera que este se diera, y el establecimiento de jerarquías.
«La Revolución no fue ególatra, sino que reconoció nuestra gran riqueza musical autóctona, pero no se negó al intercambio con el resto del mundo; y conoció las vías para la superación técnica de sus músicos. Desde 1964 contamos con ayuda técnica. Viajaron a la Isla expertos de los países donde más se desarrollarían las especialidades; los clarinetistas vinieron de Bulgaria, los violinistas de la URSS y los directores corales de Alemania y Hungría. De manera tal que se fomentó en Cuba esa formación musical y de allí se derivó una mezcla que hoy se evidencia en este grandísimo movimiento sonoro.
«No es chauvinismo, pero dondequiera que se para un músico cubano, incluso aquellos que pudieran parecer menos estimables, demuestran su profesionalidad. Por eso un gran logro de la Revolución es que no nos conformamos con el talento, ese que le es consustancial al cubano, y buscamos las vías para desarrollarnos», afirmó Vistel.
El también compositor estimó que aunque se pueda mirar atrás y «criticar ciertas cosas, han sido sabias las decisiones de los momentos iniciales y se ven hoy en el abanico de músicas que tenemos. Nos protegimos mucho en esas épocas de no caer en los extremos del realismo socialista y aquí se cultivaron todos los géneros. La creación tuvo siempre un margen elevadísimo de libertad, expresada en la política cultural.
«No obstante, pienso que más que criticar, habría que mirar adónde hemos llegado o quiénes son los músicos cubanos: no son un ejército cargado de notas, sino un movimiento intelectual a favor de la Revolución y con un alto sentido de la nacionalidad y la preservación de nuestros valores. Ellos son conscientes del papel que juegan en la conservación de lo que hoy exhibimos; y han tenido como política acercar siempre su música al pueblo, porque de él surge».
Danza para todos
Asegura Santiago Alfonso, premio nacional de Danza, que antes del 59 «el bailarín era el artista más menospreciado, pues la gente pensaba que bailar lo podía hacer cualquiera con algunas habilidades y por pura diversión, porque existía muy poca probabilidad de superarse. Con el triunfo de la Revolución se produce el llamado de Ramiro Guerra para crear el Conjunto Nacional de Danza, el cual cambió el curso de los bailarines de las más diversas manifestaciones, de los de ballet, y de los de danza folclórica. Unir al negro, el folclor y el baile, era entonces no hablar de bailarines, sino de personas marginales, y esto cambió para siempre con la Revolución. Alcanzamos un valor social, y ahora formamos parte de toda la familia de la cultura nacional».
Para Alfonso, además de la dignificación del artista, la nueva etapa trajo consigo una organización que aunó esfuerzos formativos, artísticos y estéticos para el bailarín, quien hasta ese momento solo poseía una formación empírica. «Con el nacimiento de la ENA, el folclor y el ballet ya no son ni elitistas uno, ni un arte menor el otro, sino que todas las expresiones danzarias entran por el mismo carril».
Entonces confiesa Alfonso haber sido testigo de una especie de explosión: «A partir de ahí el Ballet de Alicia Alonso, que ya existía, cuenta con un apoyo institucional y vimos surgir además el departamento de Etnología y Folclor en el Teatro Nacional, luego nacen el Conjunto Folclórico Nacional, y el Conjunto Experimental de Alberto Alonso, en una lista inagotable de nuevas agrupaciones que revolucionan la danza en Cuba, hoy tan rica como el número de compañías que existen».
Los más sobresalientes
Trascendental fue el sentido que llegó a tener el desarrollo cultural abierto en los 60. Quienes vivieron y hasta se formaron profesionalmente en aquella década, saben que tuvo lugar un genuino reverdecimiento —de un lado— y maduración —del otro— en múltiples manifestaciones de la espiritualidad, la imaginación y la producción en el campo de la cultura.
«La reconsideración progresiva de varias instituciones heredadas, así como la aparición de otras que servían como plataforma de despegue para los hacedores y pensadores más disímiles, constituyó un camino nuevo que no solo repercutía positivamente sobre la nación, sino que era reconocido internacionalmente como una posibilidad moderna de enlazar la búsqueda de la justicia social con las posiciones de apertura, riqueza expresiva, renovación y aportes en el arte, la literatura, el pensamiento estético, la investigación culturológica, la museografía, la pedagogía especializada, el periodismo cultural y el resguardo de los tesauros y bienes patrimoniales», afirmó Manuel López Oliva.
