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Defensa de la memoria

El centro Alejo Carpentier realizó un ciclo de conferencias sobre los Escritores olvidados de la República. Aunque contradictorios como su época, lo cierto es que es preciso delimitar el lugar que les pertenece en la literatura cubana

Autor:

Míriam Rodríguez Betancourt

Fueron novelistas, cuentistas, poetas, dramaturgos, ensayistas, críticos, periodistas, profesores, diplomáticos, conferencistas, promotores de espacios culturales en los medios masivos, columnistas de éxito. Algunos tuvieron reconocimientos internacionales y los premios literarios y periodísticos más importantes de su tiempo. Se editaban sus obras —varios las pagaban de sus bolsillos— y muchos eran citados, referenciados, consultados, invitados a encuentros y debates.

Sus ideologías y posturas políticas eran diversas y casi siempre oscilantes. Moderados y radicales. Reformistas y antiimperialistas. En el ámbito ideoestético respondían, en general, a las tendencias en boga, aunque no era raro descubrir entre ellos rasgos decididos de vanguardia. Todos, contradictorios como su época, a la que se opusieron o trataron de entender, y reflejaron, quisiéranlo o no, con mayor o menor grado de lucidez y acierto artístico. Eran escritores de la República.

Un día, en la Fundación Alejo Carpentier, se hicieron la pregunta ineludible: ¿Por qué ellos habían sido olvidados del todo o preteridos, ignorados, subestimados, relegados, poco o mal leídos, rechazados, minimizados, demonizados —las múltiples variantes del olvido?— y decidieron buscar respuestas entre diversos especialistas. Así nació el ciclo de conferencias Escritores olvidados de la República.

Todos estuvieron de acuerdo en que reeditar las obras más representativas de estos escritores, dedicarles artículos, reseñas, exégesis e incluirlos en programas de enseñanza, no supone solo salvarlos del olvido, sino también, y sobre todo, con el estudio riguroso de su trayectoria y creaciones, delimitar el lugar que les pertenece en la literatura cubana.

Controvertido y olvidado

Como una de las víctimas más notorias del olvido, calificó el ensayista Aurelio Alonso al filósofo, narrador y periodista matancero Alberto Lamar Schweyer (1902-1942).

A los 20 años había publicado cuatro libros, cuya edición muy probablemente él mismo pagara, lo cual no le resta méritos, sobre todo si notamos que Enrique José Varona escribió el prólogo de uno de ellos.

Lamar Schweyer publicó asiduamente en los más importantes periódicos y revistas: Heraldo de Cuba, El Fígaro, El Mundo, Social y Cuba Contemporánea, y llegó a dirigir el periódico El País. Alonso opina que su obra periodística será la que proporcione «cuando sea trabajada exhaustivamente, una visión más precisa de las posiciones políticas y sociales de este controvertido intelectual de la República».

Escribió dos novelas, La roca de Patmos y Vendaval en los cañaverales, y un libro de memorias sobre la infanta española Eulalia de Borbón.

El libro suyo que suscitó más polémica fue La biología de la democracia, que justificaba la existencia del régimen dictatorial. Sobre esta obra, Alonso apunta que solo puede ser comprendida «en el marco de la circulación y lucha de ideas de la época de ascenso del fascismo, el nacionalsocialismo y el falangismo en Europa». Lamar Schweyer se involucró en el Grupo Minorista, firmó la Protesta de los Trece, y cuando ya su adhesión a Machado era notoria, fue capaz de escribir un texto elogioso del Sóngoro cosongo de Nicolás Guillén.

Preterido, no olvidado

Así definió Cira Romero la situación en la memoria de Jesús Castellanos, nacido en La Habana en 1879, quien también fue cuentista, ensayista, crítico literario, prolífico periodista, y autor de la novela La conjura, mencionada en sucesivas antologías de literatura cubana.

Como cuentista, la investigadora considera el más importante de sus relatos a La agonía de la garza, que aún figura en los textos de enseñanza media y posee una absoluta contemporaneidad luego de más de cien años de haber sido escrito.

Romero definió al novelista como hombre capaz de trazarse serios empeños culturales en medio de la aridez de una república sietemesina, afán que lo coloca «en el prisma de los fundadores».

Una feminista escritora

Nacida en Artemisa en 1902, novelista, periodista, Ofelia Rodríguez Acosta llegó a publicar una docena de libros; de su vida y obra se ocupó la ensayista Zaida Capote.

