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Clásicos y jazzistas, ejercicio de virtuosos (+ Fotos)

El evento demostró que la formación clásica es fundamental en las creaciones y actuaciones de los jazzistas

Autor:

Yelanys Hernández Fusté

Un cordón umbilical une a los intérpretes de música clásica y a los jazzistas. Ambas vertientes melódicas necesitan que sus ejecutantes asuman el ejercicio diario como una herramienta imprescindible para llegar al virtuosismo.

También hay similitudes genéricas inmensas, y la recién concluida 27 edición del Festival Internacional Jazz Plaza hizo que coincidieran todas las valoraciones al respecto.

Desde el Coloquio Internacional, el pianista Arturo O’Farril confesaba que iba siempre a Mozart y Beethoven para su práctica diaria. O’Farril, líder de la neoyorquina Afro Latin Jazz Orchestra, decía que su padre, el cubano Chico O’Farril, solía estudiar a Haydn y los grandes clásicos, con 79 años de edad.

En su conferencia La música clásica de Chico O’Farril, Arturo dejaba bien claro que los que se dedican al jazz necesitan un alto nivel de preparación y valoran sobremanera el repertorio clásico. «Mi amigo, el trompetista Wynton Marsalis, quiere elevar el jazz a la altura de la música clásica. Le he dicho: “Tú estás loco, ya estamos allí”», relataba el pianista.

La gala inaugural de Jazz Plaza, en el capitalino teatro Mella, fue uno de los momentos que coronó tal máxima. En la escena se palpó esa simbiosis de lenguajes musicales y las conexiones armónicas en la propia ejecución de O’Farril en el piano y de su colega, el cubano Gonzalo Rubalcaba, así como en la sincronía del camaleónico Willian Roblejo, acompañado de su trío. También en esa particular forma de combinar texturas vocales del Coro Entrevoces que, dirigido por la maestra Digna, cobró los más sonados aplausos.

Una estela de notables jazzistas desfiló por los escenarios del Festival. En los proyectos presentados por Ernán López-Nussa, su hermano Ruy y su sobrino, Harold; Bobby Carcassés, César López, Yasek Manzano, Roberto Fonseca y muchos otros, también se percibió ese denominador común que el evento trajo a colación: la formación clásica que, combinada con esa maestría creativa, hace de sus actuaciones momentos únicos.

Tal experiencia no fue exclusiva de la parte cubana, pues lo apreciamos en quienes asistieron al certamen desde otras tierras, como Neil Leonard y la Berklee Faculty Jazz —una agrupación compuesta por profesores de la prestigiosa institución académica estadounidense—; su coterráneo, el bajista y chelista Kash Killion; o el joven pianista polaco Mateuz Kolakowsky.

Uniones memorables tuvo el Festival. Desde la raíz de la improvisación y como base melódica de la interpretación del tenor Yury Hernández, la Jazz Band de Joaquín Betancourt sorprendió el pasado domingo, en el concierto que despidió el evento en el Mella, con Adiós a la vida, perteneciente a la ópera Tosca, de Puccini.

La velada, una de las más completas en exhibir esa conexión entre el jazz y la música clásica, fue una buena ocasión para apreciar las versiones de piezas de clásicos cubanos como José White (La bella cubana) e Ignacio Cervantes (contradanza Los tres golpes), facturadas por la propia agrupación.

Igualmente se recordará por mucho tiempo esa temperamental y caribeña ejecución hecha allí de Rhapsody in Blue, de George Gershwin, por el maestro Frank Fernández y la Jazz Band, de Betancourt. Es que el reconocido pianista mostró en ese medular acercamiento al jazz que para los artistas hacer música es una actitud ante la vida, es un acto para dibujar lo que somos.

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