Con la firma de Ismael Pérez se estrenará El samurái y la geisha. Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 05:36 pm
El entusiasmo es contagiante desde que en el Ballet Nacional de Cuba (BNC) se anunció el regreso, bajo la dirección general de Alicia Alonso, del Taller Coreográfico, cuyos frutos se podrán apreciar esta noche (8:30 p.m.) y el domingo (5:00 p.m.), en la sala Avellaneda del Teatro Nacional.
En 1965 nació este proyecto, ahora coordinado por el reconocido diseñador teatral Salvador Fernández, subdirector técnico de la compañía, que, después de una notable ausencia, es recibido con aplauso unánime en el año del aniversario 65 del BNC.
Y entre los que se hallan más felices está Laura Domingo, conocida por los balletómanos por su Ígneos, estrenada en septiembre de 2011. «Como para el resto, ha sido muy importante para mí, porque nos ha permitido proponer nuevas piezas que enriquecerán el repertorio de la compañía.
«Sin dudas, ha sido una oportunidad para todos, que ojalá se sostenga y se convierta en hábito. Con este taller el BNC demuestra una vez más que no solo es capaz de expresar los clásicos con alto nivel, sino también de enfrentarse con virtuosismo y elegancia a lo más actual», dice esta joven, también realizadora de video-danza.
La Escuela Nacional de Ballet (ENB) se convirtió en el laboratorio donde la Domingo comenzó, en 2009, a dar rienda suelta a sus inquietudes, que esta vez se manifiestan a través de Dulce es la sombra (sábado en cartelera). «Desde que escuché Ritmarc, de Aldo López Gavilán, me pareció increíble por sus contrastes y matices. Enseguida surgió en mi mente esta obra que se plantea el escenario de un modo diferente, donde me apoyo en un audiovisual, y todo con el pretexto de referirme a aquello que repercute y se mantiene, que deja sombra».
Como Laura Domingo, Ismael Pérez, igualmente graduado de la ENB, permaneció muy cerca de Danza Contemporánea de Cuba (DCC) y ya tiene experiencia en estas lides, solo que él sí formó parte de la agrupación danzaria más afamada de la Isla, entre 1980 y 1991. Después Ismael dejó sus huellas en varios proyectos, pero nunca perdió el vínculo con el BNC.
«Más tarde fui contratado para bailar e impartir clases en Japón, donde fundé mi propia academia de ballet clásico en Tokio», cuenta; una experiencia que junto a sus recuerdos de la infancia, cuando lo subyugaban las películas de Zatoichi, las de Toshiro Mifune, y el mundo de los ninjas, las geishas, los samuráis, lo motivaron a crear El samurái y la geisha (sábado). «Siempre tuve el deseo de concebir una pieza con este ambiente, que pudiera ser interpretada por nuestros bailarines, los cuales son tan versátiles.
«Sí, en un principio resultó muy difícil para ellos, que tenían que vestirse con kimonos, con geta o zori (calzados), katanas (sables), y además bailar, conservando el movimiento típico de esa nación, con pasos técnicos como los fouettes, por ejemplo; hecho que diferencia, digamos, a esta coreografía de otras pensadas por Maurice Bejart para el Tokio Ballet».
Desde DCC también se acercó Luvyen Mederos al Ballet Nacional. Fue en esa dinámica y revolucionaria agrupación donde por fin este premiado coreógrafo encontró firme asidero. A sus 20 años, integrar ese colectivo era su mayor desafío, después de conocer, sin pasar por academia, la Compañía de Narciso Medina, Probanza, Tropicana... «Me aparecí un día ante Miguel Iglesias y lo convencí de que quería bailar allí. Entonces, de las 24 horas del día bailaba 25, dormía en “sapito”, y me fui desarrollando aún más».
Más tarde se aventuró a participar en la I Bienal de Danza del Caribe con Coca-cola Dreams, con la que conquistó el primer premio y lo que fue más importante para Luvyen: estudiar durante un año en el Centro de Desarrollo Coreográfico (CDC) de Toulouse, Francia. «De hecho, explica, la base intelectual de Sistemas (se estrena este domingo) parte de una investigación que realicé en el CDC, institución que me asomó a otros horizontes dentro de la danza».
Justo de ese aprendizaje será reflejo Sistemas, «donde pretendo desconstruir, de cierta manera, la danza clásica. Mi mayor interés era lograr que los bailarines, con herramientas que les ofrezco, pudieran crear sus propias partituras físicas».
