He tenido buenas experiencias en otros medios, pero en el teatro es donde recibes la recompensa que más te llena. Autor: Cortesía de la entrevistada Publicado: 21/09/2017 | 05:27 pm
«Sí, soy yo, la de los pies grandes, la que no encuentra zapatos para mi número con facilidad». Así recuerda la joven actriz Ysmercy Salomón la manera en la que conoció a Carlos Díaz, director de Teatro El Público.
«Yo preparaba la obra El tío Vania, para un trabajo de clase, y no encontraba zapatos. Fui a verlo para que me prestara un par y desde entonces así me recuerda».
Benditos aquellos zapatos. Sirvieron de «intermediarios» para que ambos se conocieran y luego trabajaran juntos desde 2009 y hasta la actualidad, cuando tenemos la oportunidad de ver a Ysmercy interpretando a Cesonia, en Calígula, la obra de El Público.
«El personaje de Cesonia fue asumido antes por la actriz Mónica Guffanti, por lo que lo asumí respetando los códigos de ella. No obstante, tuve que entregarme mucho, porque Cesonia lleva mucha pasión; siente un amor desmedido por Calígula hasta el punto de morir por él y eso es precisamente lo que defiendo de ella, aunque al final les haga daño a los demás», dijo esta joven, quien encontró su verdadera vocación en los años en el IPVCE (Instituto Preuniversitario Vocacional en Ciencias Exactas) Vladimir I. Lenin, en el grupo de teatro de aficionados.
—¿Cómo fue la acogida de la obra cuando la estrenaron en Miami, en junio de este año?
—Calígula es una obra muy profunda, muy intensa y el trabajo con Fernando Echevarría, Broselianda Hernández, Osvaldo Doimeadiós y el resto del elenco es muy enriquecedor y reconocido. Allá se conoce el teatro cubano y se respeta, y dentro de este la obra de El Público. Los aplausos que recibimos al final y durante la obra nos demostraron que realmente Calígula satisfizo sus expectativas.
Ysmercy habla con pasión de sus trabajos en El Público, pero no fue en este grupo donde dio sus primeros pasos profesionales en la actuación.
«Mi formación académica tuvo como mentor en el primer año a Orestes Pérez, actor de Teatro Buendía, y luego, hasta el final de la carrera, a Carlos Celdrán, quien nos permitía compartir escenario con los miembros de su grupo, Argos Teatro.
«Roberto Zucco fue la primera obra profesional en la que trabajamos todos juntos. Yo era la hermana y doblaba con Zulema Clarks. Después presentamos Derrota, en Camagüey, y esa fue mi tesis de licenciatura, cuando ya yo había decidido permanecer en Argos Teatro.
«Siempre Celdrán me imponía retos. Por mi voz grave y mi fisonomía, que aparentaba más edad de la real, me proponía personajes muy complejos, como Luz Marina, en Aire Frío, y Elena, en El tío Vania. En Stockman, un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, por ejemplo, debía asumir con solo 22 años un personaje cuya caracterización era muy fuerte y tuve temores, por lo que no trabajé en la obra.
«Fue en ese momento que Carlos Díaz me llamó para que hiciera La puta respetuosa, de Jean Paul Sartre. La actriz Maylene Sierra había defendido el personaje en 50 funciones y se me pidió que yo continuara con las restantes 50. Fue una decisión muy difícil, pero con mi pelo teñido de rojo y despojada de todo prejuicio, asumí el papel. Me probé a mí misma… Y por suerte, salí ilesa. Le debo a La puta respetuosa no solo el premio Adolfo Llauradó en la categoría de mejor actuación femenina, que me sorprendió, sino todo lo que me permitió crecerme desde el punto de vista profesional», rememora Ysmercy, a quien después pudimos ver en Las relaciones de Clara, Fedra, Tatuaje, Las amargas lágrimas de Petra von Kant, Anna y Martha, y otras obras.
—Carlos Díaz ha manifestado que para él, el desnudo es otra forma de vestir el cuerpo… ¿Cómo asumes el reto que impone esta «filosofía» en tu trabajo?
—Me identifico con la estética que Carlos Díaz defiende. Desde que interpreté La puta respetuosa y hasta el momento, descubrí que no tengo complejos con mi cuerpo. Me resulta más difícil enfrentarme a escenas de mucha carga dramática, con un fuerte peso psicológico, y no al desnudo.
«En La puta respetuosa yo usaba un body; en Fedra, un vestuario transparente; en Tatuaje, solo tuve un desnudo ligero, pero realmente pienso que el desnudo no es impedimento alguno para aceptar una propuesta. Cuando el personaje y la escena lo llevan, en su justa medida, para mí no hay problema alguno. Además, afortunadamente, siempre lo he hecho con un equipo de trabajo que lo respeta, que lo asume con ética y eso es realmente muy valioso».
—Los «Carlos», parece, tienen especial significación en tu carrera, no solo en el teatro, sino en la pequeña y gran pantalla..
—Es cierto. A Carlos Celdrán y a Carlos Díaz en el teatro, se suma Charlie Medina, con quien trabajé por primera vez en televisión en el teleplay Los heraldos negros y nuevamente en el cine, en Penumbras. También actué en el teleteatro El más fuerte, con Tomás Piard; en el teleplay Teorema, de Mariela López, y anteriormente en el cine solo había tenido un pequeño personaje, en Larga distancia, dirigida por Esteban Insausti.
—En Penumbras, reciente estreno cinematográfico cubano en la capital, asumes por primera vez un papel protagónico fuera del teatro…
—Conocía la obra teatral Penumbra en el noveno cuarto, de Amado del Pino, en la que se basa la película, y aunque en apariencia no tenemos nada que ver mi personaje, Tati, y yo, inmediatamente me identifiqué con ella. Cuando arribamos a los 30 años —cumplí los míos mientras rodaba la película—, nos cuestionamos nuestra vida, y el coincidir en el tiempo en ese aspecto fue mi piedra angular para asumir el personaje. Penumbras fue una experiencia única porque habla de incertidumbres, de valor, de urgencias, y me sentí bien formando parte de ella».
—¿En qué proyectos estás trabajando?
—Además de Calígula, también integro el elenco de la obra Gotas de agua sobre piedras calientes, que mi compañía presentó durante la semana de teatro alemán y ahora puede verse los martes, miércoles y jueves en la sala Adolfo Llauradó. Interpreto a Vera, un personaje muy importante en la trama, aunque no es protagonista. Es otro de mis hijos, porque así considero a cada uno de mis personajes, a los que quiero por igual.
—¿Cómo conjugas tu trabajo actoral profesional con tus clases de actuación en la Escuela Nacional de Arte?
—A veces me parece que necesito un día con más de 24 horas para tener tiempo para todo, pero es que disfruto mucho enseñar lo que sé. Es muy fructífera esa relación con los jóvenes, por lo que ellos me entregan también a mí.
«Son ellos, los de ahora y los de antes, mi público benévolo, el que siempre me da ánimos, al que no tengo que pagarle diez pesos para que me aplaudan, como ocurría en una escena de la película La bella del Alhambra».
—Cuando los actores incursionan en los tres medios, siempre se les pregunta en cuál se sienten más cómodos. ¿Qué dices?
—Yo soy hija del teatro, aunque mis experiencias han sido positivas en los otros medios y tengo deseos de seguirme probando en ellos. Lo que sucede es que en el teatro únicamente vives, mueres y resucitas en la misma noche… y recibes la recompensa en el momento; esa que realmente te llena, la que esperas; no la monetaria, que para un artista de teatro no es hoy la verdadera motivación.