Con una madera ligera, flexible y resistente al agua se crean las marionetas. Autor: Abel Ernesto/AIN Publicado: 21/09/2017 | 05:18 pm
Reza la leyenda que hace más de mil años los vietnamitas cultivaban arroz, y a orillas del delta del río Rojo construían templo al primero de sus antepasados, el dragón rey. El ancestral monarca y su esposa, un hada divina, eran poderosos, benevolentes y también traviesos, y en sus templos los artistas contaban a los niños de las faenas agrícolas, los fastuosos festivales, y las historias de su pueblo, ayudándose de los muñecos que ellos mismos construían para la ocasión.
Pero un día una crecida en los arrozales pretendió arruinar el espectáculo, y fue tal la pericia de los artistas, que de las muchas aguas surgió un teatro singular, síntesis de tradición y destreza, que consiste precisamente en continuar la función con unas marionetas que, a través de los años, han aprendido a desenvolverse como pez en el agua, mientras sus cuerdas invisibles yacen en el lecho de los estanques, y unos maestros aún ocultos en los recintos sagrados arrebatan aplausos a un público fascinado.
Con toda su magia a cuestas, llegaron a la Isla este fin de semana las marionetas acuáticas. Colocaron su templo de ocho tejados en la Carpa Trompoloco. Dos dragones rojos lo custodiaron desde la cumbre, mientras sus pilotes descansaban en el fondo de una piscina gigante de dos toneladas de peso.
Detrás de la fachada, vestidos de overoles impermeables y con el agua hasta la cintura, trabajaron 12 magos de la compañía Thang Long (Dragón volador), la más prestigiosa de Hanoi en el cultivo de esta expresión milenaria, y que ha dado a conocer su arte en los escenarios de más de 40 países.
Fundada en 1969, Thang Long goza de gran prestigio en la capital vietnamita, donde sus integrantes ofrecen funciones los 365 días del año, presentándose durante los fines de semana en seis ocasiones para poder satisfacer las demandas del público.
Las seis funciones habaneras propiciaron el disfrute de las piruetas de dragones dorados, que esparcían por sus bocas chorros como una fuente, respetando con soltura el desafío de no mojar en su revuelo las banderolas de cuatro colores que engalanaban la escena. Estampas impolutas de una cultura campesina, donde las historias nacen de la laguna en la que pescan, cultivan el grano blanco, van a beber los animales, y de la cual emergen los ríos insondables de los mitos populares, en los que danzan las hadas de blanca piel y se confabulan con sus mágicos poderes la tortuga, el dragón, el ave fénix y el unicornio.
En 45 minutos bien aprovechados con 14 números, los ingeniosos muñecos se las agenciaron para tocar la flauta, humear la pipa, bracear en nado apresurado, o nacer de un cascarón a la vida. Trucos que sorprenden por su candor, y que se unen al tejido del espectáculo todo en un elemento fundamental: el respeto a la autenticidad. No se trata de innovar, de acudir a nuevas tecnologías o artificios, sino de remontarnos en un viaje de escasas variaciones hasta el lejano siglo XI en que surgiera, para descubrir las esencias de una cultura que a pesar de los años resulta atractiva en el repertorio de sus historias sencillas, cortas, con un toque de humor, apegadas en su contenido popular y costumbrista al espíritu de sus creadores.
Secretos arcanos
No son pocos los retos que tienen que enfrentar los titiriteros detrás de un biombo de varillas de bambú, que imposibilitan en gran medida la visibilidad de los movimientos con que embelesan al auditorio. Pero en ello radica el misterio, pues tales habilidades se mantuvieron selladas durante cientos de años y solo se transmitían de padres a hijos para mantenerlo a salvo.
Tran Quoc Chiem, vicedirector del Ministerio de Deportes, Cultura y Turismo de Hanoi, comparte con nuestro diario algunos de los misterios que anteceden a la puesta en escena.
«En ocasiones podemos encontrar hasta ocho marionetistas detrás de las cortinas de bambú, ubicadas precisamente para que el público desconozca los secretos de los movimientos y para que se concentre más en la historia. Esto provoca el problema mayor, y es que las marionetas tienen que ser controladas con largas varas de bambú, que pueden medir entre seis y ocho metros y que se ocultan bajo la superficie del agua, al igual que el sistema de cuerdas que garantiza el dramatismo de cada uno de los movimientos. Dominar con excelencia este arte puede tomarle al artista cuatro años de formación dentro de la compañía».
Pero este arte nombrado por los franceses «espíritu de los campos de arroz vietnamitas», guarda otros secretos arcanos que se remontan igualmente a sus propios orígenes. A la habilidad de maniobrar los muñecos, se une el diseño y cuidado de sus más valiosos «actores».
«En el pasado los agricultores utilizaron la madera de un árbol (sung) que crece a la orilla de los lagos, para tallar los muñecos. Esta madera tiene las propiedades de ser a la vez ligera, flexible y resistente al agua, por lo que hasta hoy la empleamos como el principal material de la confección. Después de darle la forma deseada, se recubre con el color y el barniz que se requiere, y que además permite que no se eche a perder fácilmente.
«Para atender los más de 50 títeres que participan en nuestros espectáculos, tenemos dentro de la compañía a un grupo de artistas que se encargan de su hechura, mantenimiento, diseño y conservación».
Parte indisoluble de la función es la música, que no solo acompaña los sucesos de la trama sino que además interactúa con sus personajes, haciendo partícipe al espectador de una sonoridad oriental que lo conduce por el periplo cultural al compás de voces, tambores, campanas de madera, platillos, trompetas, los gongs y las flautas de bambú.
«Se trata de la música folclórica de nuestro país, esa que tiene su origen en el campesinado, y que va muy ligada en su letra a la historia que se cuenta, la cual guía con su ritmo hasta los movimientos que realizan los marionetistas. Son canciones que hablan del trabajo del campo, de los animales, la producción agrícola y la pesca, de manera que van contando la historia que está siendo representada por los títeres. En ocasiones las voces le advierten, en otras le alientan».
Así los cuentos de los abuelos vietnamitas llegaron a los ojos y oídos de los nietos cubanos, en el lenguaje universal del teatro que quiebra barreras lingüísticas y lanza mensajes al alma. Una experiencia que tendió lazos sobre las aguas y que, como dijo Tran Quoc Chiem, «es una esencia de amistad. Vinimos por un sentimiento, por una unidad que tenemos que conservar por encima de todo. Regresar es nuestra esperanza». Que se repita, la nuestra.