Retrato (sábado) no es tampoco el debut en la coreografía para Lyván Verdecia, quien acaba de entrar en el BNC. Ganador de medalla de oro en un concurso nacional gracias a su meritoria defensa de pas de deux al estilo de La fille mal gardée, Corsario y Diana y Acteón, ya este muchacho había descubierto lo que significa «seguir el bichito de la creación, que no te deja ni siquiera dormir», reconoce, al tiempo que admite la influencia que ejerció en él su primo, activo miembro de DCC.
«Lo veía montar y bailar, y eso me atraía enormemente, dice. Y es que la coreografía es un modo muy eficaz de comunicarse, que te permite expresar ideas, sentimientos, angustias, sueños», enfatiza Lyván, a quien podremos apreciar estas dos noches como intérprete en Dulce… y Sistemas.
De la relación de parejas habla Retrato, «que refleja la última imagen, un momento de esa convivencia», apunta, luego de afirmar que justo los protagonistas de este dúo: Jessie Domínguez y Alfredo Ibáñez, le sirvieron de inspiración.
Estreno mundial
Con José Losada, Ely Regina Hernández, Alejandro Sené y Laura Pérez ocurre distinto a lo que han vuelto a vivir la Domingo, Ismael, Luvyen, Lyván y Maysabel Pintado, quien fuera primera figura de la compañía de Lizt Alfonso y obtuviera el máximo galardón del Certamen Iberoamericano de Coreografía Alicia Alonso en 2010, por Espectral (esta noche se presenta su pieza Me asfixia).
El mismo Losada, actual primer bailarín del BNC, todavía no cree que lo haya conseguido. «Hace rato estaba intentádolo pero el trabajo intenso no me permitía atreverme. Un buen día me dije: ya era hora y nació Exceso, que no tiene argumento.
«Tuve temor, porque es mi primera vez y uno no sabe cómo va a quedar. Quizá por ello comencé con un dúo, pero que no me alcanzaba para lo que quería decir, y así fui a incorporando otros hasta sumar siete».
Idéntica sensación disfruta Ely Regina (medallas de oro y de bronce en sendos concursos internacionales), que medio en broma y medio en serio asumió de pequeña esas inquietudes coreográficas que ya despertaban en ella, cuando estudiaba en la Escuela Elemental de Ballet. «Pero eso casi no se vale (sonríe). Ahora es una experiencia distinta», asegura quien piensa que su existencia como artista será más completa si junto a la danza puede llevar la creación.
Su obra, que utiliza el éxito de Pink, I don’t believe you, se titula Yo, tú, él, ella, «una coreografía breve, donde participan dos parejas. Tampoco tiene argumento, porque lo que más deseo es que el espectador arme su propia historia y aprecie el movimiento puro».
Por su parte, Claroscuro constituye el regreso a las tablas de Alejandro Sené, pero esta vez como coreógrafo, aunque, apunta, «nunca he abandonado la danza del todo». Y es que este ex bailarín que próximamente tendrá en sus manos A través de los mundos invisibles, su primera publicación, después de someterse a una cirugía de osteotomía, se unió al colectivo del Museo Nacional de la Danza (MND), lo que le posibilitó, además, impartir clases en la ENB, estudiar Comunicación Social y cursar el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.
«Jamás consideré la coreografía con seriedad, pero llegó de pronto este taller y mis compañeros empezaron a embullarme, sobre todo José Ramón Neyra, quien además me aportó la música de Bela Bartok para, a través de la danza, dialogar sobre esa dualidad que a veces habita en las personas, llenas de preocupaciones que las oprimen. Si Claroscuro (domingo) se ha hecho realidad ha sido por la excepcional ayuda de todos».
Mientras, Laura Pérez no descarta que en cualquier otro momento repita sentir esta adrenalina que la invadirá, de seguro, hasta que no vea que la cortina se cierre este domingo tras los aplausos de Vibraciones.
«Hace aproximadamente un año, sobre esta fecha, cuando decidía que las nuevas tendencias coreográficas del siglo XXI fuera el tema de mi tesis del ISA, se me ocurrió no solo preparar una parte teórica, sino también una práctica. Ese fue el comienzo de Vibraciones, que tomó forma a medida que fui eligiendo la música».
Y bien luego cambió de parecer en cuanto al modo como haría su ejercicio de graduación, ya Vibraciones no tuvo marcha atrás; una «obra que, argumenta, se aproxima a esas sensaciones que recibimos a diario y nos mueve por dentro».
Lo cierto es que el taller le ha propiciado a Laura Pérez uno de los mejores regalos que ha recibido en su todavía corta carrera. Tal vez por ello en el porvenir se vea como coreógrafa y bailarina, y quién sabe si mañana el futuro de la coreografía en Cuba también esté en sus pasos.