En el contexto de los años 20, apareció su primer libro, Evocaciones (1922),y poco tiempo después, en 1926, la que sería su primera novela: El triunfo de la débil presa, a la que siguieron En la noche del mundo y Sonata interrumpida, ambas en la década de los 40.

La novela suya más célebre y polémica fue La vida manda (1929) acusada, incluso, de pornográfica por cierta crítica, obra que —dijo Capote— revela, sin cortapisas, cuál era la situación de la mujer cubana en esos momentos.

Ofelia Rodríguez fue —afirmó Capote— más que una escritora feminista, una feminista escritora, una intelectual que, en el terreno ficcional, casi nunca dejó de expresar sus ideas en torno a los problemas sociales y políticos desde los grandes temas del feminismo: la emancipación de la mujer en todos los ámbitos, hasta la lucha contra las dictaduras como la de Machado en Cuba.

La escritora radicaba en México, y tras el triunfo de la Revolución regresó a la patria, donde murió en 1975.

Triste, pero nos hace reír

Miguel de Marcos y Suárez, que algunos calificaron como un hombre triste, figura en la historia de la literatura cubana como maestro del humor y la ironía. Su destacada carrera en las letras fue comentada ampliamente por el profesor Rafael Rodríguez Beltrán.

Este habanero, que nació en 1884, fue diplomático, cuentista, periodista reconocido, crítico, merecedor de los importantes premios literarios Justo de Lara y Juan Gualberto Gómez; miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras. Sus obras de ficción más relevantes fueron las novelas Papaíto Mayarí, que publicó en 1947, y Fotuto, aparecida al año siguiente. Miguel de Marcos no estaba satisfecho con la República que avizoró siendo un adolescente; en muchas ocasiones se pronunció contra los males que en ella advertía, y contra la intervención norteamericana, dos aspectos que constituyen «el hilo conductor y la esencia de su obra», según resaltó el disertante.

Escribió dos volúmenes de cuentos, Lujuria. Cuentos nefandos y Fábula de la vida apacible. Cuentos pantuflares. En 1954, falleció en la capital. Sus últimas apariciones públicas fueron en el programa Ante la prensa, donde se destacó como el agudo polemista que siempre fue.

Buscar la flor oculta

El importante cronista Miguel Ángel de la Torre nació en 1884 y murió en La Habana —se suicidó— en 1930. Solo escribió una novela, una noveleta más bien, La gloria de la familia, publicada cuando tenía 30 años. Entre sus cuentos cabe mencionar especialmente La última bala y Maleficio.

Mostró este escritor serias preocupaciones en el sentido de que surgiera una literatura verdaderamente nacional, y hacia problemas sociales. En varios discursos De la Torre fustigó a gobiernos republicanos entreguistas. Domingo Cuadriello abogó por rescatar los escritos dispersos del cronista «y sacar a la luz esos textos suyos que, de seguro, habrán de constituir otra “flor oculta” de la literatura cubana».

Un caso de arqueología literaria

René Jordán, crítico de cine y cuentista, es el único de los recordados que aún vive; por tanto es el más joven de los que fueron incluidos en el ciclo. También el más joven de los conferencistas, Carlos Velazco, se encargó de su presentación.

Entre marzo y mayo de 1959, Jordán trabaja en el suplemento cultural Lunes de Revolución y prepara Listos para la fiesta, su primera novela. En la revista Ciclón publicó su primer cuento, Visita de cumplido, y tres relatos más.

Otros cuentos suyos son Post mortem, Un puro negrito congo, Una movida chueca, Simbiosis y Una madre ejemplar.

Jordán, que llegó a ser crítico fijo de Excelsior y Bohemia, en los años 60 integraba el equipo de críticos cinematográficos de mayor calidad de la prensa nacional. También tradujo, por primera vez al español, Señorita corazones solitarios, de Nathanael West, obra que sería publicada en entregas sucesivas de Lunes, entre junio y julio de 1959.

En 1960, Jordán se marcha de Cuba y se radica en Estados Unidos.

Poco y mal leído…

Pero no olvidado en rigor, precisó el profesor Rogelio Rodríguez Coronel en su disertación sobre Alfonso Hernández-Catá, nacido en Salamanca en 1885 y fallecido en 1940, víctima de un accidente aéreo cerca de Río de Janeiro.

Como casi toda su obra fue publicada en España, muchos la han considerado más española que cubana. Sin embargo, siempre se proclamó con orgullo oriundo de Santiago de Cuba, por haber vivido allí de niño y ser su madre santiaguera.

