El joven realizador Adolfo Mena Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 21/09/2017 | 05:39 pm
Había leído que Gabriel García Márquez padecía de unos golondrinos que le salían durante la primavera todos los años, y decidió ponerle esa dolencia a un personaje de Cien años de soledad. Después de hacerlo, se le quitaron. Salvando las distancias, dice que deseó hacer lo mismo, exorcizar sus miedos con una escritura que lo situara en jaque consigo mismo.
Así, Adolfo Mena Cejas creó Nani y Tati, una historia sobre la depresión, en la que volcó muchos de los recuerdos de su infancia en Pinar del Río, sobre todo esas reuniones moderadas por su abuela en las cuales sus vecinas, además de tomar café, se regodeaban morbosamente en las calamidades ajenas; conversando siempre sobre enfermedades, decesos, accidentes u otros infortunios.
De esas pláticas nació el cortometraje ganador del premio a Mejor Ficción en la 12 Muestra Joven Icaic, y que acaba de recibir en el Almacén de la Imagen de Camagüey los galardones correspondientes a guion, actuación femenina (compartido para Broselianda Hernández y Rosa Vasconcelos) y el que otorga la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV), por esta obra sobre dos hermanas que compiten por demostrar cuál está más enferma que la otra.
«Fue un ejercicio para mí, reconoce Adolfo, tanto la escritura del guion como la propia realización del proyecto, pues me gradué de Historia del Arte, una carrera básicamente teórica, y empecé a trabajar de forma voluntaria desde el tercer año de mi carrera en la EICTV como asistente de dirección o de producción en trabajos de estudiantes.
«No obstante, sentía que era necesario conocer al menos las reglas básicas. A partir de leer algunos manuales de guion como los de Sydfield y el de Robert McKee, hice como si estuviera escribiendo una tesis teórica, la construcción de personajes y el resto de los pasos que proponen. Esa fue otra de las motivaciones para realizarlo: que fuera mi propia escuela. En realidad, me ayudó mucho el desconocimiento. De haber sabido lo difícil que sería el proceso, a lo mejor no lo hubiera hecho, sobre todo por la posproducción, que era la etapa que más desconocía».
—¿Qué ventajas puede tener no haber estudiado cine?
—Los conocimientos adquiridos en mi carrera han servido mucho para ponerlos en función de lo que realmente me apasiona: realizar audiovisuales. El respaldo teórico, de memoria de imágenes, las discusiones, las clases, sirvieron de respaldo intelectual a la hora de escribir, poder integrar el discurso intelectual con el emocional. Sí sabía que la experiencia práctica debía buscarla por mi cuenta. Igualmente, he aprendido mucho como asistente de dirección en Teatro El Público, casi todos mis conocimientos de dirección de actores se los debo a Carlos Díaz.
—¿Cómo conseguiste el financiamiento para tu película?
—Pensaba que era muy difícil encontrar apoyo. Luego me di cuenta de que si fundamentas bien el proyecto, tienes una buena idea y confías en lo que deseas hacer, es muy fácil conseguir la ayuda de algunas instituciones. Además del premio del Haciendo cine, la Muestra me ayudó a encontrar permisos para rodaje y algunos elementos de la dirección de arte. Asimismo, resultó fundamental la ayuda de la EICTV, sobre todo en la posproducción. Pero hay que trabajar mucho, sobre todo cuando estás empezando para que se arriesguen por tu proyecto, como lo hicieron Rosa Vasconcelos y Broselianda Hernández, quienes creyeron en la historia.
—Que tu historia transcurra en el campo, ¿se debe solo a intenciones autorreferenciales?
—Me motivaba hacer una historia en el campo, en la cual pudiera depositar algunos de mis recuerdos, también, porque casi toda la producción audiovisual cubana se centra en La Habana o las capitales provinciales. Quería, además, hacer una historia más alejada de la crítica política, económica o social, con respecto a los cambios que están ocurriendo en mi país; prefería hacer algo más personal, conflictos más íntimos que a la vez fueran universales. Mi objetivo era, desde lo pequeño, hablar de cosas más grandes.
—Después de tanto pesimismo en pantalla, ¿qué fue lo más gratificante del proceso de Nani y Tati?
—Haberla visto en el cine y sentir cómo el público se conectaba con ella. Eso es lo más gratificante porque uno siempre trabaja para que los demás lo vean, que lo sufran o lo disfruten, que lo sientan. El cine se hace con tantos deseos y sacrificios que, en el poco tiempo que se proyecta, lo mejor que uno puede lograr es sacarle a los espectadores algún tipo de fluido como recompensa; ya sea sudor, lágrimas, pero que dejen algo y no se queden indiferentes.