Martínez Heredia al recibir el premio Maestro de Juventudes, de manos de Abel Prieto, ministro de Cultura; y de Luis Morlote, presidente nacional de la AHS. Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 05:14 pm
Es demasiado grande el honor que me hacen hoy mis hermanos de la Asociación Hermanos Saíz: recibir el Premio Maestro de Juventudes y, además, hablar a nombre de los artistas e intelectuales a los que se les otorga ese reconocimiento. Agradezco mucho el Premio, aunque me resulta simpático recibir un galardón por hacer algo que me proporciona tantas satisfacciones.
Ante todo, la alegría del aniversario. Hoy cumple la Asociación la edad de un joven en su plenitud, 25 años, y realmente está en su apogeo como un instrumento organizado de los jóvenes artistas e intelectuales cubanos. Están desplegando un programa de actividades muy hermoso, desde el jueves pasado, que nos permite a todos compartir esa fiesta de cumpleaños colectivo y conocer mejor la actividad de la Asociación y lo que significa para la cultura y para el país. En un plano más interno, seguramente han hecho recuentos de logros e insuficiencias, y estarán planteándose con rigor analítico qué es la institución en la actualidad, cómo y en qué grado cumple las tareas y las funciones que se ha propuesto, qué proyectos debe impulsar y a qué sueños debe aferrarse.
Porque los he acompañado siempre y porque tengo mi esperanza puesta en ustedes, me permito decirles que los jóvenes intelectuales y artistas tienen ante sí tareas formidables y deberes extraordinarios respecto a la defensa y el desarrollo de la cultura nacional y el socialismo cubano. El campo en el que actúan es hoy quizá el sector más avanzado y de mayores potencialidades de nuestro país. La cultura es, por su naturaleza, sus fuerzas acumuladas y sus logros, lo que está más cerca de ponerse a la altura de las revoluciones sucesivas, las tareas diferentes y superiores a lo que parece posible y la ambición desmesurada, tres rasgos que son esenciales para que exista el socialismo. La cultura puede modificar a nuestro favor las ideas que tenemos acerca de lo que es valioso y de lo que es hermoso, instigarnos a trabajar más y mejor para la sociedad y para el bienestar de todos, resolver carencias y deseos de un modo muy diferente a las soluciones que propone el capitalismo, proporcionar goces y revelar horizontes. El arte puede adelantar una idea que el conocimiento social no ha formulado aún; o socializar lo que parece ser muy difícil, no por simplificarlo, sino por abordarlo de otro modo en el que las sensibilidades y las emociones participan mucho más. El pensamiento que ejercita la libertad y la crítica puede contribuir a que se planteen bien los problemas prácticos, se busquen y movilicen las fuerzas que sí tenemos y aumente la capacidad del pueblo para hacer efectivos sus conocimientos y cualidades, y para dirigir los procesos sociales.
Los jóvenes artistas e intelectuales que poseen formación, especialidades, conciencia e ideales constituyen un logro maravilloso de la Revolución. Los cambios tan profundos que han sucedido o están en curso en la comunicación y en numerosos terrenos de la producción y el consumo intelectual y artístico son asumidos con más facilidad por los jóvenes, que pueden asegurar una dialéctica de innovaciones y continuidades a nuestra cultura, dialéctica que es necesaria en sí misma y será un buen ejemplo para otras áreas de la vida nacional. Pero, además, esos cambios acontecen en un campo de batalla, la guerra cultural imperialista: hay que lograr que operen a nuestro favor y no en contra nuestra, y rechazar la solución suicida de tratar de impedirlos. Y en la coyuntura cubana estamos viviendo una fuerte lucha de valores entre el socialismo y el capitalismo. En esta situación, los jóvenes llegarán a ser decisivos. La Asociación Hermanos Saíz ha logrado ser una expresión sumamente destacada y prestigiosa de esos jóvenes en el campo cultural. Tengo la convicción de que le es posible ser vehículo de todos, o vínculo entre todos, y ser ejemplo de lo que puede lograrse con organización, conciencia y moral. Es decir, ser reconocida como vanguardia por esos jóvenes, e influir en una cultura que no se contraiga al sector que identificamos por ese apelativo, sino que se extienda a todas las cubanas y los cubanos.
Debemos salvar y promover a todos los talentos: eso es muy cierto. Pero también debemos salvar, defender y promover el gusto y la capacidad de discernir de las mayorías, y que ellas puedan y quieran gozar y aprender con esa cultura que hace ascender la condición humana. Que todos tengan oportunidades de consumirla y de crear, de crecer como personas y desarrollar en buenas direcciones sus sensibilidades, que son la madre de una gran parte de los valores. Si alguna lección hay en el magisterio es la voluntad tenaz de compartir con los demás la cultura que se tiene. Es imperioso que los jóvenes no permitan que llegue a haber dos Cubas en la cultura.