Escritor prolífico y experimentado diplomático, de su extensa producción cabe destacar el relato Don Cayetano, el informal —obra en la que se reitera la posición antiimperialista del autor—, Un cementerio en Las Antillas, Los siete pecados, Los frutos ácidos, Piedras preciosas y Los chinos, reconocido este último por la crítica como uno de los mejores relatos de la narrativa cubana.

Publicó varias noveletas: La juventud de Aurelio Zaldívar (1912), El sembrador de sal (1923) y El ángel de Sodoma (1928). Esta última, que ha concitado opiniones diversas entre la crítica y a la que se dedicaron sustanciosos comentarios en la conferencia, no volvería a editarse hasta 2008, por lo que Rodríguez Coronel se preguntó si en ello pudieron influir los prejuicios imperantes en la etapa republicana debido al tema homosexual que trata la obra.

Hernández-Catá fue un fervoroso martiano, al que se deberá Mitología de Martí, publicado en 1929 en España, en el que aparecerá nuevamente Don Cayetano, el informal.

La búsqueda de un estilo

Periodista, escritor y poeta (1894-1955), presentado en el ciclo por el ensayista y crítico Enrique Saínz, fue Federico de Ibarzábal jefe de información de varios periódicos, entre estos El Heraldo de Cuba y El Comercio, y escribió numerosas colaboraciones en las revistas Bohemia, Social, El Día, Cuba Contemporánea y Carteles, es decir, las publicaciones más importantes de la época.

Como promotor cultural compiló la Antología de cuentos contemporáneos, que se considera la primera realizada en Cuba. Escribió numerosos relatos, entre estos La casa del hombre, Perdido, Castigo ejemplar, Lockout, así como dos libros de cuentos: Derelictos y La charca.

Acerca de su cuentística, Saínz criticó el tremendismo de su prosa, que se sobrepone a cualquier virtud que podamos encontrar en los textos, y elogió los aciertos del cuento Todo bien a bordo. Significó que los conflictos más importantes de la nación cubana entre 1910 y 1930, durante los cuales se dieron a conocer manifiestos vanguardistas y se escribieron obras que pretendían renovar la prosa de ficción, no aparecen en sus libros de cuentos que escribió en 1937 y 1938, ni en la novela La avalancha, también escrita a inicios de la década de los 30.

Se mencionó especialmente el poemario Una ciudad del trópico. El año lírico. Versos de ayer, publicado en 1919, y también el poema Bronce, dedicado por el escritor a Antonio Maceo que, en opinión de Saínz, es quizá el mejor poema escrito a la memoria del héroe en toda la poesía cubana. En 1940 fue editada su novela Tam Tam, relacionada con las luchas por la independencia nacional.

Entre la transgresión y la cautela

Más que conferencia, la Doctora Graziella Pogolotti presentó en este ciclo una admirable semblanza, como suya, de la dramaturga y diplomática camagüeyana Flora Díaz Parrado, de quien evocó algunos encuentros entre ambas en la década de los 50 del siglo pasado.

Entre las obras teatrales de la autora, citó Noche de fiesta, El velorio de Pura y Juana Revolico, quizá la más conocida de sus piezas, y que en opinión de la Doctora Pogolotti pudiera haber sido precursora del Yarini, de Carlos Felipe, a no ser por los fallos en la construcción dramática, en los diálogos y también por la extensión de la obra. Al valorar El velorio de Pura, estimó que es el texto dramático (de Díaz Parrado) que mejor afronta la prueba de la representación escénica. Otra pieza teatral suya mencionada fue Remordimiento, en la que «apunta, y a la vez soslaya —anotó Graziella Pogolotti—, el trasfondo inquietante de la sexualidad».

Siguió diciendo la disertante que Flora Díaz Parrado fue una feminista convencida, y llegó a comprender que la liberación de la mujer solo podía lograrse mediante una Revolución que incluyera las aspiraciones de todos los oprimidos y marginados. Sus obras Juana Revolico y El velorio de Pura, «ignoradas por casi todos, contribuyen a delinear el contorno de una época».

La Directora de la Fundación Carpentier afirmó que la teatrista «se construyó una muralla protectora para andarse sobre una cuerda floja en difícil equilibrio entre audacia, transgresión y cautela, a fin de salvar la estabilidad de una carrera diplomática, asentada en París, a través de todos los gobiernos». Sin embargo, destacó que ello no le impidió ayudar decisivamente a los republicanos españoles refugiados en Francia y a los cubanos miembros de las Brigadas Internacionales obligados a salir de España durante la Guerra Civil, y mantener una actitud solidaria con otros revolucionarios, como Ángel Augier y Nicolás Guillén. La dramaturga murió en Madrid en el año 1991.