El artista de la plástica recordó que entre tantas realizaciones fructíferas, sobresalió esa enorme cruzada de enseñanza artística y propagación popular de valores culturales «que no implicó solamente una modificación sustancial en los planes y programas para preparar artistas, escritores y estudiosos del sector, sino también la aparición de divulgadores de lo artístico, desde la Brigada Arístides Fernández y los primeros Instructores de arte, hasta los noveles promotores y organizadores que se dedicaron al trabajo en museos, espacios de exhibición pública y editoriales».
Las escuelas de Arte y las carreras humanísticas de la Universidad permitieron la diversificación de un panorama decisorio en la vida cultural. «Así, el profesor de especialidades de la cultura no solo fue un resultado del referido proceso, sino el artífice multiplicado que hizo posible el “milagro” de haber formado, en los más de 50 años transcurridos, el mayor número de notables profesionales que muestra una nación subdesarrollada».
Luego se sumaron los estudios de nivel superior, y emergieron instalaciones docentes dedicadas al cine, la televisión, la conservación y la restauración de obras artísticas o testimoniales; así como otros centros que adiestrarían a gestores y técnicos de ese peculiar poliedro fusionador de todo cuanto aceptamos como emisión de la subjetividad y vehículo de la cultura.
López Oliva destacó «una cartelística que evidenció en los 60 el acertado modo de enlazar imagen creativa y comunicabilidad. Y ese “abanico” de vías libérrimas de exploración y formalización en los géneros tradicionales y novísimos de la plástica, en plena ebullición ahora, han sido algunas de las dimensiones de semejante proyecto nacional universalizado, mantenido con aciertos y desaciertos, en lucha continua contra la ignorancia, los esquematismos, el mal gusto, el abuso de poder, las desviaciones éticas, los oportunismos, la mercantilización de la conciencia expresiva y otras lacras que a veces lo han ensuciado y han penetrado destructivamente en el dinámico tejido cultural que nos caracteriza.
«Los miles de creadores, profesores, analistas, impulsores e indagadores de manifestaciones culturales que hoy constituyen una reconocida fuerza de la cubanía, actuantes en Cuba o por el mundo, en aplastante mayoría son personas crecidas y con reconocimiento profesional alcanzado durante ese período difícil y esperanzador que se abrió en 1959».
La cultura ha sido siempre una preocupación esencial de la Revolución, un baluarte para reconocernos como cubanos y un ejemplo formidable para mostrar la autenticidad de nuestros valores éticos y estéticos. De ahí nace indiscutiblemente el compromiso de nuestros artistas. Ahí perdura la voluntad de seguir, de crecer, de crear.
Un arte cotidiano y para todos
Al preguntarle a nuestros entrevistados sobre los eventos culturales y las instituciones imprescindibles de estos 55 años, ellos hicieron su selección, de la cual ponemos a consideración de ustedes una breve lista en la que no falta la Casa de las Américas, como centro que ha propiciado el desarrollo cultural del país.
Literatura: Surgimiento de la Imprenta Nacional y luego la creación de las casas editoriales para publicación de valiosos textos. /Feria Internacional del Libro.
Cine: Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños./ Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Música: Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana./ Feria Internacional Cubadisco./ Festivales y eventos dedicados a los distintos géneros y estilos musicales: son, changüí, jazz, música de cámara y coros, entre otros.
Artes Plásticas: Feria Nacional de Artes Plásticas./ Eventos relacionados con la plástica como la Bienal de La Habana y la Feria Internacional de Artesanía FIART, así como salones temáticos que exponen las diferentes tendencias de la manifestación.
Teatro: Festival Internacional de Teatro de La Habana./ Festival de Teatro de Camagüey./ La cruzada teatral en Guantánamo.
Danza: Fundación de la Escuela Nacional de Ballet./ Ballet Nacional de Cuba./ Festival Internacional de Ballet./ Danza Contemporánea de Cuba./ Conjunto Folklórico Nacional. También se han creado agrupaciones que representan otras vertientes de la danza.