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Paisaje con melodía

El Festival Leo Brouwer de Música de Cámara ha fomentado, en sus tres ediciones, el rescate e interpretación de obras creadas para agrupaciones de pequeño formato

Autor:

Yelanys Hernández Fusté

Amante fiel de los acordes de la guitarra y del sonido logrado a través de la unión de los instrumentistas, Leo Brouwer hace una radiografía de nuestro panorama sonoro contemporáneo y encuentra que una de sus remediables fisuras está en la potenciación de la música de cámara.

Dúos, tríos, cuartetos, quintetos, grupos corales... todas agrupaciones de pequeño formato, tienen una importancia especial a la hora de interpretar partituras. Es un disfrute del que no pueden privarse los admiradores de la llamada melodía culta y popular.

Y es en esa esencial premisa donde se encuentra anclado el Festival Leo Brouwer de Música de Cámara, que se desarrolla en la capital desde el pasado 30 de septiembre y se extenderá hasta el venidero 7 de octubre.

Se trata de un certamen que ya celebra su tercera edición y toma las salas de concierto de La Habana, como sobrios escenarios para hacer un particular repaso por obras conocidas y por otras que se desempolvan de los archivos.

«La música de cámara —explica Brouwer a Juventud Rebelde— no es tan escuchada como los grandes solistas o las orquestas». El autor de Paisaje cubano con rumba ve entonces el porqué de desarrollar un evento de tal magnitud: «Justamente porque en el país la música de cámara se empobreció por una serie de precariedades, como fue la falta de repertorio».

Brouwer también apunta que «los estudiantes tienen que cubrir históricamente un currículo tradicional»; sin embargo, su formación se enriquecería con estos repertorios no tocados.

De ahí que el festival tenga el propósito de influir en los noveles artistas. Para Brower se trata de involucrarlos siempre. «Estamos muy felices del éxito que tenemos con los intérpretes jóvenes que solamente se habían dedicado, o se dedican algunos de ellos, a tocar las composiciones de las grandes figuras: Rachmaninov, Beethoven, Paganini…», asegura.

Como una labor de orfebrería, los organizadores del Leo Brouwer aplican un obligatorio precepto para cada edición: el rescate de partituras patrimoniales poco interpretadas o desconocidas. Esa labor de recuperación de piezas musicales los ha llevado a trabajar estrechamente con el Museo Nacional de la Música, institución que pone a disposición sus archivos para tal propósito.

La musicóloga Isabelle Hernández, directora artística del certamen habanero, indica que «la idea nuestra es que se interprete la música contemporánea, por supuesto, comenzando por la obra del maestro Brouwer y la del siglo XIX cubano. Pero, ¿qué melodías de ese período? Pues justamente esas que no se tocan y que consideramos patrimoniales.

«Este año son piezas del cubano-holandés Hubert de Blanck y el próximo serán algunas de Nicolás Ruiz de Espadero, para homenajearlo por el aniversario 180 de su natalicio. Empezamos ya a reconstruir las partituras porque esta es una labor de búsqueda», anuncia Isabelle.

La concepción del repertorio de los conciertos de cada edición deviene también un elemento importante, ya que se escogen las piezas sobre la base de unir temáticamente cada presentación.

Esta vez son cinco los conciertos organizados. En el primero de los programas, titulado De Barcelona a La Habana (30 de septiembre), pudimos encontrar ese estrecho vínculo cultural entre la Mayor de las Antillas y la Península Ibérica; mientras, en Un holandés errante hubo un claro tributo a Hubert de Blanck (1ro. de octubre).

La fiesta de la luz, del 6 de octubre, reverenciará la obra del pianista Chucho Valdés en sus siete décadas de existencia; en tanto, ese mismo día en la velada bautizada con el nombre de Mayugba, el grupo Síntesis festejará sus siete lustros de vida artística. El cierre lo tendrá Todo Brouwer (día 7) en el Teatro Nacional, en una presentación que se aderezará con composiciones de Leo y se dedicará a la impronta artística dejada por la familia Nicola, de la que formó parte el trovador Noel Nicola.

Pero en estos días de largo recorrido sonoro no faltarán otros autores, cuyas obras son imprescindibles para las formaciones musicales pequeñas. Este es un buen momento para escuchar de los españoles Federico Mompou, la Altitud para violín y piano; Leonardo Balada, el Spiritual para cello y piano; y Josep Soler, las Variaciones para clarinete, cello y piano; así como el Mambo influenciado, de Chucho Valdés, y el Concierto No. 2 para seis instrumentos de arco, del cubano-español José Ardévol, entre otros.

Precisamente para mostrar otras imágenes de la música, el evento presentó el viernes último algunas canciones de Joan Manuel Serrat, como Tu nombre me sabe a hierba, Aquellas pequeñas cosas y los clásicos Mediterráneo y Penélope, donde el cantante Augusto Enríquez se unió al coro Exaudi, dirigido por la maestra María Felicia Pérez.

Es que el Festival Leo Brouwer de Música de Cámara «hurga» en ese amplio espectro de las composiciones para pequeños formatos y muestra allí sus acordes más certeros: reunir en escena a virtuosos artistas amantes de la buena música.

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