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El Festival de La Habana: espejo del cine latinoamericano

Iván Giroud, director general del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, conversa con JR acerca de la historia del evento cinematográfico

Autor:

Jaisy Izquierdo

Los números cerrados guardan el encanto de la remembranza. Incitan a mirar la semilla con los ojos del recuerdo y a admirar cuánto ha crecido el árbol, a recordar las dichas y desasosiegos experimentados durante el camino de los años.

Justo cuando dentro de pocas horas el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana diga adiós a su 35 edición, proponemos este recuento de la historia del evento cinematográfico, que cada diciembre nos conmina a soñar con la magia del séptimo arte. Esta conversación con Iván Giroud, uno de sus más cercanos protagonistas y su actual director general, estuvo marcada también por el homenaje a quien fuera su fundador, Alfredo Guevara.

«Aunque el Festival se crea el 3 de diciembre de 1979, esa era una idea que desde hacía varios años venía rondando la cabeza de Alfredo. En un principio lo que hizo el Festival fue continuar algo que ya había comenzado en Viña del Mar, a finales de la década de los 70. Entonces el Festival nace con la marca y la determinación que parte de un movimiento; toma su nombre, el del nuevo cine latinoamericano, que tiene profundas raíces políticas, sociales y es a la vez un movimiento estético. Así surge la cita habanera como un evento diferente, que al ser representativo de ese movimiento cinematográfico, no encuentra igual entre los de su tipo en el mundo».

—¿Cómo le fue al Festival bajo la batuta de Julio García Espinosa?

—Luego de tres años al frente de la cita, Alfredo marcha a ocupar una misión en la sede diplomática de París y lo sustituye Julio García Espinosa junto con Pastor Vega, quien había trabajado con Alfredo desde la primera edición y continuó hasta el número 12.

«En esa época de Julio y Pastor, el Festival crece de una manera inconmensurable porque se une a la televisión, al video, y en toda esa atmósfera se crea la Fundación del Nuevo Cine latinoamericano, que fue también la manera de darle una cara institucional a ese Comité de Cineastas de América Latina que ya existía. Un año después, en el séptimo Festival se crea la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. La EICTV emerge entonces como resultado de ese movimiento y se inaugura como parte del programa oficial del Festival. De esta manera el evento crece y se redimensiona y ahí se consolida, a mi juicio, el prestigio que le ha acompañado durante todo este tiempo».

—¿En qué circunstancias Alfredo retoma la dirección del evento?

—Alfredo regresa en 1991 e inmediatamente retoma el Festival y el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic). Coinciden los años duros de crisis económica del período especial y el Festival también se tiene que replantear de acuerdo a las complejas circunstancias. Entonces aparece el Festival número 13, que se realiza de una manera mucho más acotada. Pero en ello no solamente influyó la situación específica que tenía lugar en la Isla, pues esa fue una época en la que ocurría a su vez una enorme crisis en el plano estético en el cine latinoamericano. Fueron tiempos de transición en el que quedaba rezagado el cine precedente, el del movimiento del nuevo cine que fue un cine más militante, que era poco difundido y que solo lograba verse en los circuitos alternativos.

«Al llegar los 80 las dictaduras venían desapareciendo y se empieza a notar una nueva generación que va a ser más popular y desea comunicarse mejor con su audiencia. En los 90 se abren paso las políticas neoliberales en América Latina, y se producen muchas películas pero de muy baja calidad. No obstante, en ese período también encontramos esa eclosión del cine mexicano de la primera mitad de la década, de la que salen las películas de Arturo Ripstein, como El callejón de los milagros. También vemos surgir en Brasil una generación muy talentosa de cortometrajistas como Tata Amaral, quien nos acompañó en La Habana; y luego, a principios del 2000, vemos nacer el nuevo cine argentino. Con certeza el Festival ha sido el espejo y reflejo de todos esos cambios del cine latinoamericano».

—¿Cuáles fueron los retos en camino tan agreste?

—Fue un reto mantener en esas circunstancias un festival que es latinoamericano solamente. Ahí empezamos a luchar con dos problemas: que no se podían conseguir buenas cintas y que, ante la crisis, ya no podíamos comprar más películas.

«Como el Icaic siempre había mostrado una política de exhibición muy vasta hacia el cine europeo, el camino que encontramos para no perder ese contacto con el público que siempre habíamos mantenido fue que el Festival se abriera a otras partes del mundo, a otras áreas de producción tan interesantes como el cine europeo o el independiente. Claro que en esto había un riesgo, y muchos vaticinaron que el evento iba a perder la identidad y no sé cuántos otros disparates. Pero la identidad no se puede meter en un closet, sino que está siempre nutriéndose de lo que ocurre alrededor, más cuando Cuba es un país abierto, de tantas mezclas culturales. La vida nos dio la razón: el año pasado cuando trabajamos con la encuesta notamos que el público, a pesar de la potencia de las muestras internacionales, afirma que lo que más ve es el concurso de cine latinoamericano».

—¿Qué ha significado la figura de Alfredo para el Festival?

—Alfredo fue la brújula, la orientación en medio de todas estas dificultades. Era la persona que tenía el pensamiento más claro. Fíjate que un signo de América Latina es el Noticiero Icaic, que él funda en el año 60, y al poco tiempo tiene el apellido de Latinoamericano.

«Alfredo siempre pensó en América Latina, poseía un pensamiento martiano, algo que él defendía desde su formación de estudiante y sus luchas a favor de la liberación de Puerto Rico. En todos sus discursos, conducta y estrategias podemos ver esa defensa de lo que es y debe significar América Latina. Y dentro de esa América, él siempre subrayó la unidad, que solo es posible dentro de la diversidad de pensamiento, de estéticas, de entender cómo todo se une en la aceptación del otro. Y eso marcó lo que es hoy y será siempre el Festival de La Habana».

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