Quisiera hacer algunos comentarios personales sobre este Premio Maestro de Juventudes. Ante todo, lo veo como un hecho simbólico, una elección que hacen los jóvenes entre los maestros de hoy, que solo somos continuadores, en nuestro campo, de tantos que han sido maestras y maestros salidos de este pueblo, y que han contribuido a que los cubanos se encontraran consigo mismos, se volvieran cada vez más capaces de elevarse por sobre sus circunstancias y su preparación para enfrentarlas, de revolucionarse, de hacer una nación libre y de darlo todo por obtener la justicia. Por todo eso, me gusta en esta coyuntura recordar una frase de José Martí: «Nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo».
Enseguida, advierto que somos una representación de un abanico muy amplio de quehaceres artísticos e intelectuales, a los cuales la Asociación rinde homenaje mediante nosotros. Es muy hermoso para mí compartir este septeto con una compositora, una maestra de ballet, una trovadora, una escritora, un artista de la plástica y un cineasta, y constatar que en todos esos ámbitos contamos con seres humanos que reúnen en sí un gran talento y un magisterio que entregan a los más jóvenes, día por día y toda la vida. Que han aprendido a despojarse del egoísmo con que marca la sociedad de dominación a todos —y que nos convierte en lobos frente los demás—, y de la soledad y la exacerbación de la individualidad que muchas veces caracterizan al creador, por su tipo mismo de actividad y por los severos enjuiciamientos de su calidad que debe enfrentar. Personas que son capaces de dedicarse a ese magisterio no solo por un tiempo, de no entrar y salir de ese papel, sino de disfrutarlo, mantenerlo y convertirlo en una manera de vivir.
Con este premio, la Asociación reafirma al mismo tiempo su pertenencia al decurso histórico de la cultura cubana, al incluir entre las actividades de su aniversario el reconocimiento al valor de los intercambios con intelectuales y artistas de generaciones precedentes a la suya. Esto no le quita nada a su novedad y su independencia, a su irrupción en el campo de las artes, las letras y el pensamiento, ni a su originalidad. La asunción crítica de la acumulación cultural y la formación en sus múltiples aspectos son requisitos para que la nueva generación pueda protagonizar la etapa que necesitamos, de creaciones, de promoción y de conducción cultural a la altura de las necesidades y del proyecto de sociedad en trance de liberación.
Antes de pasar a mi último comentario, permítanme personalizar a uno entre los premiados, la única que no está hoy con nosotros, sino que todos estamos con ella. Para todos los cubanos, Sara Gónzalez y Silvio Rodríguez son también la epopeya popular de Girón, devuelta en canciones. Para los de mi edad y mis experiencias, esas canciones son la materia sublime en que el mejor arte es capaz de convertir a la sangre y el polvo —que es el sucio primer sudario de los muertos—, al miedo que se vuelve heroísmo, a la entrega de todo y la pelea sin límites por los ideales de liberación, a las revoluciones, que siempre dejan tras sí victorias humanas. Por eso puede una canción ser tan alegre y ser un himno, y puede trasmitir tanta vida aquella voz de Sara, cuando canta: «nuestra primera victoria/ nuestra primera victoria». Casi 20 años después de Girón, en los días de la embajada del Perú y de El Mariel, Sara llegó a Nicaragua y la fui a buscar. Hablábamos por el camino, y se dio cuenta de que yo no tenía vivencia alguna de lo que estaba sucediendo en Cuba. Me preguntó cuánto tiempo llevaba fuera, y como consideró que era demasiado, me cantó, para mi solo, Yo me quedo, con aquel vozarrón maravilloso suyo. Sara supo enseñarme, ponerme al día y emocionarme, de una sola vez, con los medios pedagógicos mejores que ella posee.
Yo quisiera ser como fue mi inolvidable maestra de primaria, y que al cabo de la larga jornada me suceda lo que les pasó a nuestros maestros.
Cuando yo era un niño, aquellos educadores eran los únicos intelectuales que estaban al alcance de la mayoría de los muchachos del país. Ellos hicieron lo indecible para que fuéramos muy patriotas, honestos y cívicos. Para que supiéramos comportarnos en cualquier situación, y aprendiéramos matemáticas, español, historia y geografía del municipio y nacional. Nos formaban para la modestia, porque ellos no padecían de vanidad. Pero, sobre todo, aquellos maestros querían que nosotros llegáramos a ser los protagonistas de la Cuba futura, una nación soñada que tendría que realizarse del todo, y conquistar toda la libertad, la justicia y la prosperidad.
Para cumplir con esos maestros de juventudes, tuvimos que ser lo que ellos nos habían enseñado, pero también nos vimos obligados a no hacerles caso en todo aquello que nos impidiera cumplir con los ideales que nos habían inculcado. Y logramos cambiar a Cuba, y comenzamos a hacerla cada vez más libre, más justa y también más próspera, porque ahora la prosperidad consistía en repartir la patria entre todos sus hijos.
Cuando hoy nos otorgan este grado tan alto, el grado de maestro, mi mayor deseo es que me suceda lo que les pasó a los maestros míos. Que los alumnos de todos nosotros —de los maestros de hoy—, puestos a la tarea de realizar y cumplir, no nos hagan caso en nada que hayamos dicho que pueda estorbarles para cumplir los ideales que estamos compartiendo hoy. Que sientan siempre con su propio corazón, y piensen siempre con cabeza propia. Solo así serán capaces de hacer a Cuba cada vez más libre, más justa y más próspera.