Entre la vida y el ensueño

Auténtico olvidado, Armando Leyva fue objeto del estudio que presentó el escritor, ensayista y dramaturgo Antón Arrufat.

Leyva nació en 1888 en Gibara. Cuentista, cronista y periodista, la mayoría de sus textos los editó y pagó en imprentas pueblerinas, y en cada uno de ellos reprodujo un retrato suyo al carbón que le hizo el pintor matancero Esteban Valderrama. Fue amigo y lector de los más grandes poetas de su época, como Boti y Poveda. Cuando el autor tenía 22 años se edita en Las Tunas su primer libro, Del ensueño y de la vida, nueve textos breves de los que Arrufat salva tres: Mis gafas, Un gato y Poe, a los que califica de excelentes.

En 1913 escribe su segundo libro, Alma perdida, que será publicado dos años más tarde, un conjunto de cuentos y crónicas en los que utilizó varios procedimientos: monólogo interior, poemas, una narración dentro de otra.

Arrufat considera como su mejor libro Las horas silenciosas (1920), que contiene cuentos cortos cercanos a la literatura fantástica. Distingue también la novela corta que Leyva tituló La enemiga, publicada en esa misma fecha, uno de sus mejores textos narrativos, «el de mayor aliento». Aseveró el disertante que Armando Leyva unió a sus obsesiones esteticistas, preocupaciones sociales y patrióticas, que en él fueron agudas y constantes: antimachadista, enemigo acérrimo de la prórroga de poderes, adversario de la discriminación y partidario del voto femenino.

El último texto que publicó, Las provincias, las aldeas, se imprimió en Santiago de Cuba, y solo compuso una pieza de teatro: También el Budha suspiró de amor. Murió en La Habana en 1942.

Entre col y col…

El investigador y ensayista Salvador Arias tuvo a su cargo la conferencia sobre la multifacética escritora Rosa Hilda Zell (1910-1970), cuentista, periodista, poeta y guionista de programas radiofónicos.

Fue la década de los 40 pródiga en éxitos para Zell, especialmente en su trabajo como autora de una muy leída sección de cocina que publicaba cada viernes en la revista Bohemia, bajo el título de El menú de la semana, y que firmaba con el seudónimo de Adriana Loredo. Esa sección la escribió también para las revistas Equis y Ellas, bajo otro seudónimo, el de Julián Granizo, sirviéndole las recetas para conformar un libro de criollísimo título: Arroz con mango. Muchas de aquellas crónicas se referían, entre col y col, a hechos negativos del entorno sociopolítico, convirtiéndose el tema culinario, como ella misma confesara, en «espita para ensartar el pensamiento que quiero dorar al fuego de la opinión pública».

Luchadora antimachadista, activista sindical y militante de la Liga Antiimperialista, Rosa Hilda escribe en Mediodía, revista de la izquierda cubana, y en otras publicaciones en las que siempre evidenció su postura patriótica.

Su primer cuento, El talismán, lo publicó en la revista Carteles y otros relatos suyos aparecerán en las principales revistas del país, hasta que en 1943 llega a obtener mención honorífica en el prestigioso Concurso Hernández-Catá. En la década de los 50, la escritora sufragó con sus recursos una edición en mimeógrafo de Cunda, una suite guajira, volumen de siete relatos, en varios de los cuales denuncia la situación de los campesinos cubanos víctimas de los latifundistas yanquis.

Aunque sin la maestría que se le reconoce en la prosa, Rosa Hilda dedicó a la poesía esfuerzos sostenidos y la consideró una actividad estrechamente ligada a su vocación literaria. Entre sus poemas más recordables, el conferencista mencionó su Elegía del buen camarada, dedicada a Rubén Martínez Villena, y Diez poemas para un hijo de obrero. Además, recordó que tres poemas de Zell fueron seleccionados por Juan Ramón Jiménez para su colección La poesía cubana, publicado en 1936.

Tras el triunfo de la Revolución, Rosa Hilda Zell continúa trabajando con renovado entusiasmo: simultanea memorias con poemas, cuentos, crónicas literarias. Se integra a muchas tareas; publica en Bohemia, Carteles, Lunes de Revolución, y en los periódicos Hoy y El Mundo, da charlas, escribe para la radio; colaboraciones suyas aparecen en el Anuario martiano, pues fue siempre una devota estudiosa de la vida y obra de nuestro Apóstol. Falleció el 26 de mayo de 1970.

*Premio Nacional de periodismo José Martí y Doctora en Ciencias de la Comunicación

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